Es bueno estar en casa. Gracias, muchas gracias. Mis compatriotas estadounidenses, Michelle y yo hemos estado tan impactados por todos los buenos deseos que hemos recibido en las últimas semanas. Pero esta noche, es mi turno para decir gracias. Ya sea cuando nuestras posturas hayan coincidido o cuando no hayamos estado de acuerdo en lo absoluto, mis conversaciones con ustedes, el pueblo estadounidense - en salones y escuelas; en las granjas y en las fábricas; en los comedores y en puestos avanzados - son lo que me han mantenido honesto, inspirado, y motivado. Cada día, aprendí de ustedes. Ustedes me hicieron un mejor presidente, me hicieron un mejor hombre.
Vine por primera vez a Chicago poco después de cumplir 20 años, cuando aún intentaba averiguar quién era; buscando un propósito para mi vida. Fue en los barrios no lejos de aquí donde empecé a trabajar con grupos de la iglesia a las sombras de los molinos de acero cerrados. Fue en estas calles donde fui testigo de la fuerza de la fe y la dignidad tranquila de los trabajadores ante las dificultades y la pérdida. Aquí es donde aprendí que el cambio sólo ocurre cuando la gente se involucra, se compromete y se une para exigirlo.
Después de ocho años como Presidente, sigo creyendo eso. Y no es sólo mi opinión. Es el corazón de nuestra idea estadounidense - nuestro osado experimento de autonomía.
Es la convicción de que todos somos creados iguales, dotados por nuestro Creador de ciertos derechos inalienables, entre ellos la vida, la libertad y la búsqueda de la felicidad.
Es la insistencia en que estos derechos, aunque son evidentes, nunca se han aplicado de forma automática; que nosotros, el pueblo, mediante el instrumento de nuestra democracia, podemos formar una unión más perfecta.
Este es el gran don que nuestros fundadores nos dieron. La libertad de perseguir nuestros sueños individuales a través de nuestro sudor, trabajo e imaginación, y el imperativo de luchar juntos para lograr un bien mayor.
Durante 240 años, el llamado de nuestra nación a la ciudadanía le ha dado trabajo y propósito a cada nueva generación. Es lo que llevó a los patriotas a elegir la república sobre la tiranía, a los pioneros a irse al oeste, a los esclavos a desafiar aquel precario ferrocarril para conseguir la libertad. Es lo que atrajo a inmigrantes y refugiados desde más allá de los océanos y el Río Bravo, impulsó a las mujeres a luchar por el voto, estimuló a los trabajadores a organizarse. Por eso nuestros soldados dieron sus vidas en la playa Omaha y en Iwo Jima; en Irak y Afganistán - y es por eso que hombres y mujeres desde Selma hasta Stonewall estaban preparados para dar las suyas.
Eso es lo que queremos decir cuando decimos que Estados Unidos es excepcional. No es que nuestra nación haya sido impecable desde el inicio, sino que hemos demostrado la capacidad de cambiar y mejorar la vida de aquellos que vienen después.
Es cierto, nuestro progreso ha sido desigual. La labor de la democracia siempre ha sido difícil, polémica y a veces sangrienta. Por cada dos pasos adelante, a menudo se siente que damos un paso atrás. Pero el largo recorrido de Estados Unidos ha sido definido por el movimiento de avance, por una constante ampliación de nuestro credo constitucional para aceptar a todos, y no sólo a unos cuantos.
Si les hubiera dicho hace ocho años que Estados Unidos saldría de una gran recesión, restablecería nuestra industria automotriz, y daría pie al período más largo de creación de empleos en nuestra historia… si les hubiera dicho que abriríamos un nuevo capítulo con el pueblo cubano, cerraríamos el programa nuclear de Irán sin disparar un tiro y eliminaríamos al cerebro de los atentados del 11 de septiembre…si les hubiera dicho que íbamos a conseguir la igualdad en el matrimonio y garantizaríamos el derecho al seguro de salud para otros 20 millones de nuestros conciudadanos - ustedes podrían haber dicho que estábamos apuntando demasiado alto.
Pero eso es lo que hicimos. Eso es lo que ustedes hicieron. Ustedes fueron el cambio. Ustedes respondieron a las esperanzas de las personas y, por ustedes, en casi todos los aspectos, Estados Unidos es un lugar mejor, más fuerte de lo que era cuando empezamos.
En diez días, el mundo será testigo de un sello distintivo de nuestra democracia: la transferencia pacífica del poder de un presidente elegido libremente al siguiente. Le prometí al presidente electo Trump que mi administración garantizaría una transición sin problemas, los mismo que el presidente Bush hizo por mí. Porque a todos nos corresponde asegurarnos de que nuestro gobierno pueda ayudarnos a superar los numerosos desafíos que enfrentamos.
Tenemos lo que necesitamos para hacerlo. Después de todo, seguimos siendo la nación más rica, más poderosa, y más respetada del mundo. Nuestra juventud y nuestro ímpetu, nuestra diversidad y apertura, nuestra ilimitada capacidad de riesgo y reinvención significan que el futuro debe ser nuestro.
Pero este potencial sólo se hará realidad si nuestra democracia funciona. Sólo si nuestra política refleja la decencia de nuestro pueblo. Sólo si todos nosotros, independientemente de nuestra afiliación política o interés particular, ayudamos a restaurar el sentido de propósito común que tanto necesitamos en este momento.
Eso es en lo que quiero enfocarme esta noche - el estado de nuestra democracia.
Debemos entender que la democracia no exige la uniformidad. Nuestros fundadores discutieron y se comprometieron, y esperaban que nosotros hiciéramos lo mismo. Pero sabían que la democracia sí exige un sentido básico de la solidaridad - la idea de que, a pesar de todas nuestras diferencias externas, estamos todos juntos en esto; que avanzamos o fracasamos como uno sólo.
Ha habido momentos a lo largo de nuestra historia que amenazaron con romper esa solidaridad. El comienzo de este siglo fue uno de esos momentos. Un mundo cada vez más pequeño, la creciente desigualdad; el cambio demográfico y el fantasma del terrorismo - estas fuerzas no sólo han puesto a prueba nuestra seguridad y prosperidad, sino nuestra democracia. Y la forma en que enfrentemos estos desafíos para nuestra democracia determinará nuestra capacidad para educar a nuestros hijos, crear buenos empleos y proteger nuestra patria.
En otras palabras, determinará nuestro futuro.
Nuestra democracia no funcionará sin el conocimiento de que todo el mundo tiene oportunidades económicas. Hoy en día, la economía está creciendo nuevamente; los salarios, los ingresos, los valores de las viviendas, y las cuentas de jubilación están aumentando de nuevo; la pobreza está disminuyendo de nuevo. Los ricos están pagando una parte más justa de los impuestos, incluso en momentos en que el mercado de valores está rompiendo récords. La tasa de desempleo está cerca de su nivel más bajo en diez años. La tasa de no asegurados nunca ha sido menor. Los costos del cuidado de la salud están aumentando al ritmo más lento en 50 años. Y si alguien puede idear un plan que sea manifiestamente mejor que las mejoras que le hemos hecho a nuestro sistema de atención de la salud - que cubre a tantas personas a un menor costo - voy a apoyarlo públicamente.
Después de todo, ése es el motivo por el cual servimos - para mejorar la vida de las personas, no empeorarla.
Pero a pesar de todo el verdadero progreso que hemos logrado, sabemos que no es suficiente. Nuestra economía no funciona tan bien o crecen tan rápidamente cuando unos pocos prosperan a costa de una creciente clase media. Pero la cruda desigualdad también es corrosiva para nuestros principios democráticos. Mientras que el uno por ciento superior ha amasado una parte mayor de la riqueza y los ingresos, muchas familias, en el interior de las ciudades y condados rurales, han quedado atrás - el trabajador despedido de la fábrica; la camarera y trabajador de la salud que luchan para pagar las cuentas - convencidos de que el juego está amañado en contra de ellos, que su gobierno sólo sirve a los intereses de los poderosos - una receta para más cinismo y polarización en nuestra política.
No hay soluciones rápidas a esta tendencia de largo plazo. Estoy de acuerdo en que nuestro comercio debe ser justa y no sólo libre. Pero la próxima ola de desarticulación económica no vendrá del extranjero. Vendrá del ritmo trepidante de la automatización que volverá obsoletos muchos buenos empleos de clase media.
Y, entonces, debemos forjar un nuevo pacto social - para garantizarles a todos nuestros hijos la educación que necesitan; para darles a los trabajadores la facultad de sindicalizarse por mejores salarios; para actualizar la red de seguridad social para reflejar la manera en que vivimos ahora y hacer más reformas al código tributario para que las empresas y los individuos que obtienen el máximo provecho de la nueva economía no eludan sus obligaciones para con el país que hizo posible su éxito. Podemos discutir sobre la mejor manera de lograr estos objetivos. Pero no podemos descuidarnos respecto a los objetivos en sí mismos. Si no creamos oportunidades para todos, el descontento y la división que han obstaculizado nuestro progreso se agudizarán en los años venideros.
Hay una segunda amenaza para nuestra democracia - una que es tan antigua como nuestra propia nación. Después de mi elección, se hablaba de una nación post-racial. Esa visión, por bien intencionada que haya sido, nunca fue realista. La raza sigue siendo una fuerza potente y a menudo divisoria en nuestra sociedad. He vivido el tiempo suficiente para saber que las relaciones raciales son mejores que lo que eran diez o veinte o treinta años atrás - se puede ver no sólo en las estadísticas, sino en las actitudes de los jóvenes estadounidenses de todo el espectro político.
Pero no estamos donde debemos estar. Todos tenemos más trabajo que hacer. Después de todo, si cada cuestión económica se enmarca como una lucha entre una clase media blanca trabajadora y las minorías indignas, entonces los trabajadores de la más diversa índole terminarán luchando por migajas mientras los ricos se retiran aún más en sus enclaves privados. Si nos abstenemos de invertir en los hijos de inmigrantes, sólo porque no se parecen a nosotros, disminuyen las perspectivas de nuestros propios hijos - porque esos niños morenos representarán una mayor proporción de la fuerza laboral de Estados Unidos. Y nuestra economía no tiene que ser un juego de suma cero. El año pasado, los ingresos aumentaron para todas las razas, todas las edades, tanto para los hombres como para las mujeres.
En lo adelante, debemos respetar las leyes contra la discriminación - en la contratación, en la vivienda, en la educación y en el sistema de justicia penal. Eso es lo que nuestra Constitución y nuestros más altos ideales requieren. Pero las leyes por sí solas no serán suficientes. Los corazones deben cambiar. Si queremos que nuestra democracia funcione en esta nación cada vez más diversa, cada uno de nosotros debe tratar de seguir los consejos de uno de los grandes personajes de la ficción estadounidense, Atticus Finch, quien dijo que "uno no entiende a los demás hasta que no considera las cosas desde su punto de vista ... hasta que no se mete bajo su piel y camina con ella por la vida".
Para los negros y otras minorías, que significa unir nuestras propias luchas por justicia a los desafíos que mucha gente en este país enfrenta - los refugiados, los inmigrantes, los pobres de las zonas rurales, las personas transgénero, Americana y también el hombre blanco de mediana edad quien desde el exterior puede parecer que tiene todas las ventajas, pero quien ha visto su mundo trastocado por los cambios económicos, culturales, y tecnológicos.
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