POR OCTAVIO QUINTERO

 

Foto: periscopiopolitico.com.co

 

El presidente-candidato en campaña no puede salir a inaugurar obras, pero si puede prometerlas, obviamente con mucha mayor credibilidad que cualquiera de los otros candidatos que se le opongan en la competencia electoral.

 

Es otra de las sutilezas de la espuria reelección presidencial que se arrojó como mortaja sobre la democracia colombiana.

 

Y dice también la norma que el presidente-candidato no puede hacer campaña en días laborales, es decir, entre lunes y viernes, sino los fines de semana.

 

Más sutil todavía, porque cabría preguntar entonces, ¿quién nos gobierna los fines de semana? o, en otros términos: ¿los fines de semana el país se queda sin presidente?

 

Resulta obvio que de lunes a viernes en la Casa de Nariño nos está gobernando un candidato-presidente; y los fines de semana, en sus correrías, nos está visitando un presidente-candidato.

 

La reelección presidencial es perversa por todas partes, aún si se hubiera logrado por las vías legales.

 

Al presidente Santos no le gusta la reelección, pero la busca; no le gustaba la destitución de Petro por vía administrativa, pero lo hizo. En esto sí parece estar en sintonía con el país nacional que no le gusta la reelección de Santos, pero pareciera que tuviera que reelegirlo porque, ¿si no es Santos quién?

 

Esa pregunta del expresidente López en 1986, parece tener hoy en el 2014 una respuesta: don Blanco.

 

Tal vez, “descuidadamente”, el acto legislativo 01 del 2009, empoderó a los electores con el voto en blanco, estableciendo que para corporaciones sacaba de juego a todos los partidos que no pasaran el umbral (¡trampa!), pero para elecciones unipersonales, valga decir, de presidente, gobernadores y alcaldes, salen de juego todos los candidatos que pierdan con don Blanco y habría que repetir las elecciones con otros candidatos.

 

 

Bueno, como se pregunta en una sugestiva campaña de televisión sobre tantas cosas que no se pensaba que pudiéramos lograr, y lo logramos, también aquí cabría preguntar… ¿Quién dijo que no podíamos?