Ese que dijo que nunca la noche es tan oscura como una hora antes del amanecer, me aferra a la idea de que estamos viendo el poniente de la era de Uribe. No de otra manera se explica uno los últimos escándalos que se suceden unos a otros haciéndose rápidamente viejos y siempre nuevos como el ayer a hoy y el hoy al mañana.
Todo escándalo del gobierno o del Ejército y la Policía; o de la Justicia y del Congreso en el hoy nos parece inverosímil; pero al despertar estamos frente a otro escándalo que empalidece al anterior. Estamos como en ese bello verso de José Asunción Silva en que dice
Loco gasté mi juventud florida/ Por alcanzar la cumbre prometida/ Y hoy que llego diviso la salida/ Del sol tras otra cumbre más lejana.
Este régimen de Uribe se nos ha vuelto como una lucha libre de las que en mi tiempo se anunciaban de pelo contra pelo; máscara contra máscara; sin límite de tiempo y todo vale. Este gobierno vive prendido de las mechas con todo el mundo que diga esta boca es mía; anda jalándole las máscaras a sus antecesores que de paso, desprenden jirones de la suya; lleva seis años y va para ocho de un gobierno que constitucionalmente no debió haber pasado de cuatro; y en esa lucha y aferre al poder, ha hecho carrera la tesis atribuida al florentino Maquiavelo (que en su famoso Príncipe no la encuentro por ningún lado), de que el fin justifica los medios.
Dentro de ese fin que constituye la destrucción de la moral convencional que el país traía hasta Uribe, el arquitecto palaciego es José Obdulio Gaviria; ese que dice que en la guerra es virtud del Estado mentir, engañar, plagiar, invadir y traicionar, lo cual pudiera ser hasta discutible en tratándose del Estado, pero absolutamente corrompido cuando se miente para llegar al poder; se engaña para atornillarse a él; se plagia la ideología y se traiciona a la patria. Porque si alguien debe ser juzgado por traición a la patria, ese es Uribe, y la cabeza de proceso está frente a nosotros: el TLC.
Una de las máscaras que el ex presidente Gaviria haló del rostro de Uribe fue la de que
en palacio se llora (o añora) a Pablo Escobar. Parecía un chiste; una ironía pero jamás una anécdota que resultara cierta.
Tola y Maruja, que han venido ajustando su humor a lo más fino de la farsa política, dicen en su columna de El Espectador que en el cuarto de San Alejo de la Casa de Nariño, descubrieron un óleo de Pablo Escobar, dedicado a Uribe, quizás diciéndole: me llevarás en ti. Eso puede ser cierto o falso en lo físico; pero, de lo que ya no debe quedar duda a nadie, es que espiritual, sentimental y familiarmente, Pablo está ahí
Miren si no:
En el ajedrez de la reconfiguración de las cortes que empieza a darse en este último semestre del 2008, acaba de ser nombrado magistrado del Tribunal Superior de la Judicatura, Ovidio Claros, ahijado político del parlamentario antioqueño William Vélez, primer presidente de la Cámara de Representantes en el inicio del gobierno de Uribe, quien en los tiempos de Pablo Escobar fungía como su estafeta número uno: nadie accedía al capo sin pedir cita primero con Vélez. Y esto lo sabía Uribe como alcalde de Medellín; como gobernador de Antioquia; como parlamentario antioqueño que quizás no recibió dos millones de pesos para su campaña que le ofreció hace varios años el hoy senador Juan Fernando Cristo porque provenían del narcotráfico, pero tal vez porque provenían de un cartel distinto al de Pablo.
A propósito, en su columna La Barca de Calderón, en el Nuevo Siglo, el periodista William revela que a Cristo lo llamó un importante dirigente de Antioquia a contarle de primera mano secretos de Uribe que nadie sabe. Uno debe pensar que en esa larga y azarosa carrera política de Uribe todavía deben haber misteriosos capítulos capaces de reducir a insignificantes las cosas que hoy sabemos frente a las que estaríamos por descubrir mañana.
Mientras nos llegan noticias de la riña Uribe-Cristo, permítanme decirles que he recibido un correo absolutamente confiable de un viejo amigo periodista de Antioquia en el que revela que Blanca Ruth Gaviria, hermana de José Obdulio, fue la primera esposa de Carlos Alfredo Cock, quien acaba de pagar una larga condena en Miami por lavado de activos que no fue más larga porque, al mejor estilo del Cartel de los sapos, aventó a todo el mundo dando principio al fin del capo Fabio Ochoa.
Claro, y como él mismo (José Obdulio), en su nuevo catecismo de moral dice que toda responsabilidad penal es individual, lo cual no está en discusión en términos jurídicos, dirá entonces que
que culpa tiene él de que su hermana Blanca haya sido la esposa de un narcotraficante, testaferro de Escobar.
A lugar, como dicen los abogados, pero entonces, si moralmente no le incumbe ninguna responsabilidad, jurídicamente sí debiera dar alguna explicación como socio de su cuñado Cock en el lavado de grandes sumas de dinero provenientes del Cartel de Medellín, que más exacto sería decir de Pablo Escobar, ese que como dice el ex presidente Gaviria lloran en Palacio y que, según afirman Tola y Maruja, no del todo en sorna ni en broma, le conservan un óleo dedicado al presidente Uribe.