Opinión: ENTRE RAZÓN Y FE. UNA REFLEXIÓN SOBRE EL VALOR DE LA BIBLIA*. Helmut Morales Castañeda Destacado

13 Sep 2023
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*A propósito de la elevación de cargos disciplinarios por el Politécnico Grancolombiano al profesor Enrique Saavedra Valdiri en razón obsequiar biblias a sus estudiantes dentro de su cátedra universitaria el 07/06/2023

 

 

La razón y la fe han convivido por largo tiempo en la vida social. La fe a existido desde los albores de la historia trayendo consigo el desarrollo de distintas creencias alrededor de la relación del hombre con lo que trasciende su propia existencia. La razón, de datación más reciente, da comienzo a su andadura construyendo un conocimiento que procede de la observación y la aprehensión, ambas sujetas a las cavilaciones y a los límites teóricos de lo que podemos controlar. Tanto fe como razón esgrimen sus conocimientos sobre soportes distintos. En el primer caso se dan una serie de disposiciones donde se asume la verdad de un enunciado no existiendo una relación directa entre nuestra creencia y la verdad de dicho enunciado, y donde la creencia se constituye en una actitud subjetiva. En el segundo caso se establecen condiciones de verdad y justificación a partir de un contacto consciente con el objeto conocido a través de la experiencia y su consecuente percepción. De lo anterior evidenciamos la existencia de procedimientos distintos para llegar a la verdad, y donde se constata la prevalencia de un determinismo científico como prueba “irrefutable” de la validez de un conocimiento por sobre otro. Si bien podríamos enunciar las disquisiciones que puede implicar dicha contrariedad, tan solo expondré de manera sucinta la que refiere a una apreciación histórica y cómo en ella existen mayores afinidades que discrepancias epistemológicas. 

 

La ciencia y la religión, en apariencia conceptos contradictorios y disímiles, sostienen una relación que ha permitido formar aquello que conocemos como civilización occidental, un conjunto de conocimientos que han hecho parte de nuestra propia cultura e identidad. Se podría afirmar, de modo particular, que a lo largo de la historia de ésta experiencia civilizatoria se ha propiciado un aparente conflicto entre ciencia y religión. De un lado, la religión ha visto en la ciencia un racionalismo estéril que no ha fructificado en atraer una conciencia de lo trascendente más allá de una materialidad concreta. De otro lado, la ciencia ha observado en la religión una debilidad racional que no atiende a sustento teórico alguno sobre lo trascendente o divino. El dogma cristiano se consolida como una verdad revelada, una proposición dada a través del magisterio de la Iglesia y que no admite negación alguna. La ciencia, por su parte, erige la razón como fundamento de todo conocimiento objetivo, metódico y verificable. Razón y fe han sido contrastadas en un sinfín de episodios de debate y de confrontación que han visto emerger un dialogo muchas veces determinado por la autoridad ya sea religiosa o intelectual.

 

Deshacer este supuesto “conflicto” ha sido una pretensión que a lo largo del tiempo ha conminado las mentes más lúcidas sin advertir que ciencia y religión han tenido un dialogo sostenido a lo largo de la historia. Éste ha enriquecido la búsqueda de la verdad, esa coincidencia entre mente y  realidad, entre enunciados y hechos. La consideración sobre la verdad hace parte de las distintas acepciones sobre la misma, todas ellas se han desarrollado a partir de la tradición filosófica occidental, heredera de la tradición bíblica y de la primera filosofía griega. La verdad, entendida como relación de correspondencia y coincidencia, se figuró en Aristóteles como un juicio que unía o separaba la realidad. En el caso del Nuevo Testamento, y dentro de su mediación griega, la verdad hacía énfasis en la fidelidad a Dios, a su palabra y al Evangelio, esto es, la sustantivación de Cristo. El neoplatonismo hubo de unir tanto el griego como la Biblia. Agustín de Hipona lo tradujo en la composición del nous (inteligencia) y el logos (la Palabra) del Nuevo Testamento, una fusión entre la paideia griega y el mensaje del cristianismo primitivo. En la Edad Media la escolástica, dentro del marco del occidente cristiano, sin prescindir por ello del pensamiento árabe y judío, planteó una asociación de elementos cuyo énfasis filosófico y teológico dio a conocer la “ciencia que se enseñaba en la escuela”; toda ella atravesada por el recurso a la autoridad, los textos sagrados de la Biblia y la tradición de los Padres de la Iglesia, a lo que se añadió la razón, en la interpretación de la autoridad y la libertad de la reflexión individual. Con la llegada de la ciencia moderna, contemplamos relaciones de conocimiento entre protestantismo y la ciencia. El sociólogo R. K. Merton vio un ejemplo de ello en valores puritanos como el utilitarismo, el empirismo, el antitradicionalismo y el argumento a favor de la acción; todos ellos aspectos que determinaron la emergencia de un saber científico de los siglos XVI y XVII.

 

Vale la pena, dentro de éste conjunto histórico de relaciones entre ciencia y religión, hacer un  énfasis en la importancia de la Biblia como espacio no solo de expresión de una confesionalidad, sino, también, de una reflexión y una interpretación más allá de las perspectivas propias del dogma religioso. Con lo anterior me refiero a Casiodoro de Reina y su aporte a la Reforma protestante en la primera mitad del siglo XVI. Casiodoro de Reina fue un monje jerónimo que compelido por sus propios cuestionamientos sobre el texto bíblico, huye en 1540 del monasterio al que pertenecía y del Tribunal de la Inquisición. Llegado a la ciudad de Ginebra se integró al calvinismo. En enero de 1560 la reina Isabel I de Inglaterra aceptó la confesión de fe de los protestantes españoles, incluida la de Casiodoro de Reina que se convirtió en líder de la comunidad de Santa María de Axe. Tiempo después fue acusado de malversación de fondos en su comunidad y huyó de Inglaterra. Casiodoro de Reina transitó por Frankfurt, Amberes, Orleans y Bergerac, repudiado por la Inquisición y por sus correligionarios protestantes. A pesar de las desavenencias, y en medio de los constantes viajes, Casiodoro no desistió de su mayor aspiración: la primera versión de la Biblia en castellano. Finalmente, y ante distintas peripecias económicas, Casiodoro de Reina logró publicar la Biblia del Oso en Basilea a finales de 1569. Casiodoro se consagró como la antítesis del hereje habitual, llevando consigo la conciencia de un hombre que contradijo la ortodoxia imperante proveniente tanto del catolicismo como del protestantismo. La esencia de su pensamiento se vertió en la capacidad de poder interpretar la Sagrada Escritura bajo su propia libertad de conciencia y con el ánimo de que éste ejemplo se tradujera en una socialización del texto bíblico como fuente de conocimiento a la vez que de creencias religiosas. Todo ello bajo el rigor de la interpretación y la comprensión como momentos de una reconstrucción del texto y su posterior objetivación; antecedentes estos de una hermenéutica moderna y una posterior crítica textual.

 

De esta manera, secciones de la historia de la ciencia se entrelazan con materias de fe, con lo que disponemos de un entendimiento elaborado a partir de razonamientos que aspiran a que frente a cualquier disensión entre posiciones intelectuales y de creencias, pueda sucederse un ambiente de dialogo que tienda puentes entre lo infinito y lo finito. La Biblia expresa un lenguaje particular cuyo fundamento en lo trascendente obedece a una concepción sobre lo pensado, una experiencia posible que nos remite a una reflexión sobre una expresión del conocimiento humano basado en una explicación del fenómeno de la razón bajo el signo de la fe. 

 

 

Por Helmut Morales Castañeda

Historiador Pontificia Universidad Javeriana

Magíster en Ciencias de las Religiones Universidad Pablo de Olavide

 

 
 

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