POR JOSÉ GREGORIO HERNÁNDEZ GALINDO
Imagen: www.lavozdelderecho.com
Al momento de escribir esta columna no se conoce todavía el nombre del nuevo Papa de la Iglesia Católica.
Quien resulte elegido por el Colegio de cardenales tendrá a su cargo la nada fácil misión de suceder a un Papa vivo –como no ocurría desde hace seiscientos años-; a un Papa que tuvo el valor de abdicar reconociendo su debilidad física y su consecuente incapacidad actual para ejercer las más delicadas funciones que se pueden confiar a un ser humano: conducir una grey compuesta por más de mil doscientos millones de personas. Pero, además, quien sea coronado Papa, además de la mirada del mundo entero en una época crucial, tendrá sobre sí la mirada de su antecesor, que si bien le ha prometido obediencia y habrá de guardar prudente silencio, conoce como nadie los difíciles asuntos de la teología y la Doctrina, y ha tenido en sus manos el informe, hoy reservado y listo para entregar al Papa, rendido por tres cardenales a quienes el propio Benedicto XVI solicitó investigar acerca de graves problemas y dificultades que se viven en el interior del Vaticano y que afectan a la Iglesia.
¿Podría el nuevo Sumo Pontífice, ante Dios y ante su conciencia, bajo la mirada de su antecesor, eludir la dura tarea que éste, por las razones que expuso, no pudo llevar a cabo?
Todos deseamos que el Papa le ponga fin a la lucha de poderes que parece haberse instalado en el Vaticano, para que no regresemos a la época de Alejandro VI; que trace las nuevas pautas con mano firme; que expulse de la Iglesia a todos los curas pederastas, y que continúe la actividad, iniciada por sus antecesores, de acercamiento a otras confesiones, en busca de un auténtico ecumenismo.
El momento que vive la Iglesia Católica es muy difícil. Lo dijo el Papa Benedicto XVI, y es un secreto a voces. Es preciso que sea elegido un Papa suficientemente capaz de asumir el liderazgo para conducir a esos 1.200 millones de católicos por la senda trazada en su momento por Jesús de Nazaret.
No se trata, como algunos creen, de hacer concesiones a tendencias extrañas a la Doctrina. Por el contrario, lo que se necesita es que el Sumo Pontífice oriente y dirija a la Iglesia volviendo a los valores y principios originales, los auténticamente cristianos.
Todos hacemos votos por el acierto de los cardenales.