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Continúa el enfrentamiento entre el ex presidente Álvaro Uribe y el actual Jefe del Estado Juan Manuel Santos, no solamente por el tema fundamental de los diálogos con la guerrilla sobre la paz, sino por otros motivos como la mutua recriminación por el reparto de responsabilidades en relación con lo ocurrido en la Corte Internacional de la Haya respecto a la delimitación marítima con Nicaragua; por la reelección; por la decisión de no construir un proyecto hotelero en el parque Tayrona; por la política económica; por el gasto público; por las relaciones con Venezuela; por el manejo del orden público y la seguridad; por lo atinente al ascenso del Coronel Santoyo, pese a la sanción disciplinaria que le había sido impuesta; en fin, todos los días y sin tregua surgen motivos de pullas, sátiras, ataques directos, trinos, etc.

 

La pugna entre el ex presidente y el presidente ya está llegando a niveles incomprensibles. Lo último ha sido el calificativo de “canalla”, y previamente el de “redomado mentiroso”, de parte de Uribe a Santos, como respuesta a algunas veladas acusaciones de Santos contra Uribe por decisiones del gobierno anterior.

 

Se pierde de vista, entonces, lo institucional; se politiza cada uno de los actos de gobierno; se tramitan las diferencias de orden personal o político en los medios de comunicación o en las redes sociales, de modo que la respetabilidad del gobernante, como la del ex gobernante, sufren notorio detrimento.

 

Las razones de fondo de esta pelea tienen que ver con el poder y su ejercicio; con la ambición de recobrarlo por quien lo perdió, y con el deseo de mantenerlo y prolongarlo de quien lo ejerce actualmente. Y lo que presencia el país es un espectáculo nada edificante, presentado por quienes en razón de las altas dignidades que han desempeñado y desempeñan, deberían observar unas reglas de elemental cortesía y mutuo respeto, sin perjuicio de la sana controversia, lo que implica que la actitud actual de Santos y Uribe  constituye un pésimo ejemplo para funcionarios y particulares.

 

¿Cómo estarán viendo y entendiendo esta trifulca las nuevas generaciones de colombianos? ¿Y cómo se verá desde el exterior?

 

Porque una cosa es el debate sobre los actos del gobierno, en un contexto propio de la democracia, en que la oposición encarna una alternativa política; allí es natural que haya crítica sobre actos y decisiones oficiales, y respuestas gubernamentales sobre los puntos planteados.

 

Otra cosa distinta es que las cabezas superiores y visibles del Gobierno y la oposición se enfrasquen en una permanente riña verbal, con frases y expresiones cada vez más bajas.

 

No hay confrontación de criterios sobre los asuntos públicos, ni tampoco enfrentamiento entre tesis, propuestas, conceptos económicos, políticos o jurídicos.

 

Lo que hay es un constante cruce de insultos y ofensas que han terminado por rebajar y desprestigiar de manera increíble la institución presidencial, con deplorable utilización de los medios de comunicación y de las redes sociales.