Reconocida como una juez que solo quería fallar con absoluta independencia declaró en el año 2007: “Siempre lo digo: la tarea de un juez de la Corte es antipática por naturaleza porque, para ser un buen juez, nuestro primer deber es ser desagradecidos con quien nos nombró. Estrecharle la mano con educación, agradecerle el cargo y no volverlo a ver”.
Carmen Argibay formó parte del Tribunal Internacional de Mujeres sobre Crímenes de Guerra para el enjuiciamiento de la esclavitud sexual que terminó condenando a Japón por los crímenes cometidos durante la Segunda Guerra Mundial. En el año 2001 integró el Tribunal para la exYugoslavia en la Corte Penal de la Haya.
Fue una luchadora y defensora de los derechos de la mujer, condenó la discriminación por razones de sexo, se pronunció a favor del aborto defendiendo el derechos de las mujeres a decidir qué hacer con su propio cuerpo lo que le trajo pronunciamientos en contra por parte de la derecha –específicamente de la Iglesia Católica-, frente a los cuales la jueza no dio marcha atrás y por el contrario declaraba: “Mis creencias, o mis no creencias, en todo caso, no tienen nada que ver con la función que voy a desempeñar. El Estado es laico y, por lo tanto, la Justicia también es laica”.
Para ella: “No hay que discriminar ni por religión, ni por raza, ni por sexo, ni por elección sexual”.
La Jueza Argibay era atea: “porque no creo en Dios y porque lo digo” y proclamaba estar más cerca de la izquierda que de la derecha.
Frente a las presiones que la Corte sufrió por parte del Gobierno también sentó una posición clara: “Uno siempre tiene una salida. Si no está conforme o si recibe muchas presiones y no quiere hacer las cosas que le tratan de imponer, es muy simple la solución. Uno no está atornillado a un sillón. Si la cosa se plantea en esos términos, uno se va, se acabó”.