El pasado 15 de julio se produjo el esperado referendo en Venezuela, en el curso del cual los ciudadanos de ese país debían resolver acerca de si el Presidente Chavez permanecía o no en el cargo.
Interesa, desde el punto de vista del análisis político y también bajo la perspectiva de la vigencia de la democracia en América Latina, formular algunas apreciaciones sobre el tema, entendiendo que -desde luego- eran los venezolanos los llamados a resolver su situación; fueron ellos los que se pronunciaron el domingo en las urnas, y son ellos también quienes tienen -todos- la responsabilidad de dar por terminada la actual polarización y avanzar hacia el nuevo rumbo de su propio destino.
Nos parece en primer lugar que la oposición consideraba que al solo conjuro del referendo -al que vieron como una especie de “parto de los montes”-, se obtendría una votación abrumadora contra Chavez, y no fue así. Y ahora, visto el fracaso de su propuesta ante la decisión popular, no hallan camino distinto de desconocer su derrota, hablar de fraude sin pruebas y -obviamente- seguir en la confrontación como si nada hubiera pasado.
Creemos que sí pasó algo, y muy importante:
- Ante todo, se fortaleció la democracia participativa, pues no solamente se hizo uso de un instrumento novedoso en medio de un período presidencial en curso, sino que los niveles de votación del pueblo venezolano fueron muy altos, dejando atrás el predominio de la abstención y tomando los ciudadanos plena conciencia de su papel protagónico en la crisis;
- Se fortaleció el propio Presidente Chavez, no solamente por la votación mayoritaria a su favor sino por el reconocimiento de los veedores internacionales, a través de Carter y Gaviria, sino merced al apoyo de la comunidad internacional;
- Se debilitaron los argumentos apocalípticos de quienes, a la manera como lo hacen nuestros profetas de catástrofes (recordemos nuestro propio referendo), dijeron siempre que la salvación de Venezuela estaba exclusivamente en el relevo del actual gobernante, y no en el cambio de orientación que él ejecuta en aspectos tan vitales como la política económica y el modelo mismo -que el pueblo no quiere que sea neoliberal-, así como la cuestión social, que -aquí y allá- reclama urgentes soluciones;
-Se hizo mucho más sólida la aplicación del principio democrático de autodeterminación de los pueblos;
-El Gobierno, a su vez, ha quedado demasiado comprometido con su enorme responsabilidad y con el pueblo, no menos que con la comunidad internacional en torno a la cristalización de claros objetivos de bien común y de solidaridad que son imposibles si la profunda división actual entre los venezolanos permanece o se empeora.
Claro está, no se trata de buscar el unanimismo, que es una deformación odiosa del consenso y que tanto daño está causando entre nosotros. Pero sí se hace indispensable que haya, como lo predicaba Alvaro Gómez, un “acuerdo sobre lo fundamental”, sin sacrificio de las discrepancias.