Guaitarilla, Cajamarca y Soacha, fueron los casos mencionados por el Presidente Álvaro Uribe como ejemplos de lo que no debe ocurrir en el Estado colombiano en el ejercicio de la actividad que desarrolla la Fuerza Pública.
El Presidente ordenó –más que invitar, como dice la información oficial- a los miembros de las instituciones armadas decir la verdad y tener, en todos los niveles, rigor absoluto en materia de exigencia de derechos humanos.
La cruda realidad es que, en esta materia, a pesar de los propósitos gubernamentales así expresados, Colombia está dando ante el mundo un espectáculo deprimente. Hay muchas cosas oscuras, tenebrosas, particularmente en casos como los que el Presidente de la República recuerda.
La noticia más reciente, para no ir más lejos: seis militares fueron capturados este 27 de octubre en Casanare, por orden de la Fiscalía, bajo la sindicación de haber abatido a campesinos a quienes posteriormente hicieron figurar como muertos en combate, en un caso más de lo que se conoce como "falsos positivos". Lo mismo de Soacha. Una práctica sencillamente escalofriante.
Entonces, los casos de Bogotá y Soacha no son los únicos, ni es la primera vez que esto ocurre, pues hay muchos más denunciados de tiempo atrás en la costa atlántica, a la vez que crecen las quejas de familiares de otras personas desaparecidas. Lo cual significa que esta es una situación extendida en el tiempo y en el espacio. Y es de una gravedad inmensa desde el punto de vista de la real vigencia en Colombia de los Derechos Humanos, lo que expone al país a un duro juicio por parte de la justicia internacional, a condenas cuantiosísimas, y a exclusiones. "¿Cómo puede aspirar Colombia a un TLC con Estados Unidos?", dirán los demócratas norteamericanos.
Para el Ejército colombiano -cuyos logros nadie desconoce, y en cuyo seno hoy se insiste, al menos teóricamente, en la formación de sus hombres en materia de Derechos Humanos- este constituye un campanazo que lo debe hacer reaccionar. Y reconsiderar la tesis según la cual los mayores méritos del militar se miden por el número de muertos, sin establecer "quiénes" son, sino "cuántos". Ello –además de constituir una burda concepción del éxito- pesa, sin duda, en la mente de un individuo ambicioso y sin escrúpulos, que quiera ascender a cualquier precio dentro de la institución.