Sin ánimo de molestar a nadie, es preciso decir objetivamente que lo acontecido en las urnas el pasado 12 de marzo, aparte de los resultados propiamente políticos, mostró sin duda varios problemas que estamos en la obligación de analizar, con el propósito de buscar soluciones, las cuales deben ser profundas, integrales y prontas:
1) Se debe reconocer el esfuerzo de la Registraduría -en especial de la Registradora- en la conducción del proceso y la precisión en la entrega de los datos, y admirar, además, el eficiente trabajo de los funcionarios que integran el aparato electoral para suministrar oportunamente y con transparencia los resultados de la jornada, pese a las dificultades propias de la irrupción de nuevas instituciones.
No obstante, se hace menester también subrayar los graves defectos del sistema electoral vigente. No podemos seguir aceptando la falta de claridad de las normas existentes, que -unidas las antiguas a las nuevas en una maraña inextricable- van siendo interpretadas en cada ocasión por el Consejo Electoral durante febriles y apuradas sesiones que se llevan a cabo faltando pocos días para las elecciones, bajo el apremio de los medios, la presión de los partidos y candidatos, y al vaivén de las decisiones judiciales adoptadas a última hora en virtud de apresuradas demandas de tutela. La falta de seguridad jurídica al respecto es ostensible. De modo permanente surgen nuevas inquietudes acerca de lo que quiso decir la Constitución o la ley al utilizar determinada palabra o al señalar cierta consecuencia a una determinada hipótesis. Hace falta un sistema coherente, completo y armónico, que impida las improvisaciones y otorgue certeza a los votantes sobre las reglas de juego aplicables.
2) El equívoco diseño de la tarjeta electoral, en mal momento aceptado por los voceros de los partidos, que pusologos y números allí donde la Constitución exigía nombres, para que los ciudadanos pudieran identificar a sus candidatos favoritos, tuvo la desastrosa consecuencia de cerca de un millón cien mil votos nulos y más de cuatrocientos mil tarjetones no marcados, solamente en el caso del Senado, según los últimos boletines de la Registraduría: más del diez por ciento de la votación.
La Tarjeta Electoral, como lo dijimos desde el comienzo, era difícil de manejar; para algunos, incomprensible; y tenía el problema de que, para su uso, requería de un cuadernillo de no menos difícil consulta para muchos de los electores. Fuera de eso, incluía en la misma hoja las circunscripciones ordinarias y las especiales, causando mayor confusión.
3) Preocupa y llama a reflexión el alto nivel de abstención, cuyas causas reales están por establecer. En la práctica, está resolviendo la minoría.
4) El evidente influjo del dinero, bien o mal habido, en la voluntad de los votantes y en el señalamiento de los escogidos. El dinero, el gran elector. Compra de votos en varias regiones del país. Exceso en los gastos efectuados por las campañas en publicidad. Billetes y más billetes circulando por todas partes, sin que los famosos topes le hayan importado a nadie.
Lo cierto es que, dígase lo que se diga, debe asumirse desde ya la no fácil tarea de reestructurar el sistema electoral vigente.