“Señores del consejo de guerra, en su acusación el fiscal ha citado a la diosa Temis: la diosa de la justicia. Pero si vamos a recurrir a la mitología, deberíamos hacerlo sin los errores en que él cae en cuanto abre la boca. Su fiscal general es un patán ignorante, señores; ni siquiera sabe que existen dos Temis: la que, teniendo en la mano derecha la balanza y en la izquierda la espada, mira la balanza con ojos serenos; y la que, sosteniendo en la mano izquierda la balanza y en la derecha la espada, se vuelve hacia esta última con los ojos vendados”. Defensa de Alexandros Panagoulis ante los estrados judiciales.
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Alexandros Panagoulis. Nacido en Grecia el 2 de julio de 1939, político y poeta griego que defendió ferozmente la lucha de su pueblo contra la Dictadura de los Coroneles[1]. Convencido de los principios democráticos se afilió a la Unión de Centro que más adelante se convirtió en la Juventud Democrática Griega. Fundó la organización Resistencia Nacional.
Panagoulis se hizo conocer por los griegos y la comunidad internacional, cuando intentó asesinar al dictador Georgios Papadopoulus el 13 de agosto de 1968 cerca de Varkiza, pero las cosas salieron mal y fue capturado.
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Una vez encarcelado por esta hazaña, fue torturado de formar cruel e inhumana tanto física como psicológicamente, pero resistió gracias a la fortaleza de su mente, su voluntad para resistir y a la convicción de sus ideas. Dicen algunos que lo salvó su sentido del humor ante las adversidades, su férrea certeza de no ceder ante la injusticia y su genio poético; algunos de sus poemas -escritos con su propia sangre- quedaron acreditados en los muros de la prisión
Trató de escapar varias veces, uno de ellas con éxito, pero fue nuevamente capturado propiciando torturas cada vez más crueles. Según cuenta Oriana Fallaci –su compañera de vida- Panagoulis -leal a sus ideologías-, soportó lo insoportable.
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La Corte Militar que adelantó el proceso en su contra, lo encontró culpable y lo condenó a muerte, el 17 de noviembre de 1968. No obstante, la presión política ejercida por la comunidad internacional logró que la ejecución se convirtiera en prisión perpetua.
Restaurada la democracia fue liberado y elegido diputado de la Unión de Centro y llegó a ser su presidente en el año 1974, pero diferencias irreconciliables con su propio partido lo llevaron más tarde a dimitir.
A la edad de 38 años murió en un accidente automovilístico en la ciudad de Atenas. La polémica acerca de su accidente fue avivada por algunos medios griegos que llegaron a decir que el accidente fue planeado para silenciar la voz crítica y detractora de Alexandros Panagoulis contra la corrupción de su país.
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Su compañera sentimental hasta su muerte, la escritora y periodista Oriana Fallaci, escribió un libro dedicado a Alexandros Panagoulis “Un Hombre” en italiano “Un uomo” que consigna la defensa que pronunció Alexandros Panagoulis en la audiencia pública en la cual sería leído el fallo de condena a muerte proferido por la Corte Militar Griega, esto es, el día 13 de agosto de 1968.
En palabras de Oriana Fallaci, esto fue lo que sucedió aquel día:
“Pero llegó el día fijado para tu defensa y para la acusación de Liappis, y sucedió algo que no habías previsto: te enamoraste de la idea de morir. ¿Para qué continuar el juego? ¿Para qué te infligieran lo que podías exigir orgullosamente, para mantener el papel de víctima? El papel de víctima hay que rechazarlo siempre; nunca se obtiene nada con el papel de víctima y he aquí la gran ocasión anhelada: demostrar al mundo quién eras y en qué creías. La prensa del régimen no iba a tomarlo en cuenta, desde luego, pero los periodistas extranjeros, sí. Ellos no arriesgaban nada desobedeciendo, de manera que contarían la verdad sobre este hombre que vivía y moría como un hombre, sin doblegarse, sin asustarse, sin reasignarse, predicando el único bien posible, el único bien que cuenta: la libertad. Y tal vez lo contaría algún otro en tu país. Algún juez, algún abogado, algún policía arrepentido. Y muchos sabrían. Una vez muerto, te amarían, tal vez te imitarían, y ya no volverías a estar solo. << ¡Levántese el acusado!>>, te instó el presidente. Según la costumbre, el acusado debía hablar antes que el ministerio público. Los tres policías aflojaron la tenaza. Te levantaste. Miraste a la cara a los miembros del tribunal, uno a uno. Y tu voz se elevó firme, sonora. Bellísima".
Defensa de Alexandros Panagoulis:
<<Señores miembros del consejo de guerra, seré breve. No les aburriré. Ni siquiera insistiré acerca del interrogatorio infame que he sufrido: lo que ya he dicho sobre él me basta. Antes de examinar las acusaciones que se me formulan, prefiero insistir sobre otro aspecto del vergonzoso sumario que me afecta: vuestra tentativa de sostener la acusación con falsas pruebas, elementos no veraces, testimonios amañados o impuestos a los testigos de ambas partes. En efecto, esta mi defensa no pretende ser una justificación y no lo será. Quiere ser, más bien, una requisitoria y lo será: partiendo precisamente del falso documento que se me atribuye y que ha sido el hilo conductor de la totalidad del proceso. Documento importante, en mi opinión, porque es típico de todos los procesos que se desarrollan en los países donde la ley se suprime a la vez que la libertad. No sois los únicos que caéis en esta ignominia, no. Seguramente, mientras os hablo, patriotas de otros países sin ley y sin libertad son juzgados por un consejo de guerra sometido a un régimen tiránico, y condenados basándose en pruebas falsas, en elementos no veraces, en testimonios amañados o impuestos a los testigos, en confesiones semejantes a la confesión que yo nunca hice y nunca firmé, como lo demuestra el hecho de que no lleva mi firma sino la de dos esbirros que se llaman Hazizikis y Theofiloiannacos. Esbirros desprovistos de respeto a la gramática, por añadidura. Esta noche he podido leer por fin esos folios, y resultaría difícil precisar si me he estremecido más por las mentiras o por los groseros errores gramaticales que contienen. Si los hubiera visto antes, os lo aseguro, aun en estado de coma hubiera sugerido algunas correcciones. ¡Ay, de qué analfabetos dispone este régimen! Se diría que la ignorancia corre parejas con la crueldad. Y bien, señores del consejo de guerra, vosotros sabéis muy bien que servirse de un documento falso es inaceptable tanto desde un punto de vista moral como legal. Y puesto que este proceso se ha construido sobre dicho documento, yo tendría derecho a impugnarlo. No lo he impugnado porque no quería induciros a creer que tenía miedo de enfrentarme con la acusación. Está claro que acepto la acusación. Yo nunca la rechacé. Ni durante el interrogatorio ni ante vosotros. Y ahora repito con orgullo: sí, yo monté los explosivos, yo hice saltar las dos minas. Y ello con la finalidad de matar al que llamáis presidente. Sólo lamento no haber conseguido darle muerte. Desde hace tres meses es mi pena más grande, desde hace tres meses me pregunto con dolor en qué fallé, y daría el alma por volver atrás y triunfar. Así, pues, no es la acusación en sí lo que provoca mi indignación; es el hecho de que a través de aquellos folios se intente deshonrarme declarando que fui yo quien implicó a los demás acusados, quien dio los nombres que han sido pronunciados en esta sala. Por ejemplo, el nombre del ministro chipriota Policarpos Gheorgazis. Aquí radica la infamia, y también lo que en ella hay de típico. Para reforzarla, mis acusadores han llegado a decir que mis antecedentes penales eran turbios, que fui un teddy boy de muchacho y un indeseable de adulto, un ladrón y un mercenario. Mis antecedentes penales están ante vosotros, señores del consejo de guerra, y en ellos podréis comprobar que nunca fui un teddy boy, ni un indeseable, ni un ladrón ni un mercenario. Fui siempre y sigo siendo un combatiente que lucha por una Grecia mejor, un mañana mejor; en suma, por una sociedad que crea en el hombre. Si yo me encuentro aquí es porque creo en el hombre, y creer en el hombre significa creer en su libertad. Libertad de pensamiento, de palabra, de crítica, de oposición; todo lo que el golpe fascista de Papadopoulos eliminó hace un año. Y henos aquí en la primera acusación que se me formula.
>> La primera acusación, incluso en orden de importancia, es tentativa de subversión al Estado: artículo 509 del Código penal. ¿Y no es paradójico que me la formulen precisamente quienes el 21 de abril de 1967 infringieron el artículo 509? ¿Quién tendría, pues, que sentarse en este banquillo? ¿Yo o ellos? Cualquier ciudadano con un poco de cerebro y un poco de cojones os respondería: ellos. Y añadiría lo que ahora añado yo: al convertirme en un fuera de la ley, al negarme a reconocer la autoridad del tirano, yo he respetado y no infringido el artículo 509. Pero no me hago ilusiones de que me comprendáis en este punto porque, si el golpe hubiera fallado, también vosotros os sentaríais en este banquillo, señores del consejo, y no sólo los jefes de la Junta. Por eso no me extiendo sobre este particular y paso a la segunda acusación: deserción. Es verdad: he desertado. Unos días después del golpe abandoné mi unidad y me fui al extranjero provisto de un pasaporte falso. Debí hacerlo el mismo día del golpe, no después. Pero en este sentido debo ser absuelto: el día del golpe la situación era muy tensa con Turquía, y si hubiera estallado la guerra mi deber hubiera sido combatir, no desertar. Precisamente porque la guerra no estalló me apresuré a cumplir con el otro deber: desertar. Señores del consejo, servir en el ejército de una dictadura sí hubiera sido una traición. Elegí, pues, ser un desertor y me siento orgulloso de mi elección, y dicho esto, he aquí la acusación que a vosotros os urge más: intento de homicidio del jefe de Estado. Comenzaré afirmando que, contrariamente a los chismes contados por mis esbirros, yo no amo la violencia. La odio. Ni siquiera me gusta el asesinato político. Cuando eso sucede en un país donde existe un Parlamento libre y a los ciudadanos se les reconoce la libertad de expresarse, de oponerse, de pensar de forma distinta, yo lo condeno con disgusto y con ira. Pero cuando un gobierno se impone con la violencia, y con la violencia impide a los ciudadanos expresarse, oponerse e incluso pensar, entonces recurrir a la violencia es una necesidad. Más aún, un imperativo. Jesucristo y Gandhi lo explicaron mejor que yo. No hay otro camino, y el que yo no haya triunfado no cuenta. Otros seguirán y triunfarán. Preparaos y temblad. No, señor presidente, no me interrumpa, se lo ruego. Estoy llegando a la tercera acusación y pronto podrá gritar a los cuatro vientos que su uniforme no tiembla. Tercera acusación: tenencia de explosivos. ¿Qué más puedo añadir a lo que ya he dicho? He explicado que sólo dos de mis compañeros acusados sabían que me disponía a realizar un atentado, pero no sabían qué atentado. También me he atribuido la responsabilidad de las dos bombas que estallaron la misma mañana en el parque y en el estadio. He aclarado que ésas tenían sólo una finalidad demostrativa, de advertencia, y que por eso fueron explosionadas de forma que no provocaran víctimas entre la población. Si mis compañeros acusados han dicho cosas distintas en los documentos que han firmado, eso no cuenta. Se trata de documentos arrancados con torturas; si yo torturase a Hazizikis y a Theofiloiannacos acabaría por obligarles a decir que su mamá es una prostituta y su padre un maricón. Y supongo que a sistemas semejantes se debe la calumnia que afecta a Policarpos Gheorgazis. Ya sé que Papadopoulos daría lo que fuera porque la calumnia resultara verdad. Y Ioannidis lo mismo. Así tendrían pretexto para invadir Chipre y truncar su independencia como aquí han truncado la democracia. Pero ambos deben resignarse: ningún político extranjero está implicado en la lucha que represento. Ésta se desarrolla aquí, en la patria, señores, no en el exterior: por algo mi grupo se llama Resistencia griega. Y si Policarpos Gheorgazis trabajara para Resistencia griega, para mí, sería la primera vez que un simple soldado, convoca a las armas a un ministro de Defensa. Pero entonces, objetaréis, ¿de dónde procedía este explosivo? Señores del consejo de guerra, no os lo diré. No lo he confesado bajo las sevicias más atroces, ¿y esperáis acaso que lo confiese en una defensa? Este secreto morirá conmigo. Y con esto he terminado. Sólo me queda añadir una cosa personal. Si queréis, un pequeño acto de orgullo personal. Vuestros testigos han dicho que yo soy un hombre egoísta. Pues bien; si lo hubiese sido, me hubiera quedado tranquilamente en el extranjero. En cambio, he vuelto del extranjero a arriesgarme y a luchar. Conocía los peligros que me aguardaban, lo mismo que ahora conozco la pena que me infligiréis. Sé, en efecto, que me condenaréis a muerte, pero no me echo atrás, señores del consejo de guerra, y aun acepto desde ahora esta condena. Porque el canto del cisne de un verdadero combatiente es el estertor que emite tiroteado por el pelotón de ejecución de una tiranía.>>
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[1] Periodo de dictaduras en Grecia que comenzó en el año 1967 con el golpe de Estado de los Coroneles y que fue dirigida por Georgios Papadopoulos. Este periodo sangriento para Grecia, terminó en el año 1974 con la proclamación de la Tercera República Helénica.