Por Teresa Consuelo Cardona (*)
En nuestra comarca, hombres y mujeres empezaron a consolidar poderes absolutos, totalitarios y autocráticos, que con prácticas permanentes borraron lenta pero continuamente el rol de los poderes públicos, subordinándolos al ejecutivo.
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La historia del Valle del Cauca se parece a la de los pequeños pueblos arrasados por los grandes reinos, en la Antigüedad. Entre más riquezas reales tuviera una población, más expuesta estaba a ser merodeada, saqueada y despojada hasta el límite. Sus líderes eran asesinados y los adalides potenciales eran cooptados en medio de tragedias sociales impensables. Una mezcla de la necesidad de supervivencia con la inmoralidad e indecencia de quienes quedaban en el pueblo, dejaba a la localidad postrada en una demoledora miseria que iba mucho más allá de lo económico. Tras las invasiones que se producían sobre sus antiguos territorios, todos los elementos generadores de riqueza se quedaban congelados en el tiempo. La vocación de sus tierras cambiaba, la economía se subordinaba a los nuevos amos, la sociedad se desbarataba, el arraigo se descomponía y su cultura se iba modificando mediada por la desesperanza y la desconfianza.
En medio de esa perturbadora situación, nuevas castas hacían su debut, con la certeza absoluta de su escasa permanencia en el poder y de que su fortaleza podía estar basada únicamente en la superioridad económica, sin que los antecedentes o procedencia de sus riquezas fueran importantes. A su vez, sus tesoros les permitían poderío militar y control político para favorecerse y alargar un poco la duración de su ejercicio totalitario y reforzar sus riquezas y señorío militar. El círculo se cerraba, pero no por mucho tiempo. Con técnicas cada vez más violentas y continuas, aparecían los nuevos poderosos, que arrancaban brutalmente a sus antecesores de sus lugares.
Entre los Siglos I y IV, el glorioso y grandioso Imperio Romano decayó hasta su extinción. Fueron múltiples las razones que lo hicieron fracasar. Todos sabemos que su crisis era inevitable debido a las malas administraciones e ingobernabilidad reinantes. Los cónsules, algo así como la rama ejecutiva del poder y el Senado, algo así como la rama legislativa, habían sido remplazados por el emperador, a partir del año 27 a.C. Los primeros emperadores se sentaron en su trono por décadas, pero a medida que pasaba el tiempo, tenían historias fugaces. En la decadencia del Imperio, cada gobernante apenas si duraba unos meses, cada uno derrocado por el siguiente.
En ese mismo tiempo, los pueblos seminómadas crecieron cada día y se fortalecieron mientras invadieron cada espacio en el que los romanos cedían. Y no es que los romanos fueran buenos y su bondad e indulgencia los hubiera empujado hacia atrás ante su arremetida. Fue que los romanos perdieron su poderío al avanzar tras el sueño imperial autocrático que contradijo a la República con sus poderes repartidos y equilibrados en contrapesos.
Frente a ese panorama, hordas de humanos, otrora desplazados, abusados y víctimas de la impunidad de la que gozaba el Imperio, retomaron algunos de sus antiguos territorios e invadieron nuevos. Lo hicieron porque entendieron que depredar y arrasar era aceptable y aceptado. Lo aprendieron, muy seguramente, de la expansión del Imperio Romano y gracias a la visible anarquía e innumerables guerras civiles que se vivían. A esos grupos humanos los romanos los denominaban bárbaros, una designación despectiva que se les daba a quienes habitaban fuera de las fronteras imperiales.
Fueron más de cuatro siglos los que les tomó a los bárbaros aprender de sus maestros, los odiados romanos, lo necesario para enfrentarlos y derrotarlos. Las batallas fueron cruentas, continuas y sanguinarias y condujeron al continente europeo hacia la temida Edad Media. Como quien dice, salió peor el remedio que la enfermedad.
Nada más parecido a la historia reciente del Valle del Cauca. La grandeza regional se fue derrumbando tras la caída de sus ilustres gobernantes, que pese a su brillo, tampoco eran santos. Eran hombres, como los emperadores. Hombres que fueron cediendo su territorio, lentamente, ante las invasiones bárbaras de los gamonales inmorales, los narcotraficantes, los paramilitares, los narcoparamilitares y todas las demás combinaciones gestadas en los últimos tiempos.
En nuestra comarca, hombres y mujeres empezaron a consolidar poderes absolutos, totalitarios y autocráticos, que con prácticas permanentes borraron lenta pero continuamente el rol de los poderes públicos, subordinándolos al ejecutivo. Su decadencia no se hizo esperar, como tampoco las hordas que han ido tomando su lugar. Personas que con astucia saben sacar provecho para sí de una situación. Egoístas siniestros con ambiciones desmedidas, dedicados a la opulencia mediante la legalización de sus inmensas fortunas con dudosos orígenes. Promueven negocios que cumplen con la ley (hecha por ellos o sus amigos), aunque sean a todas luces inmorales. Se lucran de gangas como la salud que, aunque les está arrancando la vida a los usuarios que lo financian y lo justifican, les provee a los dirigentes la construcción de un puesto de salud que les genere dividendos, contratos o burocracia. O como el de los biocombustibles que, aunque desplaza la seguridad alimentaria, goza de la protección del Estado, aunque cause un irreparable daño ambiental. La mayoría de quienes vienen dirigiendo el Departamento son personas que han dedicado sus vidas a ignorar los derechos de los demás y apropiarse de los espacios públicos en función de intereses particulares.
Duran poco en el poder, pero el daño que hacen es irreparable y aunque son remplazados rápidamente, cada vez el perfil de quienes llegan al poder es más inmoral, torpe, atrevido, incorregible, licencioso, corrompido, viciado, embaucador, deshonesto y laxo. Emperadores de pacotilla deciden por nosotros.
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(*)Periodista. Comunicadora Social. Especialista en Gestión Política. Docente Universitaria. Clasificada en Categoría A1, por Colciencias (COL).