Alberto Lleras Camargo rompió relaciones con Cuba en 1962, cuando fue expulsada de la OEA; en 1964, Fidel fundó, entrenó, armó y motivó al eln, narcocartel hoy coludido con las mesnadas maduristas; en 1980 la dictadura castrista acogió a los terroristas de la Embajada de República Dominicana y en 1981, Turbay suspendió de nuevo las relaciones por el entrenamiento y dotación de armas al m-19, banda narcoterrorista que engañó y sacrificó cientos de jóvenes; en 2017, uno de los terroristas del eln que participó en el atentado del Andino, confesó haber sido entrenado como explosivista en Cuba y del 2012 al 2017, el G2 acumuló secretos del Estado colombiano, con la excusa de su apoyo al negociado habanero. Las relaciones comerciales con Cuba son inexistentes y las culturales solo sirven para que células de ese país adoctrinen campesinos de Arauca y otras regiones, en resistencia y solidaridad revolucionaria. El G2 merodea por toda Colombia agitando la desestabilización que facilite la llegada al poder de oscuros liberticidas. Y pronto llegarán los enfermeros barriales, propagandistas disfrazados de médicos.
Romper los tóxicos lazos con La Habana en el contexto actual, tendría unas connotaciones geopolíticas que no tuvo en las otras ocasiones. Sería una decisión criticable, naturalmente, por pacifistas y entreguistas, o para quienes nos ablandaron para tragarnos los sapos del acuerdo farcsantos, batracios que aún croan en la garganta provocando arcadas. Pero sería un gran paso para el derrumbe de la dictadura de Miraflores y ayudaría a desbaratar la trama que poco a poco han tejido los marxistas leninistas del eje La Habana-Caracas-Managua para apoderarse del país. Porque si cae Bogotá, el subcontinente podría hundirse en la miseria, en un oscurantismo estalinista y en un duro, largo y doloroso conflicto. Venezuela es el ejemplo inmediato.