Hacemos votos para que, al momento de publicar estas líneas, el Senador Jorge Alfredo Ramos no haya periclitado en su empeño por mantener la independencia de su voto y de sus posiciones ante las propuestas del Gobierno.
Si no ha ocurrido así, el aludido congresista ha demostrado cuál es la actitud que está llamado a asumir, en ejercicio de su delicada función, un miembro de la Rama Legislativa, que no puede ser instrumento de nadie, menos del Ejecutivo, pues su compromiso y su juramento lo vinculan únicamente al pueblo que lo eligió y a su propia conciencia.
Es hora de que se ponga en tela de juicio la antidemocrática actitud de algunos uribistas –más que del propio Presidente Uribe-, orientada hacia el apabullamiento de las ideas y los criterios de quienes no comparten una u otra de las muy discutibles y controvertibles iniciativas gubernamentales que cursan en el Congreso.
El Legislativo, como varias veces lo hemos dicho, no es ni puede ser un apéndice del Gobierno, ni debe convertirse en la caja de resonancia de todas las ideas y propuestas presidenciales, ya que por ese camino –si lo prosigue- irá a desaparecer, tarde o temprano como institución.
El actual Congreso se mueve exclusivamente bajo los impulsos del Jefe del Estado y de sus ministros; no tiene iniciativas propias; no debate; no discute; no ejerce control político; apoya todo, sin saber qué ni porqué; se arrodilla, temeroso ante las posibilidades de su revocatoria, que es el látigo mediante el cual el Gobierno lo fustiga y lo amenaza.
La verticalidad del Senador Ramos –amigo del Gobierno, pero no su “ficha”, como con fortuna él mismo lo expresara- se muestra hoy, en el seno de la mal llamada “bancada” uribista, como un acto de indisciplina o de incumplimiento; cuando en realidad constituye un ejemplar comportamiento, valeroso, de quien vota según su convicción, con sinceridad y con criterio, no bajo presiones ni reclamos. Conste que apoya al Ejecutivo en la mayoría de sus proyectos.
Ojalá no entregue su autonomía el Senador antioqueño, y aunque siga respaldando a Uribe, lo haga defendiendo siempre la convicción de que mal le sirve al gobernante quien por debilidad le dice mentiras y lo alaba en asuntos que no merecen alabanza, o lo apoya en temas a cuyo respecto tiene criterios distintos.
Por estos meses, algunos congresistas, como también algunos columnistas, que claudican con gran debilidad ante quien ejerce el poder –lo abandonarán cuando lo pierda- se muestran tan exageradamente celosos en la defensa sin limites del Presidente de la República y hacen tales esfuerzos por hacerle ver su apoyo y por mostrarse como sus voceros auténticos, que se despersonalizan totalmente, pierden cualquier identidad ideológica y política, y se entregan sin análisis y sin evaluación a respaldar por respaldar cuanto se le ocurre al Ejecutivo.
Por supuesto, esa perdida de identidad individual se refleja públicamente en el unanimismo, muy dañino para la democracia y también pernicioso para el propio Gobierno, que, cuando termine el tiempo de su “luna de miel” y se desprestigie, perderá velozmente a sus acuciosos amigos, quienes deprisa buscarán abrigo en las toldas de quienes muestren poder y liderazgo, no importa cuáles sean sus ideas y programas.
Nada puede esperar el gobernante de quien se une a él sólo por oportunismo.