EL VIRUS DEL DICTADOR

16 Oct 2007
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Las dictaduras siempre serán odiosas, y nefastas para los pueblos, no importa el color que representen desde el punto de vista ideológico. Tan malas son las de derecha como las de izquierda. De modo que a quien esto escribe no le agradaron ni Castro, ni Pinochet; y tan repugnantes le parecieron las arbitrariedades y los crímenes de Hitler como los crímenes y las arbitrariedades de Stalin.

 

Quien tiene el virus del dictador se aferra al poder, y hace todo por conservarlo, aumentarlo y ensancharlo. Puede incluso haber llegado al mismo por las vías democráticas, y ante la proximidad de su salida  -que implica perder el poder-,  comienza a buscar los mecanismos para prolongar su ejercicio. Cada vez se le verá más insatisfecho con el poder que tiene y con el poco tiempo que le queda al frente de los destinos de su país, por lo cual progresivamente mostrará una tendencia a absorber las competencias; a romper las barreras institucionales que lo separan de las otras esferas de poder previstas en el sistema jurídico; a concentrar funciones; a desplazar a sus posibles competidores, sin importar los mecanismos de los que deba valerse para ello. Hasta que termina proclamando paladinamente su poder absoluto.

 

El poder embriaga; enceguece; la desesperada búsqueda de su conservación, concentración y extensión no es otra cosa que una grave enfermedad, que entre otras características tiene la de ser incurable. El problema radica en que quien la padece no sufre en sí mismo sino que hace sufrir las consecuencias a los demás. A medida que crece su poder, los gobernados tienen menos libertad. Mientras más espacio ocupa el poderoso, se arrincona en forma preocupante cualquier expresión jurídica. El Derecho va cediendo terreno, hasta desaparecer.

 

Todo ese proceso de deterioro institucional está principiando a desarrollarse en varios países de América Latina, y siempre el punto de arranque es el mismo: el propósito del gobernante en ejercicio de hacerse reelegir.

 

Por eso, con independencia de los nombres y de los lugares, es la figura misma de la reelección la que nos parece antidemocrática, no importa que se la disfrace con una supuesta decisión del pueblo. Es, de suyo, contraria al ideal democrático en cuanto concentra, excluye, congela, perpetúa. Además de que se presta para ocultar vicios e inmoralidades en el interior de los gobiernos. Y, aunque no se confunda con ella, en la época actual es el primer paso a la dictadura.

 

 

 

 

 

Modificado por última vez en Sábado, 28 Junio 2014 20:16
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