Certidumbre e inquietudes
LA VOZ DEL PAPA
José Gregorio Hernández Galindo
Las palabras del Pontífice Benedicto XVI durante su más reciente viaje han sido profundas, serias y sobre todo realistas.
Esta no fue apenas una gira diplomática, para ver cómo le iba a Felipe Calderón o cómo se encontraban los hermanos Castro, sino una misión pastoral en cuyo desarrollo se han dicho cosas de trascendencia para la humanidad entera.
En México, por ejemplo –azotado hoy por la mafia y el crimen- el Papa ha defendido una vez más, y de manera elocuente, la necesidad de que las sociedades, los Estados y las personas –cada una en el interior de su conciencia- restablezcamos y respetemos los valores y los principios.
Se entienden los mensajes pontificios de estos días, previos a la Semana Santa, como un llamado y una alerta. El Papa quiere que volvamos los ojos a nuestro propio quehacer; que retornemos al espíritu del ser humano; que vivamos una vida cristiana más auténtica; que desempeñemos algún papel respecto nuestro y en relación con los demás; que le demos a nuestra propia vida un sentido que vaya más allá del placer, del poder y del dinero –los espejismos que han producido el derrumbe de las sociedades porque sus miembros, llevados por un egoísmo extremo, hemos olvidado los valores y hemos dejado de observar los principios morales y jurídicos básicos-.
Todas esas son verdades, pero en medio del vértigo en que se desenvuelve la vida actual en todos los países –mientras más adelantados, peor-, muy pocos piensan en ellas, y los que piensan no se atreven a decirlas. Se preocupan más bien por ocultarlas.
Se atreve Ratzinger, el más importante de los líderes espirituales del mundo, y un profundo conocedor de los fenómenos sociales contemporáneos, y lo hace ante el sentimiento de angustia que, en el doloroso caso de México, expresaba el Arzobispo de León, Martín Rábago:
“Hemos vivido en los últimos años acontecimientos de violencia y muerte que han generado una penosa sensación de temor, impotencia y duelo. Sabemos que esta dramática realidad tiene raíces perversas que la alimentan: la pobreza, la falta de oportunidades, la corrupción, la impunidad, la deficiente procuración de justicia y el cambio cultural que lleva a la convicción de que esta vida solo vale la pena ser vivida si se permite acumular bienes y poder, rápidamente y sin importar sus consecuencias y costo”.
No cabe duda: si individuos y colectividades no nos decidimos a retomar y a respetar valores y principios, estamos perdidos.