AMELIE
Foto www.presidencia.gov.co
Debo confesar que no voté por Juan Manuel Santos, pero también debo reconocer que no creo que me haya equivocado, porque al fin y al cabo quién diablos podía siquiera intuir al hombre que elegía. Definitivamente el presidente nos ha sorprendido a todos. De aquel hombre que anunciaba en calidad de Ministro de Defensa los golpes a la guerrilla validando cualquier medio, desde la traición o la mutilación por conseguir el resultado de la entrega de una de las cabezas de estos grupos, lo que además podía llegar a suceder literalmente, hasta el de generar una perversa competencia por resultados militares contra la guerrilla, con los “falsos positivos”; a lo que ayer vimos los colombianos en su alocución presidencial, hay definitivamente mucho trecho por comprender.
Lo primero que hay que preguntarse es cómo una misma persona puede proyectar dos modelos de nación tan distintas en tan poco tiempo. De ser el símbolo de la seguridad democrática de Uribe, Santos ha pasado a edificar un convincente discurso de paz, bien narrado, racional y emotivo. Es como si se tratara de dos personas distintas, pues del apodo de Chuky que merecidamente se ganó durante un buen tiempo, ayer quedaba poco.
Así la primera parte del discurso estuvo dedicado a las razones para la paz, las cuales fueron finamente explicadas: que nuestro conflicto es uno de los más largos del mundo, el único del hemisferio, fratricida, que ha marcado generaciones en la guerra “que no han conocido ni un solo día en paz, como la mia” apuntó el presidente. Pero además, que la paz debía repercutir en una mayor inclusión social del campo, una mayor igualdad material.
En esta parte me encontré con un hombre radiante, de convicción, persuadido de su discurso y consiente de que protagonizaba un momento para la historia. Pero, en contraste con Chuky, no vi trazos de soberbia en su voz ni en sus maneras, las cuales lucieron más elegantes que nunca, tal vez porque fueron conjugadas con una profunda nobleza en la presentación del proyecto que lidera. Si bien es cierto que la idea de una paz estable y duradera es el sueño que todos los colombianos queremos abrazar, también lo es, que esto pronto puede convertirse en una pesadilla. El punto que le corresponde manejar al presidente es cómo mantenernos enamorados de la idea, sin sentirnos brutalmente estúpidos al implementarla. Porque la experiencia nos dice que difícilmente lo primero no lleva a lo segundo.
Mientras el sueño crece, el riesgo de salir lastimados y frustrados se hace aún más fuerte. Por eso la apuesta de Santos a la prudencia con una dosis de optimismo se ubica en el punto medio de dar pasos hacia adelante pero, neutralizando dentro de lo que cabe, las consecuencias de un siempre merodeante fracaso.
En la segunda parte de la alocución Santos mostró que es un verdadero líder, que tiene el carácter suficiente como para comprometerse, asumir la responsabilidad de los errores y pese a todo seguir adelante, porque negarse a este momento sería una muestra de cobardía. Y es aquí donde debo destacar que me quité el sombrero con este señor, nada de lo que dijo el primer mandatario parecía o tenía visos de improvisación, vimos a un hombre maduro que ha meditado una idea y que es capaz de volverla real, no solo porque cree en ella, sino porque sabe como conseguirla. Los puntos a seguir en esta hoja de ruta muestran que cuando se nos comunica a los colombianos es cuando el proceso se ha materializado en un preacuerdo, lo que nos evita desgastes innecesarios en las primeras fases de negociación donde la fragilidad es aún mayor. De repente entendimos que el nuevo gabinete es un equipo para la negociación de la paz, porque el de rottweilers a la usanza de Uribe no se corresponde con las exigencias del desafío.
Para finalizar su discurso el Presidente recordó una anécdota en la que una mujer que ha entregado dos hijos a la guerra, le pide que busque la paz, porque quiere darle dos hijos al futuro, este rostro de mujer es Colombia, dividida, dolida, contando sus perdidas y sus potencialidades, es el reflejo de todos nosotros.
Y es que la retórica de la guerra que tantos réditos electorales le dio a Uribe, es el pasado, es el encauzamiento de un pueblo a la fragmentación, al dolor y la muerte, y por suerte, no puede ni debe durar mucho; y el futuro está conformado por otras palabras, simples pero difíciles de pronunciar: esperanza, paz, confianza, porque al fin y al cabo el pesimismo no demanda nada, es mera inercia, mientras que el optimismo es dinámica, acción, lo que nos pone en disputa constante con nuestras propias vilezas y autocomplacencia con la desigualdad e injusticia histórica.
Lo cierto es que en una mano Santos empuñó la espada, mientras que aflojaba el puño en la otra, lo que indica que será un camino difícil de construcción de paz entre la guerra, y es aquí donde se afrontará el reto más difícil para todos, ¿cómo ser leales a un proceso de paz en el que seguirán muriendo colombianos?, tal vez la única respuesta es manteniendo el coraje mientras se justifique, es decir, mientras el proceso efectivamente avance, firmemente hacia la paz.
¡¡Felicitaciones Presidente!!