Lo ocurrido en Bogotá en la mañana de este quince de mayo es de enorme gravedad, no sólo porque los criminales quitaron la vida al menos a dos personas que se limitaban a cumplir con su deber y por las heridas causadas a muchos otros colombianos, sino porque está quedando claro que seres humanos indignos -sea cualquiera su origen y sean cuales fueren sus propósitos- han resuelto no permitir la libre expresión de las ideas; amedrentar a quienes opinan; imponer la fuerza bruta y la violencia sobre los criterios y derrotar los argumentos, no mediante la razón y la dialéctica sino con las amenazas de muerte.
Quien esto escribe. ex alumno del doctor Fernando Londoño Hoyos, ha discrepado y discrepa de muchos de sus conceptos, pero estima que la disparidad de criterios en torno a los distintos asuntos que hoy se controvierten en Colombia, tanto en el plano político como en el jurídico, no puede canalizarse sino a través de la libre, responsable y respetuosa exposición de los contrarios. Eso es lo propio de una sociedad civilizada.
No cabe duda de que la bomba usada con maldad y cobardía por los terroristas -puesta con toda frialdad por los ejecutores del atentado sobre la camioneta del ex ministro- estaba dirigida contra él. Y muy probablemente, los atacantes -vaya uno a saber quién está detrás de ellos- lo querían asesinar para callarlo. Eso es muy grave. Es inconcebible en una democracia. Carece de todo sentido y proporción. Es un atentado criminal que, sinembargo, aunque cobró la vida y afectó la integridad de personas inocentes, no logró concretarse en la persona del Dr. Londoño.
Llegue la expresión de nuestra solidaridad a la familia Londoño y a todo el equipo de "La hora de la verdad". Los enemigos de la libertad de expresión son unos pocos y contra ellos debe actuar el Estado con toda firmeza. Tal es su deber.