A propósito de un Libro: “Lleras y el Derecho. SENTIDO DEMOCRÁTICO DE LO JURÍDICO”.
Antología y prólogo: Otto Morales Benítez.
Bogotá, D.C., Club de Abogados. Academia Colombiana de la Abogacía. 2006.
En esta ocasión nos ocupa una formidable publicación del Club de Abogados, elaborada con paciencia y certidumbre por el Dr. Otto Morales Benítez, con motivo de los cien años del nacimiento del expresidente Alberto Lleras Camargo, celebrados el pasado 3 de junio.
El ilustre jurista que ha seleccionado los textos y que ha prologado la obra nos presenta en ella un conjunto de temas de indudable connotación en el Derecho, cuya sola enunciación parcial evoca la memoria de un colombiano ejemplar, demócrata convencido y símbolo -ayer y hoy- de la libertad y la justicia.
Como expresa Morales Benítez, de las palabras y de las acciones de Alberto Lleras siempre se deduce un ejemplar respeto a la ley. “Una inclinación reverente frente a su imponencia. Nunca la mancilló ni ligeramente. Tuvo la creencia de que la norma regula al Estado y a los hombres”.
ELEMENTOS DE JUICIO, como ejemplo de los criterios libertarios de Lleras Camargo, quiere transcribir -del libro objeto de comentario- parte del discurso pronunciado por el Presidente de la República el 19 de octubre de 1960, al instalar la XVI Asamblea General de la Sociedad Interamericana de Prensa, acerca de los derechos y los deberes de medios y periodistas:
“Hace catorce años, a pocos meses de dejar las funciones del gobierno, y cuando reiniciaba mis actividades de periodista, tuve el privilegio de presidir una reunión como ésta de la Sociedad Interamericana de Prensa. Fue ella una asamblea confusa y difícil, llena de incidentes, pero que definió bien el carácter y la aspiración de la entidad que se estaba organizando para librar estupendas batallas por la libertad de prensa en el hemisferio. Desde su iniciación era obvio que tendría carácter combativo y no simplemente ornamental o de simple cofradía de gentes de un común oficio. Cada una de sus reuniones posteriores fue fragorosa y categórica. La organización no se hacía para vigilar una libertad consolidada, sino para defenderla de frecuentes agresiones en un suelo en que se la amenazaba diariamente. Hoy el examen severo que se hace del estado de la libertad de prensa en América, da un balance mucho mejor que el de tiempos anteriores. Un número considerable de gobiernos de fuerza ha desaparecido. Pero no hay, por ello, tranquilidad. Nuevos riesgos y gravísimos hechos conturban a los hombres libres de América y la privación de la libertad de prensa, señala, como siempre, la extinción de las demás, o la anuncia.
Nada cambia en los términos de esta lucha inacabable. Quienes como yo, y muchos de los compañeros y colegas aquí presentes, vamos llegando a la vejez, no tenemos de qué sorprendernos, como no sea de que los enemigos de la libertad empleen todavía -con relativo buen éxito- entre generaciones nuevas de una humanidad llena de cicatrices y rastros de los empeños por su liberación, las mismas tácticas de los déspotas de cualquier época de la historia. Parece que el destino de las gentes con vocación de libertad es el de repetir, una y otra vez, sus esfuerzos y sacrificios, y el de utilizar todas sus energías para no dejarse vencer por la misma empresa de opresión, cualquiera que sea su nombre, su disfraz y su propósito. Siempre se inicia con la misma falacia: el pueblo, -se dice-, no necesita; libertad, sino seguridad, no necesita libertad, sino pan. Hay que confesar que en este siglo se ha elaborado y pervertido más la proposición original de las más antiguas tiranías. No en balde para las contemporáneas han trabajado equipos de intelectuales, filósofos y economistas mercenarios en la tarea de darle novedad a la tentativa de encadenar las gentes a un comando único. En cambio quienes defienden la libertad de prensa como un requisito indispensable del ámbito de decencia propia de la persona humana, no pueden hacer otra cosa que repetir una verdad que, desde su descubrimiento, ha tenido menos evolución que las leyes naturales y ha sido probada, por desgracia, cuando quiera que se ha logrado su transitorio oscurecimiento.
Cuando esa libertad comienza a desaparecer no hay ya abuso, desafuero, atropello o crimen que no se cometa. La dinámica de la opresión es inflexible. El gobernante que juzga preciso reprimir la prensa ya no puede contenerse ni echar hacia atrás el curso fatal de la historia. De igual manera la tiranía sistemática, y no accidental, la que nace de una concepción totalitaria del poder y del mundo, no ha incurrido un solo minuto en la tentación de mantener libertad de pensamiento o capacidad de disentimiento escrito. Y cuando emprende sus aventuras imperialistas dirige todos sus instrumentos de penetración y de infiltración, en primer término, contra la prensa. Restarle autoridad, señalarla como un peligro, condenarla como un negocio, o como una aberración del sistema capitalista, es una campaña que nuestra generación ya conoció como el prólogo del sojuzgamiento general, la artillería de ablandamiento que precede a la ofensiva y a la ocupación de un territorio libre.
Con criterio militante la Sociedad Interamericana de Prensa ha venido señalando cada síntoma de corrupción del sistema democrático en cuanto afecta, principalmente, a la libertad de prensa, y cuando no ha podido lograr una reacción favorable, ha sido tenaz, optimista, fuerte en la resistencia a las formas opresoras. Naturalmente esta posición no ha hecho de su existencia una fiesta prolongada. Varios gobiernos dictatoriales han intentado sustituirla por confederaciones de periódicos y periodistas encadenados. Otros, han expulsado a sus representantes. Cada una de sus denuncias ha sido seguida de delirantes gritos de cólera. Se la ha tildado de ser instrumento del capitalismo y el imperialismo. Pero nunca ha sido más respetada y amada que a la mañana siguiente de una victoria democrática, cuando el pueblo ha logrado quebrantar un gobierno de hecho. Millones de americanos le debemos gratitud, estamos satisfechos de no temer su acción. Para un país del hemisferio es, por eso mismo, un hecho grato y un privilegio el ser la sede de sus asambleas. El Gobierno y el pueblo de Colombia sí lo juzgan.
Por mi parte creo que la responsabilidad que ha asumido la Sociedad Interamericana de Prensa de mantener, en su esfera de actividad, la solidaridad de los pueblos americanos, principalmente en los momentos difíciles, cuando está en peligro una parte vital de su patrimonio jurídico, es una de las más eficaces maneras de avanzar hacia la unidad real del hemisferio. Si cada país que recobra su libertad o que tiene la insuperable fortuna de no verla amenazada por la fortaleza de sus instituciones, olvidara los desastres ajenos y guardara indiferencia ante los padecimientos de otros pueblos, establecería por implicación una solidaridad con los tiranos que dejaría huellas perdurables y amargas. En América, la prensa, publicando lo que no se deja publicar en un determinado territorio, informando con objetividad y comentando con franqueza los episodios de las tiranías, crea en los pueblos oprimidos esperanza, determinación y fe en su destino último. Y eso se recuerda siempre. Quienes hemos pasado por experiencias de ese género, podemos olvidar las dificultades en que estuvimos envueltos, pero jamás el apoyo moral que recibimos de quienes no tenían obligación estricta de otorgarlo. Ciertamente ningún vínculo institucional es más fuerte entre naciones que el que se formar en esas circunstancias.
Pero esta sociedad tiene, además de la misión gloriosa y difícil a que me he referido, otras muchas que sus estatutos fijan con precisión y que son menos notables y comentadas. No basta que la prensa sea libre para que sea siempre un instrumento de bien público, aunque es cierto que no lo puede ser si no se mueve en un ambiente de absoluta libertad. Ustedes trabajan por su mejoramiento de manera especialmente eficaz. Técnicamente la prensa del hemisferio americano es una de las más avanzadas del mundo. Como medio de, información dudo de que haya otra más completa. Entre las formas más notables de este periodismo y las más atrasadas, debe establecerse, -y la Sociedad es un canal apto para tal función-, intercambio, cooperación y asistencia que fortalezcan esa formidable herramienta de la libertad. Un código cada día más riguroso de ética profesional, aún no escrito, va definiendo lo que es lícito y lo que es abusivo en el ejercicio del periodismo, y la confrontación de las experiencias de todos los países americanos da consistencia y fuerza a esas reglas, cuyo abandono hace vulnerable a toda la prensa, a aquella que las respeta y a la que las viola.
Pero mi grata obligación aquí no es otra que la de saludar a los periodistas extranjeros que han llegado a tierra colombiana a nombre y en representación de un pueblo que les guarda gratitud, los admira y los quiere. Como amigo y antiguo colega de ustedes ese encargo me resulta todavía más amable. No formulo, pues, protocolaria, sino íntima y fervorosamente, votos por el mejor éxito de sus tareas”.
La Voz del Derecho
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