Opinión: UN PRESIDENTE MILAGROSO. Jorge Andrés Villamizar Silva Destacado

Opinión: UN PRESIDENTE MILAGROSO. Jorge Andrés Villamizar Silva Foto: Presidencia de la República publicada en El Espectador

La nación enfrenta, en este período electoral, la misma encrucijada de varios países latinoamericanos que, cansados de la corrupción, de los conflictos sociales y de la pobreza, consideraron que un viraje ideológico sería la salida. Perú, Chile, México, Argentina y, obvio, Venezuela, ya están comprobando que esta no era la vía. ¿Y Colombia?

 

Nuestro país tiene aproximadamente 200 años de vida republicana y nunca se ha caracterizado por tener una paz constante, hemos sido una nación con conflictos y convulsionada por diferentes razones. Desde la era prehispánica, en lo que se podía entender como confederaciones indígenas, se peleaban por el territorio buscando ampliar sus fronteras, luego fue la llegada de los españoles que trajeron consigo ríos de muerte, hasta la misma independencia de la Corona, que no podía significar en la práctica otra cosa que más muertes.

 

Así se dio inicio a la República, comienzo bastante fracturado por los intentos de los conquistadores por recuperar estas tierras, en medio de un malogrado arremedo de gobierno que terminó llamándose por la posteridad, la Patria Boba, calificativo que ya lo dice todo, seguido de un historial de guerras civiles en diferentes partes del territorio que impidieron la unificación de la nación y facilitaron la fractura del sueño bolivariano; así perdimos lo que hoy es Venezuela, Ecuador, Panamá y otras porciones del territorio que, aún hoy, como lo sucedido recientemente con el Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, nos sigue doliendo.

 

Luego de esto, con una tensa calma, se da paso a la consolidación paulatina del Estado, sin embargo, desde esa época, las ambiciones de los poderosos, tanto en lo político como en lo económico, empiezan a dejar en profunda desventaja a la mayoría de la población, estableciéndose una brecha económica, educativa y social que, hasta ahora, no se ha podido cerrar. Ante la aparente imposibilidad de encontrar una salida, surge como respuesta lo que ha sido un lamentable común denominador en el país, la violencia como método para solucionar todo.

 

Paradójicamente, esta ha sido siempre la alternativa a utilizar y siempre hemos llegado a lo mismo, no ha sido la respuesta y, en el camino, ha dejado demasiadas heridas. Tal vez, para algunos esto suena como fábula, primero por no estudiar la historia del país y segundo, porque les han vendido el cuento de que Colombia era perfecta hasta hace poco tiempo. Si así lo ha creído, debe saber que usted fue adoctrinado y le ocultaron la historia completa.

 

Analizando a fondo, la violencia ha sido una realidad constante en toda nuestra historia, desde la ejercida por ampliar fronteras, conquistar o emancipar, hasta la que se vive en los hogares, tanto antes como ahora. Tan claro es, que los hechos del 9 de abril de 1948, con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán, despertaron una vez más el gigante que parecía dormido, ¿cómo se podría llamar a ese período? Pues ni más ni menos que La Violencia, como si hasta ahora llegara, cosa totalmente falsa, desde el principio ha sido parte del acontecer del país.

 

Desde allí surgieron las guerrillas, fortalecidas por la ausencia del Estado en muchas regiones; luego, se complicó más la situación con la aparición del narcotráfico, que encontró en los subversivos el aliado perfecto para crecer, y como si fuera poco, hace presencia el paramilitarismo. Este ha sido el panorama de las últimas décadas.

 

¿Cómo darle norte a un país con una trayectoria tan compleja? Nada fácil, en la época contemporánea se han hecho intentos que han terminado manchados por la intervención de oscuros intereses de diferentes sectores. Desde el golpe militar que desembocó en la dictadura de Gustavo Rojas Pinilla, pasando luego por el Frente Nacional, llegando a la época en que las bombas de la guerra fratricida de Pablo Escobar asesinaron muchos dirigentes, incluyendo a Luis Carlos Galán Sarmiento, para muchos el que hubiera sido el siguiente presidente en ese entonces, luego el exterminio sistemático de los miembros de la Unión Patriótica, el escandaloso gobierno de Ernesto Samper, que logró el poder auspiciado por el narcotráfico, y así, llegamos a un punto de inflexión durante el gobierno de Andrés Pastrana, con su intento de acuerdo de paz con la guerrilla de las Farc y la tristemente célebre Zona de Distensión del Caguán, que desembocó en una crisis de tal magnitud que llegó a considerarse internacionalmente a Colombia como un Estado fallido, algo sumamente grave.

 

Allí aparece Álvaro Uribe Vélez, quien con su presidencia le dio al país un timonazo, sacándolo del abismo al que parecía irse irremediablemente, devolviéndole la esperanza. Logró un primer período presidencial que muchos aplauden, pero avanzó en un segundo período donde surgieron muchos cuestionamientos y situaciones escabrosas que lo persiguen hasta el día de hoy. Su presidencia fue el epicentro de muchos amores y odios extremos con diferentes personajes de la vida nacional y sectores sociales, los cuales se han ahondado por su resistencia a abandonar la vida pública. Esto se lo han cobrado con creces sus detractores volviéndolo su ‘objetivo militar’ y motivo de pelea electoral. Frases que van desde ‘el que diga Uribe’, hasta ‘Uribe, paraco, el pueblo está berraco’, resumen, de alguna manera, este contexto.

 

En este proceso, son miles de vidas asesinadas por las guerrillas, el paramilitarismo, la delincuencia común, las disidencias y agentes del Estado. Donde cada esquina ideológica reclama enfurecida por los muertos que le convienen, olvidando especialmente a aquellos de los que sus ‘amigos’ han sido los victimarios.

 

Así llegamos a Juan Manuel Santos y su acuerdo con las Farc, que dejó fracturado al país por la polarización que este proceso generó, y luego, Iván Duque, sobre quien la oposición ha descargado toda su artillería durante estos cuatro años, haciendo casi asfixiante su gobierno, el cual ha mostrado, además, gran falta de tacto y olfato político para definir.

 

Y ahora, ¿qué sigue para Colombia? En los últimos años, no solo el país ha enfrentado un despertar de la inconformidad ciudadana que ha degenerado en manifestaciones violentas, también se ha visto cómo este malestar ha sido utilizado políticamente por grupos extremistas que celebran los estallidos en Chile y Bolivia, principalmente.

Lo desafortunado es que no aprendemos de nuestra historia, la marca de la violencia sigue siendo el patrón recurrente, el cual, usándolo de diversas formas, nunca ha logrado un cambio positivo. Para unos, desde un extremo asumen que la gran salida es ‘vencer al uribismo’, ingenuamente suponen que derrotándolo se solucionarían todos los problemas del país. Desde otro ángulo, ven un potencial gobierno de izquierda como una amenaza que desencadenaría una crisis como la que ya viven en diferentes estadios Venezuela, Argentina, México, Perú y de manera prematura Chile, cuyo gobierno apenas empieza, pero ya genera preocupaciones a los ciudadanos que votaron por él.

 

Casi todos ven a su respectivo ‘mesías’ como la fórmula redentora que, de manera mágica, salvará al país, casi con la misma rapidez con que le impondrán la banda presidencial el 7 de agosto. Nada más absurdo, para solucionar los profundos problemas del país se necesitan varios años y una férrea voluntad política para tomar decisiones de fondo con visión de nación y no solo pensando en un partido, una ideología y las próximas elecciones, como ha ocurrido en los últimos años.

 

Nuestro país adolece de políticos con visión de grandeza desde cualquier ángulo del espectro ideológico y político. Cualquiera que sea elegido no logrará en cuatro años solucionarlo todo, pero si trazará un camino, que puede ser en la dirección correcta o hacia el abismo. Por eso el voto es tan importante hoy, más que nunca. Es totalmente equivocado pretender que un presidente va hacerle al país el milagro de cambiar todo en un período, debemos dejar de pensar de esa manera tan inmadura y novelesca.

 

Tristemente no podemos estar pensando en el líder perfecto, pues no existe. Para nuestro dolor, debemos pensar en cuál es el mal menor. ¿Cuál será? ¿Petro y sus ideas de perdón social, usar el dinero de las pensiones, imprimir billetes, buscar pactos con corruptos en La Picota, tener a Francia Márquez reclamando sus ‘deudas ancestrales’ y ‘salvar a Colombia’ desde la venganza y la generación de odio? ¿Fico, señalado de ser el uribista de la campaña, el neoliberal, el más de lo mismo? ¿Fajardo, que se las da de profe, pero tiene un discurso aburridor, nada innovador, que hasta se le durmieron los resultados de las encuestas? ¿Rodolfo, con su discurso contra los corruptos, pero con una grave acusación que lo tiene contra las cuerdas en la Fiscalía? ¿Enrique Gómez, que llegó tarde a la campaña y le falta resonancia? ¿O John Milton, quien enfrenta la paradoja de que, perteneciendo a un partido de personas de fe, están agarrados entre ellos, más preocupados por el pedazo de ‘torta’ que les corresponde, que por otra cosa?

 

Aquí no está en juego simplemente una banda presidencial, está en juego un país, y por ahora se ve imperando el radicalismo, ese mismo que ha generado la violencia, esa que solo ha traído desgracias. En Colombia, nos sobra violencia, corrupción, fanatismo y codicia, pero nos falta grandeza, nobleza, transparencia y visión para decidir.

 

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Jorge Andrés Villamizar Silva

Periodista, comunicador social, locutor, voz comercial y relacionista público.

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