No voy a hablar del ambiente que debe existir en las instalaciones y espacios donde se imparte la educación. En múltiples casos es deficiente, malsano y demostrativo de que lo ecológico como expresión del espíritu de la educación impartida, es deficiente o nulo.
Altas concentraciones de niños, jóvenes y adultos desarrollan su actividad sin que exista un plan de manejo ambiental elaborado técnicamente. Pocos centros de educación poseen una licencia ambiental o un plan de manejo y sin duda es necesario. No se trata de cumplir un requisito sino de garantizar seguridad y cultura ambiental en los espacios donde se educa.
El aseo matutino se considera suficiente para valorar el saneamiento requerido y la calidad del ambiente, los planes de contingencia en la mayoría de los centros de ecucación no existen.
El uso del agua, el consumo energético, el aprovechamiento del papel, el ruido, la arborización, la ventilación, el estado tecnomecánico de los vehículos de transporte escolar, los espacios de acceso y la calidad del entorno, no suelen responder a un código de conducta reglado que contenga, además, planes de contingencia frente a las vulnerabilidades, sistemas de evacuación socializados, señalización frente a los riesgos a afrontar.
Hago el señalamiento como uno de los elementos que también inciden en la calidad de la educación que impartimos.
Ecología, entro en materia, quiere decir: conocimiento de la casa en que vivimos y conocerla implica revisar y reflexionar cuál es la importancia que el ambiente, uno de sus hijos, tiene en la formación del ciudadano que nos entrega a la sociedad el sistema educativo. También los recursos naturales que poseemos.
¿Conocemos como docentes esa Casa de la que hablo?
No me refiero al globo terráqueo y sus funciones ambientales, me refiero a la ciudad que habitamos: ¿Sabemos cómo funciona? ¿Cuáles son sus venas y arterias? ¿Valoramos los resumideros de carbono que poseemos?
¿Qué sabemos de sus zonas protegidas, es decir, el capital natural de soporte ambiental que es de todos?
¿Cuáles son sus zonas de riesgo?
¿Cómo se conforma nuestro patrimonio natural, y el inventario de las aves endémicas y migratorias que nos alegran con su trino, la fauna y la flora que comparte con nosotros la ciudad?
De cuando en tanto, participo con docentes en charlas sobre el Patrimonio Natural y suelo pedirles que me señalen donde dónde queda el norte?
Impresiona como los brazos señalan hacia todos los puntos cardenales posibles: ¡No tenemos norte! No es importante como no lo es conocer cuál es el ciclo del agua o del carbono.
Más grave resulta cuando pregunto: ¿saben dónde queda la bahía de Barbacoas? ¿La ciénaga de Cholón?
¿Cuál es la extensión de la zona costera de la ciudad?
Pocos suelen responder, muy pocos….,
La carencia de conocimiento permite entender el desprecio o indiferencia que apreciamos en muchos ciudadanos con el entorno: basuras, ruido, talas, contaminación. Hay un problema de identidad que va aparejada con el poco conocimiento y valoración del Territorio y por eso es una formación que prioritariamente hay que impartir, que no podemos seguir aplazando y a la que no podemos renunciar.
Conocer donde vivimos no es una especialidad del profesor de geografía. El educando tiene que salir del salón de clase, conocer su entorno, enamorarse de su belleza, indignarse con las inequidades y daños ambientales que percibe.
La Constitución del Estado de Cartagena de 1812, la primera de un Estado Soberano en Colombia, además de proclamar la igualdad y el derecho a la Felicidad, de determinar la separación de poderes y prohibir el tráfico de esclavos, al referirse a la Instrucción Pública afirmaba que:
“(…) El aprecio a los derechos del hombre y el odio a la opresión y la tiranía son inseparables de la Instrucción Pública.”
Y si pensamos en la Constitución de 1991, a 20 años de su expedición, uno de los Derechos fundamentales que encontramos es el derecho a un ambiente sano, que está íntimamente ligado al derecho a la vida.
Pero además nos habla que el ciudadano tiene derechos pero también obligaciones que cumplir para que, corresponsabilizado con el Estado, pueda garantizarse un desarrollo sostenible en la Noción Colombiana.
“Aprovecharse de la Naturaleza es fácil,
lo que es difícil es conocer en que consisten
las leyes internas de cada naturaleza
y conservarla para nuestro propio beneficio,
esto es lo que no logran entender
los hombres ambiciosos”
Esta declaración de los indígenas Arhuacos es para mí una de las más completas para entender que quiere decir sostenibilidad.
Conocer los derechos y las obligaciones, hacerlas un credo de quien pasa por el sistema educativo, es por eso esencial en el mejoramiento de la calidad de la educación y de la vida misma.
La Constitución determinó como obligatorio el compromiso institucional y del ciudadano de defender La CASA: es decir el Patrimonio Ecológico, los Bienes de la Nación, la Zona Costera, las protegidas, hacer un uso racional de los Recursos Naturales, conservar el capital natural vital en el logro del desarrollo sostenible.
Nos ordena buscar la armonía entre lo público y lo privado. Producir sin derrochar ni agotar, transformar con responsabilidad respetando equilibrios.
¿Estamos educando con este propósito?
¿Estamos formando ese ciudadano que vivirá de manera sostenible y que luchará porque el desarrollo se requiere minimizar los impactos, aplicar el principio de precaución y respetar el derecho de las futuras generaciones de disfrutar de lo que nosotros disfrutamos?
Somos una República que busca ser democrática, participativa y pluralista, y precisamente esos principios constitucionales son inherentes al Ambiente, es decir, a la convivencia o el conflicto de ser humano con su entorno natural.
Lo ambiental es necesariamente participativo, democrático y de la esencia de la vida del ciudadano y por supuesto de su sistema educativo.
Tiene claro ese ciudadano en formación que es deber de él y del Estado: defender como Nación, las riquezas culturales y naturales y es ilustrado, educado, formado exaltándole la praxis de la solidaridad -el valor de convivencia-, y la prevalencia del interés general, como principio rector de la vida social y nuestra conducta individual?
No estoy hablando de un tema de abogados porque lo que está en juego es la creación de una conciencia protectora de las fuentes de vida y el respeto al Territorio como expresión de soberanía de las presentes y próximas generaciones.
Al hablar de la calidad de la educación en Colombia uno se pregunta:
¿Quiénes hoy se forman conocen el contenido de los artículos 8º, 79, 82, 95-8 de la Constitución Nacional?
Recordémoslos:
ARTICULO 8. Es obligación del Estado y de las personas proteger las riquezas culturales y naturales de la Nación
ARTICULO 79. Todas las personas tienen derecho a gozar de un ambiente sano. La ley garantizará la participación de la comunidad en las decisiones que puedan afectarlo.
Es deber del Estado proteger la diversidad e integridad del ambiente, conservar las áreas de especial importancia ecológica y fomentar la educación para el logro de estos fines.
ARTICULO 82. Es deber del Estado velar por la protección de la integridad del espacio público y por su destinación al uso común, el cual prevalece sobre el interés particular.
ARTICULO 95. La calidad de colombiano enaltece a todos los miembros de la comunidad nacional. Todos están en el deber de engrandecerla y dignificarla. El ejercicio de los derechos y libertades reconocidos en esta Constitución implica responsabilidades.
Toda persona está obligada a cumplir la Constitución y las leyes.
Son deberes de la persona y del ciudadano:
8- • Proteger los recursos culturales y naturales del país y velar por la conservación de un ambiente sano;
Sabemos que en 1991 el país dio un salto al correlacionar salud y saneamiento ambiental como un servicio público estatal, pero ¿imperan los principios de eficiencia, universalidad y solidaridad?
Cuántos de quienes reciben una educación de calidad son formados y por tal consecuentes en el ejercicio de los derechos que tenemos consagrados –la tutela, la acción popular, las acciones de grupo- para mejorar el saneamiento y avanzar hacia sistemas más modernos y sostenibles?
Estoy pensando en sistemas de recolección de residuos sólidos y no de basuras, con un alto porcentaje de reciclaje en la fuente, es decir con un ciudadano que separa en su casa y practica las cuatro Rs: reducción de consumos; reuso; reciclaje y responsabilidad.
Me estoy refiriendo a ese ciudadano que en su paso por el sistema educativo aprendió el valor del respeto al otro y a la naturaleza, que minimiza sus impactos y no contamina ni con gases de efecto invernadero, ni con ruido; que siembra y no tala; que no depreda la biodiversidad ni invade lo público, ni lo induce y menos aun lo tolera.
Estoy pensando en un ciudadano que al encender la estufa primero prende el fósforo y luego da paso al gas, que usa correctamente el sistema de alcantarillado no arrojando por el ducto aceite y otros desperdicios que debe eliminar de otra manera; que además de conocer que la normatividad ambiental es de obligatorio cumplimiento, la acata y cumple con su deber ciudadano de denunciar los abusos?
Requerimos un ciudadano que se indigne y reaccione ante el maltrato a los animales y la flora, los atentados al paisaje, los parques naturales, las estructuras naturales como los manglares que además de producir clima y alimentos nos protegen ante fenómenos meteorológicos o astronómicos.
Contestarnos las preguntas que formulo aterriza el problema y las posibles deficiencias, permite vernos en el espejo.
Es vital ser parte y no un simple espectador y el sistema educativo es en buena medida responsable de esta transformación de la conciencia colectiva. El Mandato Constitucional lo exige.
¿Cuántos saben los límites que existen al llamado desarrollo económico y que con cierta frecuencia algunos pretenden ignorarlos?
Comprender los retrasos y deficiencias en la asimilación y crecimiento en la formación d un espíritu ecológico y en la implementación de las normas ambientales determina que continúe preguntando:
¿Si se dice que lo ambiental es transversal y las normas son de Orden Público, es acaso notorio que en eventos académicos, económicos o políticos haya un espacio para discutir y aportar sobre las responsabilidades con el ineludible cambio climático y el aumento del nivel del mar, el ambiente como capital social, la conservación y uso sostenible de los recursos naturales?
La debilidad institucional alimenta la crisis y la impunidad que existe en el ámbito del daño a los recursos naturales y el ambiente se agudiza con la ilegalidad, ilegalidad que se alimenta por la dolorosa impunidad, la indolencia y la indiferencia ciudadana.
Con una amenaza constante del “desarrollo” a las zonas de protección y al Patrimonio Natural, asistimos a una comedia que de tanto en tanto se repite: minas de oro en las zonas de Páramo o exploraciones petroleras en zonas de Parques Naturales; Hoteles de 7 estrellas en el parque Nacional de la Sierra Nevada (por fortuna desactivado), invasiones multiestrato en las zonas de Manglares y ciénagas; invasión a las zonas de riesgo; puertos en lugares de Pagamento o en zonas de conservación.
Es el pulso entre las concepciones del desarrollo y de la cultura, frente a una “cultura de la incultura” o de transgresión que se manifiesta en diferentes grados y matices según el estrato, que se potencia por la ambición o la pobreza, consecuencia de un modelo que estimula el individualismo, la riqueza personal y que valora al ciudadano como objeto o consumidor y no como sujeto, generando así más pobres y mayor depredación y dilapidación de recursos naturales.
Con educación de calidad tenemos que derrotar ese modelo que inocula y se aprovecha del miedo o la desesperanza para así activar tolerancias, complicidades o impunidad judicial.
Si la contaminación no estuviera produciendo el calentamiento global y la presión sobre los recursos naturales no fuera creciente, si ellos no fueran finitos y no estuviéramos asistiendo al destrozo de la capacidad de resiliencia de los ecosistemas, la urgencia de reorientar las velas de la educación no sería tan apremiante.
Cada día que pasa continúa la depredación impune y producimos más basura y caos. Destruimos más rápido que lo que reconstruimos y el abismo no se ve lejano.
Estamos frente un modelo de desconocimiento de lo vital: los valores de sobrevivencia y la orfandad y el desprecio a lo público: la tragedia.
En una de las conferencias a las que asistí en el día de ayer, el conferencista al leer los indicadores del sistema educativo nacional fue categórico:
“no presento datos sobre la educación ambiental porque los que existen no son confiables”.
Dice la Constitución: “la educación formará al colombiano para (…) el mejoramiento cultural, científico y para la protección del ambiente”.
La materia Ambiente y Desarrollo, optativa o regular: no educa o poco educa y si lo hace es gracias a la labor tesonera de quienes como quijotes ejecutan los Praes contra viento y marea.
Una mirada macro del problema que afrontamos: 75 % del bosque andino no existe; millones de toneladas de sedimentos rellenarán la bahía de Cartagena y la solución no llega; la mayor parte de los municipios de Colombia no tiene manejo de sus basuras y por tal reproduce l incultura; por sus afluentes el desforestado río Magdalena recibe aguas residuales sin tratamiento de cientos de municipios, incluido Bogotá.
Además de que las vierte en Bocas de Ceniza y las bahías de Barbacoas y Cartagena, la deforestación ha sido causante de las inundaciones crecientes que ha soportado el país.
Nevados: el calor derrite sus aguas y la tala de la selva lo intensifica; fumigan parques nacionales para erradicar la depredadora e irradicable coca; los desplazados invaden zonas de alto riesgo, “funcionarios” participan en el festín de las zonas de bajamar.
El ministerio de Ambiente alerta: “si no paramos la tala en 30 años no habrá manglares”, el 75% de los peces nacen en ellos.
¡Y no paramos! Ignoramos el calentamiento global y el aumento del nivel de las mareas.
El conocimiento que poseemos y los convenios firmados, la normatividad y regulaciones, son envidiables.
El problema es del no acatamiento e implementación, la conducta ciudadana y la del fragmentado Estado, aunque parezca mentiras, tienen que ver, entre otras, con la educación egocéntrica que hemos recibido y no la ecocéntrica que requerimos.
El ambiente es la defensa de lo público y de allí que además de la Tutela, las Acciones Populares, las acciones de grupo, sean ellos los instrumentos para defenderse de la contaminación o para proteger el Patrimonio Ecológico de la Nación y un ambiente sano.
No todo está perdido, hemos avanzado, lo demuestra el retroceso en la Ley forestal, la mayor cantidad de ONGs y asociaciones y ciudadanos que abrazan esta causa, este Congreso que se interesó por lo ambiental.
Si existiera generalizada la voluntad ciudadana y estatal de cumplir los Planes de Ordenamiento Territorial y los usos del territorio, le romperíamos el equilibrio al caos.
¿Pero cómo podemos hacerlo?: ¡Educando!, logrando que el sistema educativo forme en el conocimiento de los derechos y deberes, en que enseñemos a leer esos Planes de Ordenamiento Territoriales y formando en qué son y cómo funcionan los ecosistemas.
¡No! Los POT´s tienen que dejar de ser un instrumento técnico y especializado porque lo que requerimos es estimular el conocimiento ambiental del sistema construido en que vivimos.
Tenemos que superar el eufemismo con que se excusa la poca atención a los requerimientos ambientales, cuando dicen: Lo ambiental es transversal, y así, mostrándolo como si estuviera en todas partes, termina no estando en ninguna.
“No hay datos para poder medir en el país la educación ambiental”, confieso que me conmovió escuchar la frase.
Reafirmo: la vigencia de la Constitución exige de parte del sistema educativo un compromiso mayor y verdadero, educación ciudadana y una autoridad unificada que haga cumplir la ley.
Educar con el ejemplo es derrotar la crisis y caminar sabiendo que la Constitución ordena la sostenibilidad como modelo de Desarrollo.
Pasemos a otra dimensión de la situación el problema global que padece la Madre Tierra:
Los fenómenos naturales, catástrofes ascendentes, cambio climático, inundaciones, incendios forestales, damnificados y los medios de comunicación, han hecho que la población comprenda que el calentamiento global es realidad y que este momento, crítico en la vida del planeta, impone cambios en los patrones de conducta y en el modo de producir, consumir y vivir.
Cuando la naturaleza cobra -y lo hace con frecuencia-, no repara estrato ni país, sexo o color de piel y los golpes son masivos.
Y aquí aparece otro reto del sistema educativo:
Aunque ambiente y futuro van de la mano, las normas y las responsabilidades ambientales que encaran el cambio climático muestran un déficit de cumplimiento de las accione de adaptación por parte del estado y los ciudadanos y una peligrosa ausencia de una cultura de prevención de desastres.
El fuerte invierno del pasado año y las catástrofes vividas determinó que para el gobierno colombiano el tema ambiental comenzó a verse como prioritario, la declaratoria de la Emergencia Ecológica así no los demostró.
Sin embargo se sigue pensando que frente al calentamiento global sobra tiempo, y como no somos grandes emisores de efecto invernadero, se continua priorizando e imponiendo, como en general sigue sucediendo en el mundo, la economía sobre la ecología.
Es como asistir a la continuidad de la insensatez.
Sostenibilidad es hoy un adjetivo de acciones empresariales y productivas y, más allá de las que son exaltables, las emisiones de gases de efecto invernadero, el manejo de residuos peligrosos, el mal manejo de las aguas residuales y de los escombros, las talas de bosques, árboles centenarios o manglares. Las talas que legalizan las llaman: aprovechamiento forestal y las compensaciones usualmente no se cumplen.
Se siguen aprobando urbanizaciones que crecen en zonas de riesgo de inundación, alta licuación o remoción en masa, espacios de ciénagas y zonas de bajamar donde el cemento, la piedra y los rellenos contradicen la necesidad de dejar libres ecosistemas, cuya función es la generación de clima, alimento y la de captar y amortiguar el aumento del nivel de las aguas.
Por eso todas las carreras profesionales y técnicas se requiere la implementación de cátedras de Medio Ambiente y Desarrollo, y en especial en las facultades de ingeniería, donde es esencial un código de ética ecológica. En las facultades de derecho el estudio de la normatividad ambiental tiene que ser materia obligatoria del estudio del derecho público.
En el ejercicio de los derechos, las universidades y sus alumnos tienen los instrumentos que pueden y tienen que incidir en el cambio de mentalidad, en revertir la perversidad suicida de dejar hacer y dejar pasar, en derrotar la impunidad.
La fiebre del planeta no es percibida como el efecto del sida que sufre Gaia. La resiliencia está hoy más comprometida por la velocidad como consumimos energía –competitividad la denominan- y el aumento emisiones y grados de calor.
Las soluciones implican que evaluemos hasta donde equilibramos e integramos los 3 pilares del desarrollo sostenible: bienestar social, prosperidad económica y protección del ambiente y los recursos naturales y que los ciudadanos seamos más partícipes.
Como ya lo dijimos enfrentar el reto requiere cambiar el egocentrismo actual por el ecocentrismo.
Finalmente, ante los impactos ambientales y las catastróficas respuestas defensivas de la Naturaleza, en la implementación de lo ambiental, dos son los valores a practicar para contribuir a una educación de calidad: amor y respeto.
El primero nace de reconocer, como lo hizo la ONU en 1972, que “somos naturaleza,” que, sin retórica, la agredida Madre Tierra, satisface necesidades espirituales y materiales de lo viviente. Al ser despensa productora de bienes y servicios y depositaria de residuos y excesos venenosos, amarla es comprometerse: sentir, agradecer, recrearse en su belleza; y, para conservarla, conocer sus leyes: ahorrar, reciclar, reusar, proteger, recuperar, descontaminar, resembrar, vivir y producir con responsabilidad.
Cual si fueran “extraterrestres”, a los irresponsables el amor no les nace: desprecian. Soberbios, el amor es un antivalor, un signo de debilidad.
Con importancia o ignorancia diferenciada, se imponen: matan, encementan, contaminan, usurpan, compran decisiones y conciencias.
Sin una reacción de control de los ciudadanos y el Estado, más allá del Dios que dicen adorar, deprecian y desprecian la naturaleza: su creación, y la ley: las reglas de convivencia.
El respeto, vital en el amor, implica fronteras y esencia: no destrozamos al nacer el seno que nos amamanta y la Humanidad ya siente y comprende más que el ambiente y los recursos naturales son vulnerables y finitos. Se requiere que quien se educa lo entienda.
El desbarajuste climático exige que el interés general prime sobre el particular y que se castigue a los depredadores, que el gobierno combata la inconsciencia priorizando la inversión en cultura ecológica.
Sostenibilidad en la mente de las generaciones actuales y las que nos seguirán es prevenir, frenar y sancionar. La reacción estatal y social aun es débil y la Madre herida, drástica, exige contundencia.
La crisis está en toda la casa. Las inundaciones, mareas, basuras sin tratamiento, ruido, invasiones y rellenos de las aguas, las urbanizaciones arbitrarias, la congestión vehicular y su CO2 - con pico y placa- develan la emergencia.
No sigamos calificando de transversal lo ecológico para desvalorizar lo estratégico. Se invierte poco y se daña mucho. Urge disminuir consumos, priorizando el energético
El respeto es un imperativo Ético y de Orden Público.
Es la supervivencia de las especies.
Sin sanción no hay temor.
Revertir el tic tac regresivo exige inculcar dos valores: respeto y amor.
Una educación de calidad tiene que lograr que, independientemente de la religión o la idea política que se profese, en el nuevo mandamiento del siglo XXI podamos decir:
“Amar a Dios y a la Naturaleza sobre todas las cosas”
Solo así sobreviviremos.