POR AMELIE
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La entrevista que el magistrado Correa le concedió a Cecilia Orozco, publicada en el Espectador del domingo 17 de febrero, en la que en forma abierta y sin rodeos manifiesta que el (ex) magistrado del Consejo de Estado aferrado a su silla ilegítimamente, William Giraldo, debe retirarse; es la voz que múltiples funcionarios de la rama judicial, decentes y honestos reclaman.
En tan solo una semana entre ésta y la segunda vergüenza del Consejo de Estado, como fuera la demanda que contra la Nación-Presidencia de la República y a la misma rama judicial que integra, interpusiera el también magistrado Marco Antonio Velilla, por el supuesto daño moral que en su opinión le generó que el Presidente de la República Juan Manuel Santos cambiara la terna (de Uribe) para el Fiscal, bloqueada en la Corte Suprema de Justicia, hay un enorme perjuicio a la imagen y trayectoria de la Corporación, pero lo que nos revela Correa es un tumor in crescendo, claramente cancerígeno, al interior de la misma rama judicial.
La pregunta que nos debemos hacer los ciudadanos es si el actual sistema de selección de los magistrados de las altas Cortes es ético y eficaz, o si se requiere una transformación profunda a un sistema que promueve los bajos perfiles, el amiguismo, el clientelismo y por ende, la corrupción.
De hecho, para nadie es un secreto que el actual sistema de nominación y elección de magistrados premia la barata politiquería por encima de los méritos. En efecto, si bien la idea de que para cada vacante de las altas Cortes se presenten todos aquellos que cumplen los requisitos es buena, luego resulta claro que no existe un verdadero concurso de meritos sino un ruin y oscuro lobby ante los magistrados quienes no saben distinguir un titulo de doctorado oficial de unos cursos de verano, o un examen TOEFL aprobado, del primer nivel del Instituto Colombo Americano. Pero además victimas de sus propias carencias y pobres perfiles, salvo muy valiosas y contadas excepciones, difícilmente elegirán a alguien que desde sus cortas miras “venga a ponerles la pata”.
Basta con ver las hojas de vidas de los actuales magistrados del Consejo de Estado para determinar a quienes elegirán, pacíficamente. De hecho el 80% de los magistrados no supera un titulo de especialización, el 98% no domina una segunda lengua, solo hay uno con título de doctor y 2 candidatos a obtenerlo, y si bien la mayoría dictan clases en universidades de todo pelaje, salvo algunos pocos diamantes, ello es sólo producto de la distinción que les da el cargo.
No nos digamos mentiras, el actual sistema de selección de los magistrados aparta a los competentes al someterlos a la necesidad de caerles en gracias a sus mediocres electores, pero además en la misma Corte Constitucional los funcionarios sin títulos, pero de toda una vida haciendo lo mismo, se ufanan de bloquearles el camino a los académicos porque así se quedan cómodamente en sus sillones, los de siempre, burócratas desprovistos de lo que más le sobra al magistrado Correa, valentía.
Considero que los magistrados titulares de las altas cortes deben someterse a un concurso serio de meritos en el que la experiencia profesional, por fuera y dentro de la rama, formación académica, publicaciones, dominio de idiomas, experiencia docente, sea analizado por expertos en forma objetiva y en el que los altos perfiles ocupen el lugar que se merecen al interior de la rama judicial. Pero además, en el que la mayor virtud de un magistrado, desde la sapiencia de Gustavo Zagrebelsky, sea satisfecha de conformidad a los más altos estándares morales: el desagradecimiento.
Nada más elevado que un magistrado capaz de hacer prevalecer la justicia e imparcialidad ante todos los favores recibidos, y que con su ejemplo demuestre que el ejercicio de la judicatura no es para hacer ni mantener a los amigos, a la familia o a los colegas, sino para prestar un servicio honesto y discreto a todos aquellos sobre los que tiene el poder de juzgar: la completa sociedad.