POR OCTAVIO QUINTERO
Los diálogos de paz en Colombia están abiertos hace mucho tiempo. La fecha resulta ahora imposible de precisar pero, lo que si tenemos claro ya, es que la paz es el fruto de una negociación entre los contrarios y nunca el vencimiento por las armas de uno de ellos.
Por la vía de las armas se conquistan territorios y se someten pueblos, pero nunca se conquista la paz o se someten los espíritus.
Lo que estamos abriendo ahora con Santos es una nueva mesa de negociaciones, después de 10 años de haberse levantado la del Caguán. Y en este lapso, es de esperar que todos hayamos aprendido de los errores pasados.
¿Quiénes somos todos?: Pueblo-Gobierno-Guerrilla.
1). En este orden de ideas, el Pueblo hoy anhela más la paz que ayer. Salvo unos cuantos retrasados en el tiempo y las circunstancias, puede afirmarse, sin exageración, que proporcionalmente a la población, hoy somos más los que cruzamos los dedos porque esta vez sí nos levantemos en paz con las Farc, que se han convertido a lo largo del tiempo como en lo sintomático de nuestro interminable conflicto interno.
2). El Gobierno de hoy tiene evidentes fortalezas sobre los gobiernos de ayer que seriamente se ocuparon en esto de negociar la paz con los alzados en armas. Aparte de ese mayor anhelo que se manifiesta en la población, el presidente Santos tiene dos cualidades que, habiéndole sido flanco de críticas, ahora le resultan muy valiosas: tiene flema inglesa y es pragmático. Mejor dicho, Santos es el anglosajón moderno que ya quisieran tener como propio Londres o Washington.
Por lo flemático es inmutable, de sangre fría y arriesgado; por lo pragmático priman más en él los resultados que los principios.
3). La Guerrilla está derrotada, no militarmente, sino políticamente. Ya pocos atizan ese caldero de la combinación de todas las formas de lucha.
Está derrotada también porque se ha dejado infiltrar del narcotráfico, y eso fue su tumba ideológica. El poder tiene hoy otros caminos distintos a las armas o al narcotráfico. Uno y otro estilo están fuera de lugar, al menos en Colombia: por el primero, las Farc llevan 50 años dándole a la joda y, por el segundo, afortunadamente la Justicia le cerró el paso cuando ya tenía cooptada buena parte del Ejecutivo y el Legislativo.
Aún en su evidente laberinto, las Farc tienen capacidad de negociación. Y es lo que deben aprovechar. Y sería lo que podría quedar como grato en la retina de los colombianos que han puesto en el asador tres generaciones frustradas.
En nombre de esta inmensa frustración nacional, ojalá que Santos y las Farc pudieran darnos el inicio de un proceso de Paz estable y duradera.