JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO
Oslo (Noruega). Foto: http://www.oslohotelsearch.com/
Las negociaciones de paz en las que está empeñado Juan Manuel Santos son apoyadas -como quizá antes no había ocurrido- por distintos sectores de la sociedad colombiana y por la comunidad internacional.
Numerosos editoriales y columnas de opinión, y dirigentes de todas las tendencias políticas respaldan al Presidente en un propósito que no es apenas gubernamental sino que es nacional. En su mayoría, las intervenciones públicas de quienes se han referido al tema reflejan la firme voluntad del pueblo, que ha llegado a convencerse de que seguir empecinados en la guerra como única política significaría renunciar para siempre a la paz.
Desde luego, Venezuela, Cuba, Noruega han manifestado su voluntad de contribuir al logro del objetivo propuesto: alcanzar la reconciliación efectiva entre los colombianos. Pero también han expresado su apoyo los Estados Unidos, Canadá, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, e inclusive el Papa Benedicto XVI.
Ya se manifestó el jefe guerrillero “Timochenko”, de las Farc, señalando que ellos llegarán a la mesa de diálogo “sin rencores ni arrogancia”, y lo había hecho la semana anterior alias “Gabino”, a nombre del ELN.
En cuanto al Ejecutivo, se han posesionado los nuevos ministros, en todos los cuales se aprecia buena disposición para el proceso. Algunos de ellos, como Juan Gabriel Uribe, tienen gran experiencia en la materia y han hecho valiosos aportes en el pasado, de suerte que su vinculación al Gobierno resulta ser de enorme importancia.
Es claro, según lo dicho por Santos, que su gabinete ministerial tiene por cometido básico trabajar por la paz, como se espera que ocurra si se atiende al artículo 22 de la Constitución Política. Y lo propio puede decirse del Congreso, según se observa.
Todos, en Colombia, hemos aguardado con gran interés las reglas de juego anunciadas por el Presidente entre el 4 y el 5 de septiembre, así como los nombres de los negociadores. Es necesario darles un compás de espera, con el objeto de comprobar lo que en materia tan delicada pueden hacer.
Pero, desde luego, para que esas esperanzas colectivas no se frustren una vez más, será necesario que desde el comienzo se adopten algunas decisiones, que corresponden al Presidente como Jefe de Estado: la fijación de una agenda centrada en el objetivo de la paz, que no pretenda abarcar todos los temas sino que se concentre en los indispensables; la definición de unos términos máximos, con un cronograma y unas etapas de negociación que se vayan cumpliendo, y la plena claridad acerca de quiénes tendrán, en el curso del proceso, los poderes de negociación y compromiso de parte y parte.