Opinion (2198)

Rechazamos la violencia, venga de donde venga… Pero, si es contra mí, aténgase a las consecuencias.

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Lo que ha ocurrido en Colombia, en los últimos ocho días, es la continuación de lo empezado a nivel regional a finales del 19. Esa “brisita” que anunció triunfalmente el bocón de Diosdado. La chispa fue la misma: tarifa de transporte en Chile, precios en combustible en Ecuador y ahora aumento de impuestos en Colombia. Es el asunto económico, el mismo que terminó con Luis XVI en la guillotina, pero que en Venezuela ¿no aplica?

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En los últimos tiempos ha hecho carrera la equivocada idea según la cual basta dictar una norma -bien sea constitucional, legal o administrativa- para que, por sí sola, al conjuro de su sola expedición, genere mágicos efectos reales, modifique hechos y situaciones, corrija conductas y produzca   los resultados queridos por el órgano que la puso en vigencia. Como si no fuera menester su concreción en conductas.  

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Las protestas realizadas por más de cinco millones de colombianos en varias ciudades del país, manifestando su desacuerdo con la reforma tributaria, no solo ha sido el escenario perfecto para que los enemigos de la democracia vandalicen las protestas, destruyan bienes de uso público y transgredan propiedades privadas. El saqueo, los ataques a la fuerza pública y a las edificaciones donde funcionan entidades del Estado, dejan claro que  no es suficiente protestar para obtener un mejor País, más aun,  cuando la realidad demuestra la extrema necesidad de  mejores ciudadanos y gobernantes. La violencia genera pobreza, quemar buses, romper vidrios, saquear bancos y centros comerciales no acaban con la injusticia, ni derrotan la corrupción; el único camino al progreso y la libertad es la educación. No podemos protestar sin tener conocimiento de los derechos y deberes contenidos en nuestra constitución política, si los participantes en las protestas conocieran lo dispuesto en nuestra Carta Magna, entenderían que el camino para alcanzar el Estado ideal y el bienestar general no es la marcha, ni el paro,  ni la protesta; y mucho menos la violencia, es la participación democrática, por medio del cual demostramos nuestro verdadero compromiso con la sociedad, siendo transparentes en las urnas acompañados de valores y principios, a la hora de ejercer nuestro derecho al voto. 

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