Con independencia de si el momento del anuncio fue o no calculado por el Gobierno para lograr efectos políticos –me niego a creerlo-, sería injusto descalificar o restar mérito a la operación militar denominada “Camaleón”, que, como la operación “Jaque”, demuestra una vez más la excelente preparación y la formidable inteligencia del Ejército colombiano, cuya acción a favor de la libertad de los oficiales secuestrados merece todas las felicitaciones y la gratitud de la sociedad entera.
Esta operación demuestra además la debilidad y la desorganización que imperan en el interior de las Farc, que ya -afortunadamente- ni siquiera se atreve a reaccionar, ni a ofrecer combate. Simplemente, como lo narró uno de los rescatados, los guardianes guerrilleros dejaron tiradas las armas y salieron corriendo, ante la contundencia del ataque militar.
Todo indica que hoy ese movimiento subversivo está diezmado y cercado; que carece de cohesión interna; que han desaparecido los últimos vestigios de fundamento ideológico o político de su actividad; que es creciente la desconfianza entre sus integrantes; que muchos de ellos solamente esperan el momento más oportuno para escapar de las filas guerrilleras; y que los jefes se encuentran desconcertados, y quizá algunos también –ojala- con deseos de desmovilizarse.
Lo que no entendemos es la contumacia; el empeño –digno de mejor causa- en continuar una lucha absurda contra la institucionalidad; la decisión de continuar con la inaudita práctica del secuestro y con las acciones terroristas; la insistencia –apenas teórica, sin voluntad real- en dialogar sobre un posible acuerdo humanitario, mientras siguen secuestrando.
Perdido ya todo carácter de delincuencia política, la de las Farc es actualmente pura delincuencia común. Por tanto, a la luz de lo previsto en la Constitución, muy difícilmente pueden aspirar a que, como culminación de un proceso de paz, puedan ser cobijados todos por una amnistía o por un indulto. A no ser que el Gobierno se invente alguna figura extraña para disfrazar esas figuras. Esto último resulta probable si leemos entre líneas la oferta presidencial de libertad para los guerrilleros que se desmovilicen.
En cuanto a los oficiales liberados, cuya lucidez resulta admirable tras años de secuestro, que son años de tortura física y mental. Merecen nuestra admiración, por la resistencia, y especialmente por la constancia en la preservación de sus convicciones cristianas, de su integridad profesional y de su valor.
La Fuerza Pública tiene ahora el desafío de rescatar a los que permanecen cautivos, militares y civiles.