EL IMPERIO DE LA MENTIRA

09 Feb 2009
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La de los sobrevuelos militares de esta semana es apenas una más en la ya larga cadena de mentiras que infortunadamente nos ha dicho el gobierno.

La verdad es un principio elemental de cualquier relación entre personas y, con mayor razón, de la relación entre los gobiernos y los pueblos: la verdad, entendida como conformidad entre las palabras y los hechos, sin desfiguraciones, mutilaciones ni manipulaciones.

Los gobernantes están obligados a hablar con la verdad a sus gobernados. Sin ese elemento, imprescindible para que haya genuino entendimiento, diálogo fluido, buen suceso de las actividades públicas y privadas, cualquier gobierno está llamado al fracaso -por bien intencionadas, plausibles y exitosas que sean sus decisiones y motivaciones-: la mentira enrarece la atmósfera, genera desconfianza, da lugar a prevenciones y reservas, descompone la imagen del gobernante, erosiona el respeto, quita autoridad y da al traste con los mejores proyectos.

Por eso, con toda razón y a manera de postulado, el artículo 83 de la Constitución colombiana ha consagrado la buena fe como fundamento de las relaciones entre las autoridades y los ciudadanos, llegando inclusive a presumirla en todas las gestiones que los segundos adelanten ante las primeras.

La buena fe consiste en un compromiso básico según el cual, en el desarrollo de las actividades de los asociados -y por supuesto de quienes ejercen poder sobre ellos- debe prevalecer un sentido ético que garantice transparencia y fidelidad en las conductas y en las múltiples situaciones propias de la convivencia. Ese postulado obliga, y no debe decaer, transformarse en doblez, ni desaparecer - ni siquiera si se da como excusa el bien del engañado- como suele admitirse en nuestra sociedad cuando se consiente en esa mediocre especie conocida como “mentira piadosa“.

Por eso hablar de “mentiras de buena fe” es una contradicción en los términos: no existen mentiras de buena fe. La mentira de un gobernante a su pueblo siempre es de mala fe.

Inclusive, un elemental instinto de conservación debería llevar a quien gobierna a decir en todo caso la verdad, en especial si sabe de antemano que su mentira será descubierta. Las explicaciones posteriores para la mentira nunca convencen, porque la mentira es, de suyo, una agresión; porque es engaño, y porque quien encuentra que se le mintió una vez supone fundadamente que, en adelante, siempre se le mentirá.

Todas estas reflexiones las suscita el más reciente hecho de mentira gubernamental entre nosotros. El episodio de los sobrevuelos de aviones militares el domingo 1 de febrero, mientras se adelantaba el operativo humanitario de entrega, por parte de las Farc, de tres policías y un miembro del Ejército a quienes mantenían secuestrados. Ha quedado establecido que el Ejecutivo les mintió al Comité Internacional de la Cruz Roja, al gobierno brasileño, a Colombianos y Colombianas por la paz, y al país entero cuando a todos aseguró que, durante el proceso de las liberaciones unilaterales de las seis personas que las Farc habían prometido entregar, no habría ninguna operación militar, ni vuelos o sobrevuelos de aeronaves militares, con independencia de la altura, pues se contempló un cierto número de pies -20.000- por encima de los cuales sí podrían cruzar aviones comerciales. Les mintió por cuanto después, en el momento del operativo, ordenó los sobrevuelos, poniendo en peligro no solamente el éxito del mismo sino las vidas de los secuestrados y de los miembros de la Comisión Humanitaria.

Y el Gobierno volvió a mentir cuando el periodista Jorge Enrique Botero divulgó a través de Telesur que los sobrevuelos habían perturbado el curso del proceso. Los voceros oficiales lo negaron descaradamente, y señalaron al periodista como incumplido, parcializado - en su carácter de miembro de la Comisión Humanitaria- e irresponsable. Y, en la noche, el Presidente de la República retiró la autorización a Piedad Córdoba y a Colombianos y Colombianas por la Paz para tomar parte en las futuras liberaciones. Afortunadamente, teniendo en cuenta que, al descubrirse la verdad, iba a quedar como responsable de la no liberación de Alan Jara y Sigifredo López, reconsideró la pataleta y devolvió la autorización a la senadora. Pero lo hizo condenando en forma simultánea las revelaciones del periodista Botero.

Pero luego, cuando el periodista Daniel Samper dio fe de lo ocurrido, en declaraciones públicas, el Gobierno tuvo que reconocer que “se equivocó de buena fe”; que sí hubo sobrevuelos; y que todo se debe atribuir a que el Comandante de las Fuerzas Militares, General Padilla de León, no había estado presente en la reunión. Una disculpa cuando menos infantil. Nadie entiende cómo un Gobierno serio, en un asunto tan delicado -donde estaban de por medio la vida y la libertad de muchas personas- puede hacer un compromiso de cese transitorio de operaciones militares en ciertas fechas, sin enterar al Comandante General de las Fuerzas Militares. Otra mentira, o una verdad a medias, que es lo mismo.

Y a esas mentiras agregó otra: que, dentro del compromiso humanitario, estaba que por encima de 20.000 pies de altura sí podían circular en el área aviones militares. Lo cual fue desmentido de inmediato por la Cruz Roja, cuando mediante comunicado dejó constancia de que lo permitido por encima de ese límite eran solamente los vuelos comerciales.

Mentiras y más mentiras. Como en el caso de la “Operación Jaque”. Como en el caso del operativo que culminó con la muerte de Raúl Reyes. Como en los casos de los falsos positivos. Como en el caso de las “pirámides”. Como en el de la sindicación a Rafael Pardo, o a Carlos Gaviria, de estar en contacto con la guerrilla. Como en el de la visita de alias “Job” a Palacio. Como en el de las interceptaciones telefónicas. Como en el del seguimiento ordenado por el DAS a Gustavo Petro y a otros dirigentes del Polo Democrático. Como en el caso de las extradiciones de los paramilitares. Como en el de las sindicaciones a un Magistrado Auxiliar de la Corte Suprema de buscar pruebas contra el Presidente. Como en los sucesos de la “Yidispolítica”. Como en el caso de Carimagua. Como en el caso del hermano del Ministro del Interior. Como en el de las cuentas del referendo. Como en la posición misma del Presidente, en el sentido de si quiere o no quiere ser reelegido. Para mencionar las mentiras de las cuales nos acordamos.

Las rectificaciones son permanentes, y la mentira se ha vuelto tan común que ya ni pena les da. Y ya nadie las reprocha. Nos hemos acostumbrado a que nos digan mentiras. Por eso el Comisionado de Paz nos vuelve a mentir: protagoniza una pantomima y dice que renuncia “irrevocablemente“, y asegura que se va, pero en verdad se queda.
(Tomado de www.razonpublica.org.co del 8 de febrero de 2009)


 

Modificado por última vez en Sábado, 28 Junio 2014 20:16
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