Editoriales (852)

 

POR JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

Imagen: www.lavozdelderecho.com

Al momento de escribir esta columna no se conoce todavía el nombre del nuevo Papa de la Iglesia Católica.

Quien resulte elegido por el Colegio de cardenales tendrá a su cargo la nada fácil misión de suceder a un Papa vivo –como no ocurría desde hace seiscientos años-; a un Papa que tuvo el valor de abdicar reconociendo su debilidad física y su consecuente incapacidad actual para ejercer las más delicadas funciones que se pueden confiar a un ser humano: conducir una grey compuesta por más de mil doscientos millones de personas. Pero, además, quien sea coronado Papa, además de la mirada del mundo entero en una época crucial, tendrá sobre sí la mirada de su antecesor, que si bien le ha prometido obediencia  y habrá de guardar prudente silencio, conoce como nadie los difíciles asuntos de la teología y la Doctrina, y ha tenido en sus manos el informe, hoy reservado y listo para entregar al Papa, rendido por tres cardenales a quienes el propio Benedicto XVI solicitó investigar acerca de graves problemas y dificultades que se viven en el interior del Vaticano y que afectan a la Iglesia.

¿Podría el nuevo Sumo Pontífice, ante Dios y ante su conciencia, bajo la mirada de su antecesor, eludir la dura tarea que  éste, por las razones que expuso, no pudo llevar a cabo?

Todos deseamos que el Papa  le ponga fin a la lucha de poderes que parece haberse instalado en el Vaticano, para que no regresemos a la época de Alejandro VI; que trace las nuevas pautas con mano firme; que expulse de la Iglesia a todos los curas pederastas, y que continúe la actividad, iniciada por sus antecesores, de acercamiento a otras confesiones, en busca de un auténtico ecumenismo.

El momento que vive la Iglesia Católica es muy difícil. Lo dijo el Papa Benedicto XVI, y es un secreto a voces. Es preciso que sea elegido un Papa suficientemente capaz de asumir el liderazgo para conducir a esos 1.200 millones de católicos por la senda trazada en su momento por Jesús de Nazaret.

 

No se trata, como algunos creen, de hacer concesiones a tendencias extrañas a la Doctrina. Por el contrario, lo que se necesita es que el Sumo Pontífice oriente y dirija a la Iglesia volviendo a los valores y principios originales, los auténticamente cristianos.

 

Todos hacemos votos por el acierto de los cardenales.

 

 

Valora este artículo
(0 votos)

 

POR JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

Foto www.elementosdejuicio.com.co

Después de varios meses de producida la vacante por vencimiento del período de Humberto Sierra Porto como magistrado de la Corte Constitucional, el Consejo de Estado  -que le dio demasiadas vueltas al asunto-  confirmó ayer la terna de la cual el Senado de la República escogerá al nuevo integrante del máximo tribunal colombiano.

Lo cierto es que el Senado, en vez de la politiquería que ha rodeado las elecciones más recientes, debería proceder a estudiar seriamente las hojas de vida de los aspirantes; a escucharlos, y a adoptar una decisión que tenga en cuenta la alta responsabilidad de la Corte Constitucional y el papel que debe jugar dentro de la estructura de nuestro Estado Social de Derecho.

Lo que se necesita es un magistrado o magistrada independiente, cuya autonomía, cuya verticalidad y cuyos conocimientos jurídicos le permitan adoptar decisiones acertadas con miras a la guarda de la integridad y supremacía de la Constitución de 1991.

Los magistrados de la Corte deben estar comprometidos con el imperio real y efectivo de la Carta Política, no con quienes los postulan ni de quienes los eligen; ni son voceros del Gobierno o de la Oposición; de ningún jefe político, ni de una cierta ideología; de corriente alguna; de un sector económico o de un interés empresarial determinado. No son representantes, alfiles, ni peones de nadie.

Por eso nos sorprendió el dicho de algún magistrado, según el cual jamás votaría contra el Gobierno. Nos pareció una afirmación prevaricadora porque el deber de los magistrados es votar contra las normas y los actos que violan la Constitución o que desconocen los derechos, no en defensa o en contra de la administración, ni de quien la encabeza.

Ya tiene el Senado la terna. Escoja al mejor y al más independiente.

 

Valora este artículo
(0 votos)

LA VALORIZACIÓN: UN ABUSO

23 Feb 2013
8684 veces
Escrito por

 

 

POR JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

Imagen www.elementosdejuicio.com.co

 

El Gobierno de Bogotá y el Concejo Distrital, al igual que otros mandatarios y corporaciones locales, tienen que revisar la grave situación que se presenta en la actualidad en varios municipios y distritos con los cobros por valorización. Una valorización que, en la mayoría de los casos, se ha incrementado increíblemente y de manera injusta. Una contribución convertida inconstitucionalmente en impuesto, que se ha adicionado al impuesto predial, obligando a la persona a pagar un tributo dos veces por la misma causa: ser propietario de un inmueble.

 

Un mismo hecho gravable da lugar a dos tributos. Pero ese hecho gravable, además, no existe, pues la valorización, como lo dicen los ciudadanos que con toda razón protestan, es totalmente falsa.

En efecto, resulta inconcebible que se estén cobrando sumas por valorización en sectores completamente abandonados por la correspondiente administración; en donde las obras no se han llevado a cabo; en donde los predios no se han valorizado sino que, por el contrario, por ostensibles carencias en materia de vías y servicios públicos, se han desvalorizado.

Una verdad de Perogrullo: la contribución de valorización, según la teoría jurídica tributaria, se funda necesariamente en el mayor valor que adquiere un inmueble a raíz del beneficio que representa para sus propietarios una determinada obra. No es un impuesto  -que por definición se paga sin contraprestación específica para el contribuyente-. Es una contribución, que solo paga quien se beneficia. Que no paga quien no se beneficia.

Lo que da lugar al tributo, en el concepto original de la valorización, no es la propiedad sobre el predio; ni el valor catastral del inmueble. Es el hecho de haberse valorizado ese inmueble por una obra construida por la administración en sus proximidades, en cuya virtud el bien vale más que antes. Luego si la obra pública en cuestión está apenas proyectada; si no se ha llevado a cabo, el mayor valor del inmueble no ha tenido lugar y, por tanto, el propietario no tiene por qué pagar la contribución. Eso de la valorización por beneficio general es un engendro, y los actuales cobros en la capital de la República no son otra cosa que un abuso.

Pero ahora, en varias ciudades y municipios del país, se está cobrando sin fundamento a personas pobres, cuyos inmuebles no se han valorizado, lo cual genera un gran conflicto social que no debe seguir siendo ignorado por los gobiernos y concejos locales, ni por el Congreso, que debería establecer  -de una vez por todas-  unas reglas legales claras, coherentes y equilibradas en relación con este tributo. En una nueva legislación al respecto habría que regresar al concepto primigenio de la valorización, y se debería excluir toda posibilidad de cobro a los contribuyentes sin que se hayan culminado las obras públicas.

Valora este artículo
(0 votos)

 

POR JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO

 
Anuncian los abogados de la firma londinense Volterra Fietta –contratada por el Gobierno colombiano- que en el mes de mayo entregarán un informe sobre el estudio jurídico que adelantan “para hacerle frente” al fallo de la Corte Internacional de Justicia de La Haya sobre delimitación marítima con Nicaragua.
 
La Canciller María Ángela Holguín estuvo recorriendo San Andrés y Providencia con Robert Volterra, uno de los abogados ingleses, y ese recorrido tenía por objeto –según explican- dialogar con los pobladores y pescadores de la zona, pues –dicen- los testimonios servirán “de insumos” para el informe que preparan los litigantes extranjeros.
 
Para decirlo sinceramente, no creemos que esa visita, ni el informe que se anuncia, ni la contratación misma de los abogados británicos agreguen gran cosa a lo que ya sabemos los abogados colombianos acerca del fallo, su carácter definitivo, sus consecuencias y las escasas posibilidades de orden jurídico existentes con miras a conseguir la anulación o modificación de la sentencia.
 
Desde luego, todos los colombianos veríamos con muy buenos ojos que esa providencia, que puso fin a un pleito de once años con Nicaragua ante la Corte Internacional de Justicia, desapareciera del panorama; se echara para atrás; que recuperáramos la totalidad de los derechos de explotación económica en la zona del mar Caribe; que se regresara a la delimitación del Meridiano 82; en suma, que ganáramos el proceso que ya perdimos.
 
Pero debemos ser realistas. El fallo está dictado. Ha hecho tránsito a cosa juzgada. Colombia –bien o mal- participó en el proceso; se atuvo a los resultados del mismo, e inclusive venció a Nicaragua –y ello consta en la misma sentencia- en lo que respecta a la total soberanía colombiana sobre las islas, islotes y cayos de San Andrés, Providencia y Santa Catalina.
 
Además, sin necesidad de acudir a los costosos servicios de los bufetes londinenses, todos sabemos –y sabíamos desde antes de proferida la sentencia- que ella es inapelable y definitiva; que el Estado colombiano debe acatarla, y que, si bien cabe la solicitud de aclaración y hasta puede pensarse en un eventual y extraordinario recurso de revisión si se cumplieran los requisitos del mismo y aparecieran hechos nuevos, lo cierto es que tenemos el pleito perdido en cuanto a los derechos económicos en el área marítima delimitada por la Corte, y que en el terreno jurídico es muy poco lo que le queda por hacer a Colombia.
 
Pero, en fin, el Gobierno no les cree a los internacionalistas colombianos. Vamos a ver si los extranjeros logran “tumbar” el fallo de la C.I.J., aunque a decir verdad, lo vemos difícil, por no decir que imposible.
 
Valora este artículo
(0 votos)

Acerca de Nosotros

Nuestro propósito es aprovechar la tecnología en beneficio de la divulgación, el análisis, la controversia, la verificación de los grandes asuntos en que aparece el Derecho, en cualquiera de sus ramas; los procesos judiciales de trascendencia y los más importantes debates y acontecimientos.