Carlos Castillo Cardona recuerda en su columna de El Tiempo (26 - 11 - 08) una anécdota muy simpática sobre la quiebra del banco Pedro A. López por allá en 1926. Pero lo más simpático es que la titula "Julito, no me cuelgue".
Permítame, don Carlos, tomarme su título ("Julito no me cuelgue"), para recordarle a Julito una anécdota de 1998 sobre la quiebra del Banco Granahorrar, de la cual fui testigo ático y se encuentra reseñada en una columna de la época publicada por El Espectador bajo mi firma.
Julito tenía en alguna emisora de RCN un programa informativo con micrófono abierto que ha sido su costumbre y su éxito. Yo era asesor de presidencia de Granahorrar.
Dicen, los que trabajaban por dentro con Julito, que cuando algún oyente llamaba a criticar alguna empresa, lo primero que preguntaba Julito a sus asesores era si la empresa en cuestión tenía pauta o no con el informativo. De eso dependía que la crítica se difundiera o no al aire.
Julito alternaba su función periodística en radio con un programa de televisión, también tipo informativo.
Julito llamaba todos los días al presidente de Granahorrar pidiéndole pauta y el ejecutivo bancario se negaba a pasarle al teléfono porque, como dicen las señoras bogotanas, le tenía tirria, y también, porque el banquero era de una arrogancia inmarcesible.
Julito, que de bobo no tiene nada, se olfateó por infidencia de un accionista del banco las discrepancias que dentro de la entidad financiera se habían establecido entre los dueños sobre el reparto de los negocios colaterales que se dan en torno al jugoso negocio de captar dineros del público.
Vean ustedes que ahora la investigación más importante sobre DMG ya no está en torno a cómo fueron sus relaciones con los ahorradores o inversionistas, como quiera llamárseles, sino a cuáles eran sus otras relaciones políticas y comerciales.
Julito entonces (el muy vivo), mandó a uno de sus camarógrafos a filmar una sucursal de Granahorrar en Bogotá que estaba en remodelación y, por supuesto, su frente se veía como si hubiera sido bombardeado (muy oportuna la toma en momentos en que Pablo Escobar había sometido a bombardeo diario a la capital del país). Luego montó la noticia que tituló: AGARRÓN ENTRE LOS DUEÑOS DE GRANAHORRAR, y mientras el periodista iba contando detalles del agarrón en off, como se dice en el argot periodístico, los televidentes iban viendo en in las "ruinas" de la sucursal en remodelación.
Al día siguiente, los clientes retiraron depósitos por más de 200.000 millones de pesos y de ahí en adelante, el pánico fue imposible de parar hasta que Granahorrar quebró.
Cuando publiqué la columna en El Espectador me llamaron algunos "amigos" de Julito a decirme que si me decidía a demandarlo por pánico económico, ellos me financiaban. Les dije que no porque mi función periodística sólo llegaba -así lo creía- hasta denunciar el hecho, y les agregué que los llamados a demandarlo por pánico económico eran los dueños del banco que se consideraran afectados.
Hasta ahí llega el cuento.
Pero, "Julito, no me cuelgue": usted quebró a Granahorrar porque no le quiso dar publicidad.