POR TERESA CONSUELO CARDONA (*)
La historia de la radio y por ende de la locución en nuestro país, avanza rauda a cumplir su primer siglo. Nuestra radio es de las que más trayectoria ha tenido en América latina y una de las más creativas del mundo. Y los locutores han construido con sus voces miles de situaciones que se han quedado adheridas a la parte imborrable de la memoria.
Los locutores han sido aquéllas personas que han puesto la magia en la radio. Han aportado al crecimiento de la imaginación y han legitimado, de muchas maneras, la cultura temporal de lo aceptable. Un trabajo de tal magnitud, implicaría, por lo tanto, una dosis grande de preparación, de formación y de responsabilidad. Pero lamentablemente, la decadencia cultural se reafirma en la mediocridad de sus locutores. Nunca he creído que todo tiempo pasado fue mejor, sin embargo, en este caso, debo reconocer que las entrañables voces que nos llevaron por el mundo de la fantasía y que nos pusieron frente a la realidad, están desapareciendo paulatinamente, y han sido reemplazadas por estridentes explosiones de ignorancia.
Encender el radio en la mañana, es casi un acto suicida. Del otro lado del receptor, alguien, de género indefinido, grita estupideces encadenadas por ruidos que intentan ser efectos sonoros. Se carcajea estrepitosamente, mientras intenta terminar un chiste, por demás ramplón. Y es difícil definir si el locutor interrumpe la música o ésta estorba a aquél. Se interceptan mutuamente. Y cuando por desgracia no se trata de un locutor, sino de dos, cada uno tiene su propio monólogo de boberías que entorpece la intención comunicativa de ambos y que obstaculiza cualquier intento por transmitir un mensaje con sentido completo.
Tienen la fea costumbre, los locutores más modernos, de leer segmentos de textos, haciendo de ellos una confusión drástica que podría poner en peligro la vida de sus oyentes, en el supuesto caso de que alguien les estuviera poniendo cuidado. Y lo hacen con los énfasis equivocados, con graves problemas de dislexia, articulación, pronunciación, vocalización y sobre todo, con ningún conocimiento sobre lo que leen, por lo que la información, hecha girones en sus voces, termina rellenando de ruido el ambiente, sin cumplir con el mínimo objetivo de un proceso de comunicación, que sería llevar un mensaje del emisor al receptor.
Para que nadie les vaya a reclamar un poquito de calidad, esta generación de locutores se escuda en que hacen programas para gente joven, transmisiones para públicos muy frescos y dinámicos, y que con una audiencia tan exigente, no tienen tiempo para preparar, sino que salen al aire espontáneamente dando todo de su propia experiencia juvenil. Nada más alejado de la responsabilidad que hacer un programa radiofónico sin preparación ninguna, basado en la improvisación total, que se fundamenta en la mediocridad, la pereza y la insolvencia idiomática.
El mal uso del idioma, que sería la herramienta con la cual trabaja un locutor, se ha convertido en una epidemia muy contagiosa, que viene azotando a toda la población. Cuando una palabra se dice mal en un medio de comunicación, se está legitimando el error y por ende, se está masificando. Se está contribuyendo a fortalecer la ignorancia y la resignación en la mediocridad.
Este Día del Locutor, podría ser una oportunidad para que aquellos cuya voz se encuentra en el espacio con sus oyentes, reflexionen sobre la importancia de su trabajo y le den el nivel y la dignidad que una labor tan excelsa se merece. Podría ser el pretexto perfecto para que quienes se ubican frente al micrófono, se comprometan a mejorar su manera de conectarse con su público y no se dejen arrastrar por la pobreza idiomática, y al proyectar la voz logren poner en esa voz algún mensaje.
Comparto el criterio que para ser un locutor no se necesita hacer un magister, pero no quienes tienen un magister pueden ser locutores. Lo mismo que pasa con los periodistas, que son usurpados en sus funciones por personas de todas las profesiones, les sucede a los locutores. No hay razones legales que puedan impedir que cualquier persona se exprese a través de la radio o de cualquier medio que incorpore audio. Pero lo que sí es claro, es que si alguien se precia de ser locutor, debe hacer valer la diferencia entre su trabajo y el de quien no está preparado para ejercerlo, en lugar de ponerse al niel mínimo, con la excusa de ser simpático.
Felicitaciones a todos los locutores, especialmente a aquellos que hacen del idioma un hecho respetable. Les recomiendo a los locutores activos y a quienes deseen serlo, el libro "Semántica de términos equivocados", del autor palmirano Fires Parra; una obra sencilla, agradable que puede ayudarnos a prevenir muchos desastres idiomáticos.
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(*) Periodista, Comunicadora Social, especialista en Gestión Política, Doctorado en Ciencias de la Comunicación. Clasificada en Categoría A1, por Colciencias (COL).
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