Colombia quería que en la Organización de Estados Americanos OEA se reunieran los cancilleres de los países miembros de manera extraordinaria, con el objeto de que conocieran y analizaran la situación que se presenta en la frontera colombo-venezolana a raíz de las arbitrarias órdenes del presidente Nicolás Maduro en contra de nuestros nacionales.
Perdimos por un voto. 17 países votaron a favor de la solicitud formulada por nuestra delegación diplomática; 5 en contra; 11 abstenciones y una ausencia. Requeríamos 18 votos para que la reunión de cancilleres fuera convocada. El delegado panameño, que se suponía estaría al lado de Colombia, se abstuvo con la peregrina y no creíble excusa de que se ofrecía como mediador entre Colombia y Venezuela.
Una derrota de grandes proporciones que el gobierno no debe ocultar. Debe reconocer que no manejó acertadamente la cuestión diplomática. Que de poco y nada le ha servido la buena relación que desde el comienzo ha querido mantener con Venezuela. Que Colombia, pese a los votos favorables, en realidad está muy sola. Que acudir ahora a UNASUR no le servirá de nada porque ese organismo es dominado por Nicolás Maduro y que ya se sabe cómo votarán. En contra de cualquier propuesta colombiana y a favor de Venezuela.
Dice la Canciller Mariángela Holguín que perdió el continente. Esa es una forma de consolarse por la derrota, pero no corresponde a la verdad. La única verdad es que Colombia fue derrotada estrepitosamente, y eso que solamente pedía reunión de cancilleres. No una decisión de fondo. Hay que seguir insistiendo, en defensa de los derechos de nuestros compatriotas en la frontera y en defensa de la dignidad nacional. Colombia no puede seguir permitiendo que se la humille y se la trate de modo grosero y arbitrario. Habrá que acudir a Naciones Unidas. Habrá que protestar de manera fuerte y contundente ante Venezuela. Habrá que separar a maduro de la función de garante en el proceso de paz. Habrá que utilizar todos los mecanismos diplomáticos. Con diplomacia, sí, pero con firmeza.
Y queda probado, de otra parte, que a los burócratas internacionales de la OEA no les importan los Derechos Humanos, y que los tiene sin cuidado la paz entre los miembros de la organización. Sólo les interesa lo que a cada uno conviene, y mantener sus puestos.