Desde Estrasburgo (Francia) se informa que el pasado 19 de marzo el Tribunal Europeo de los Derechos Humanos profirió una trascendental sentencia en lo que concierne a los alcances y límites de los derechos y libertades.
Se había instaurado demanda con miras a obtener que el Tribunal declarase, para Italia -pero con repercusiones doctrinarias en toda la Unión Europea-, que fijar el crucifijo -símbolo del cristianismo- en las escuelas y colegios oficiales implicaba una vulneración de los derechos de los estudiantes, específicamente de sus libertades de conciencia y de cultos.
El Tribunal negó las pretensiones de la demanda y al hacerlo manifestó que tal práctica, mientras no implique un adoctrinamiento forzoso o una imposición, no quebranta derecho alguno ni desconoce la plena libertad religiosa de quienes integran las comunidades educativas.
Este es un fallo de importancia inocultable, que traza linderos, pues oportunamente y con solvencia sale al paso de tendencias extremistas que, so pretexto de defender la libertad de unos, reclaman el desconocimiento y el atropello para la libertad de otros.
Desde luego, en esos ámbitos y en general en el seno de toda sociedad, tiene que haber respeto por las creencias ajenas, aunque no se compartan, y lo cierto es que, si la exposición de Cristo crucificado fuera prohibida, tendríamos una abierta y clara violación de los derechos de los cristianos. Como también, si fuese obligatorio el crucifijo -que no lo es-, se violarían los derechos de quienes pertenecen a confesiones distintas.
Es claro que no vivimos en la época de la Inquisición, en que las creencias se imponían a la fuerza, y se castigaba con la tortura y con la muerte -decretadas por los tribunales del Santo Oficio- a quien no las profesara. Hoy se pueden divulgar con libertad, sin que ello implique forzar u obligar a otros.
Una vez más surge en este campo la necesidad de subrayar un principio de equilibro entre los derechos, que no por ser fundamentales pueden ser concebidos como absolutos.
En este sentido, es muy cierta la sintética expresión consignada en muchas sentencias: el derecho de cada uno llega hasta donde comienzan los derechos de los demás.
En Colombia, no faltó quien quisiera impedir a la Corte Suprema fijar el crucifijo en su Sala Plena; un crucifijo que, aunque chamuscado, salió entero de las ruinas del Palacio de Justicia. De modo contundente, la Corte rechazó la ofensiva solicitud.