Este domingo 11 de marzo los colombianos tenemos un compromiso: el de participar, mediante el voto, en la vida política nacional, como lo establecen los artículos 2, 95, 103, 258 y 260 de la Constitución.
El voto es un derecho inalienable del ciudadano en una democracia, pero a la vez, como lo señala el precepto constitucional, es también un deber ciudadano.
En la coyuntura que vive Colombia, en estas elecciones para integrar el Senado de la República y la Cámara de Representantes, es indispensable que el derecho-deber de la ciudadanía se ejerza con toda libertad, sin presiones, sin compra de votos, sin mermelada, sin corrupción. Eso lo debe garantizar el Estado. El Gobierno debe ser imparcial. No debe entrometerse en política, y ha de desplegar toda su autoridad para asegurar que las elecciones sean limpias, tranquilas y libres. Que cada uno pueda depositar su voto con espontaneidad, escogiendo a aquellos candidatos que lo han convencido, por sus antecedentes honestos, por su compromiso con la democracia, por sus propuestas y sus ideas.
Sabemos muy bien que la campaña no ha sido la más transparente. Que ha estado marcada por la generalizada falta de controversia ideológica y política, y que los argumentos han sido sustituidos por la diatriba y la ofensa entre los partidos y los candidatos. Pero también sabemos que no todos los aspirantes han caído en la bajeza y la falta de respeto; que hay candidatos excelentes, de distintas orientaciones políticas, por los cuales se puede sufragar, y lo harán muchos colombianos.
Es necesario derrotar la abstención. Quien no vote, pudiendo hacerlo, se tendrá que conformar si se elige un mal Congreso. Mediante el voto, el pueblo ejerce la soberanía de la cual es titular. Se debe votar, así sea en blanco -si ningún candidato convence-, pero se debe votar.
Ahora bien, debemos buscar que los elegidos tengan la voluntad genuina de renovar el Congreso, para que sea independiente. Que no se entregue dócilmente ante los halagos presupuestales o burocráticos. Que no sea una dependencia del Ejecutivo. Que apruebe las leyes y las reformas que se requieren, no con la mira puesta en la voluntad del Gobierno sino en el interés colectivo. Que defienda a sus representados, que son los electores. Que examine los proyectos a conciencia. Que los debata con firmeza y buen criterio. Y que ejerza a cabalidad el control político.
El pueblo debe ser capaz, este domingo, de elegir un buen Congreso, autónomo, honrado, trabajador, comprometido con un mejor futuro para el país y las nuevas generaciones.