Opinión: DESEO. Ricardo Silva Romero.

05 Ene 2015
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Mi deseo de año nuevo es no temerle a nadie: ni a los hampones uniformados, ni a los dueños del país, ni a los fundamentalistas atirantados, ni a los nostálgicos de armas tomar, ni a las líderes cabales que parodian a la derecha, ni a los políticos corruptores, ni a sus hinchas, ni a los candidatos a la alcaldía, ni a los uribistas virulentos, ni a los uribistas taimados, ni a los petristas, ni a los suficientes que “van más allá”, ni a los enemigos agazapados, ni a los insultadores de oficio, ni a los ladrones que juzgan por sus condiciones, ni a los troles perdidos en su delirio, ni tampoco a mí mismo, pues uno no tiene la última palabra sobre uno. Mi deseo de año nuevo es aventurarme a escribir, por ejemplo, que le temo a esta justicia nuestra tan perversa que condena a cinco años de encierro a un par de hermanos por no pagar la gallina que se comieron, pero les da la finca por cárcel a los villanos de Interbolsa: le temo, sí, a la justicia.
 
Y en el 2015 no quiero titubear a la hora de decir que no tiene sentido un país en el que los dolidos funcionarios judiciales levantan un devastador paro de dos meses porque se vinieron ya las vacaciones: pienso, con los pulmones cerrados, en una amiga que cumple cuatro años de esperar una razón de la justicia sobre la muerte de su esposo.
 
Y quiero superar este año el peor de mis temores: atreverme a decir en voz alta, acá, que me parecen lamentables y temibles esos penalistas multimillonarios que siempre andan al lado de los protagonistas de las noticias, y lanzan sentencias de primera plana cuando los cercan los micrófonos, y se van 48 horas a la cárcel por usar de tribunales a los medios, y llevan a sus clientes –a sus políticos– a “la justicia”, porque suena serio y digno, pero para qué si nuestros juzgados son triángulos de las Bermudas en donde nada se resuelve. Qué miedo los Lombanas, los Granados. Qué miedo los Iguaranes, los De la Espriella. Se sabe más de ellos cada día. Se escucha una espeluznante marcha fúnebre –pues la llevan a cuestas como una capa sombría– siempre que pasan al lado de un ciudadano común y corriente. Están en todas partes. Y facturan.
 
Los penalistas rimbombantes son la prueba de que cuando las cortes no les ponen el punto final a los hechos, cuando los jueces tartamudean durante años en el empeño de pronunciar un veredicto, la justicia se vuelve reality show, y chisme, y pesadilla, y suele surtir efecto la intimidación. El sensacionalismo acusa, juzga y condena siempre que la verdad tarda demasiado. Y ciertos juristas se la juegan toda por el efectismo, por ese amarillismo que se da tan bien en las sociedades de espectadores, porque demasiadas personas no se fijan en las notas de adentro, sino apenas en los titulares. ‘El abogado es Lombana’, ‘El abogado es Granados’: qué miedo. Pronto tendrán su propio show. Pronto despacharán en los medios. Quizás lo mejor sea que, para ahorrar tiempo, en las próximas elecciones los debates sean entre ellos.
 
Colombia no es un tribunal, sino un paredón, un pelotón de fusilamiento, pues suele dispararse a cualquier parte cuando todo sucede en la oscuridad. Pero no hay que acostumbrarse. Mi deseo de año nuevo es que nada tema quien nada deba, que se nos dé de nuevo la justicia: que no se la quede el uno ni se la quede el otro en un reino de los tuertos, sino que consiga imponer tanto la compasión de la que carecemos como el respeto al que aspiramos todos –y que vuelva a ser el oficio de quienes no le han vendido el alma al diablo, y proteja a los unos de los otros, y nos libre del miedo sanguinario que nos hemos tenido, y nos lleve a cerrar el proceso de paz de La Habana como por fin se cierra un drama– en un país que sepa ver, que pueda ver.
 
 
Modificado por última vez en Lunes, 05 Enero 2015 14:56
La Voz del Derecho

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