Jamás hemos estado de acuerdo con la conducta intolerante que durante siglos observó la Iglesia Católica en relación con la ciencia y respecto a las libertades de conciencia, cultos y expresión, entre varias más, que fueron atropelladas con crueldad y arbitrariedad en el largo período de la Inquisición. Por ello, con razón, pidió perdón el Papa Juan Pablo II, en gesto que lo enaltece y que implica la superación,en el seno de la Iglesia, de concepciones medievales que desconocieron sin duda la dignidad humana y que traicionaron los ideales cristianos.
En consecuencia, tampoco hemos compartido los procesos que la Iglesia tramitó contra intelectuales como Galileo Galilei o Giordano Bruno, para mencionar apenas dos, de muchos más, ni la quema de libros, ni la consigna absurda de perseguir y juzgar (y hasta torturar y quemar) a las personas por pensar diferente a como pensaban los jerarcas eclesiásticos.
Por eso mismo, debemos rechazar las expresiones de intolerancia de los contradictores actuales de la Iglesia, que, por paradoja, han ido a ocupar el sitial arbitrario y enemigo de la libertad que ella ocupó en ese vergonzoso pasado.
Se informa hoy que el Santo Padre, Benedicto XVI, ha resuelto "postergar" (lo que se debe entender como cancelar) la visita que tenía programada a la Universidad LaSapienza, de Roma, a la cual había sido invitado por el rector del Alma Mater con el fin de inaugurar el Año Académico 2008, en el marco de un evento relativo a la lucha -que la Iglesia abandera- por la plena abolición de la pena de muerte en el mundo.
La decisión del Papa obedeció a las protestas que su próxima visita había generado, organizadas a partir de una carta firmada por más de 60 profesores, respaldada por algunos -un grupo minoritario- de estudiantes, quienes calificaron la presencia del Pontífice en el establecimiento educativo como "incoherente" en una universidad laica.
Los profesores firmantes de la protesta calificaron al Papa como "un teólogo atrasado que antepone la religión a la ciencia y al que no se le debería permitir hablar" (He destacado).
Invocando a Galileo Galilei, los manifestantes organizaron una semana anticlerical, con máscaras contra el Papa y con escenificaciones irreverentes, lo cual provocó una ola de críticas contra la intolerancia en la prensa italiana, y hasta la expresión pública que hizo Romano Prodi de su pesar por esos brotes de intransigencia que, en su sentir, deteriorarán -como en efecto ocurre- la imagen de Italia ante el mundo.
En realidad, creemos que los críticos del Papa incurren precisamente en los mismos vicios que han sido señalados antes en cabeza de la Iglesia, precisamente en la época de Galilei, al que ahora invocan, y quien, si viviera, con seguridad no los acompañaría, amigo como era de la libertad.
En una absoluta e irracional falta de pluralismo, quienes debieran enseñar los valores de la democracia en un centro académico, asumen actitudes similares a las de los extremistas religiosos que no toleran creencias diferentes a las suyas, y lesionan gravemente la libertad que dicen defender.
En ellos se nota un hirsuto -y, ese sí, anticuado- anticlericalismo, que no se profesa hoy en ninguna parte del mundo en donde se defiendan los derechos humanos -uno de los cuales es la libertad de conciencia-, y una pésima interpretación de lo que significa el carácter laico de cualquier institución, pública o privada. Éste no consiste en impedir la presencia física o los discursos de los contrarios en las aulas, sino en exigir que se respeten las ideas y los criterios de todos, sin imposiciones ni confesionalismos.
Impedir la presencia de alguien, así no sea el Papa, en una universidad -que debe ser el receptáculo y el foro por excelencia para recoger todas las posiciones y criterios, para debatirlos y para evaluarlos con criterio académico- es un contrasentido, y una forma inadmisible de dictadura intelectual, impuesta por la fuerza de las protestas.