Reflexión: CARTAS MORALES A LUCILIO DE SÉNECA.

EL DIOS INTERIOR. “Realizas una cosa excelente y que te será saludable sí, según me escribes, perseveras en caminar hacia el buen sentido, que sería necio implorar de otro pudiéndolo adquirir tú mismo. No es menester alzar las manos al cielo ni rogar al guardián del templo a fin que nos admita a hablar al oído de la estatua como si tuviéramos que ser más escuchados. Dios se halla cerca de ti, está contigo, está dentro de ti. Sí, Lucilio; un espíritu sagrado reside dentro de nosotros, observador de nuestros males y guardián de nuestros bienes, el cual nos trata tal como es tratado por nosotros. Nadie puede ser bueno sin la ayuda de Dios; pues, ¿quién podría sin su auxilio elevarse por encima de la fortuna? Él nos procura consejos nobles e infrangibles; en cada alma virtuosa <<habita Dios; aunque quién sea es incierto>>.
 
Si te encuentras en un bosque espeso de árboles añosos, elevándose por encima de la medida acostumbrada, donde lo tupido de las ramas entretejidas unas con otras nos prive la vista del cielo, aquella elevación de la selva y la soledad del lugar y el respeto que infunde la sombra tan densa y seguida en pleno día, todo vendrá a convencerte de la presencia de un Dios (…) Ahí ha descendido una fuerza divina; un poder celeste mueve a esta alma mesurada, excelente, que cruza por entre las cosas teniéndolas por inferiores, que sonríe de todo lo que nosotros tememos y deseamos. Una cosa tan grande no puede conservarse sin la ayuda de Dios; por esto la mayor parte de él está allí donde ha descendido. Así como los rayos del sol ciertamente tocan la tierra, pero pertenecen al lugar de donde proceden, así el alma grande y sagrada, enviada aquí para que conociésemos más de cerca algunas cosas divinas, ciertamente conversa con nosotros, pero no se desentiende de su origen; está pendiente de él, a él dirige de continuo su mirada, hacia allí tiende, e interviene de continuo en nuestra vida como un ser superior. ¿Quién es, por lo tanto, esa alma? La que sólo brilla por virtud propia.
(…)
 
La virtud propia de la vid es la fertilidad; también es menester alabar en el hombre lo que le es propio. Tal posee bellas esclavas y bella casa, siembra mucho, cobra cuantiosos réditos; nada de esto se encuentra en él, sino en derredor de él. Alábate de él. Alábate de lo que no puede darse, no robarse, de aquello que es propio del hombre. ¿Me preguntas qué es? El alma, y en el alma, la razón perfecta. Ya que el hombre es animal racional y por lo tanto sus bienes alcanzan la perfección cuando sirven para que el hombre pueda realizar aquello para lo cual fuera creado. ¿Y qué es lo que esta razón le exige? Una cosa facilísima: vivir según la ley de su naturaleza. Pero la común locura lo hace difícil, pues nos empujamos unos a otros hacia los vicios. Y ¿Cómo podrían ser llamados a la verdadera salud aquellos a quienes nadie logra detener, que la muchedumbre arrastra? Consérvate bueno”. 
 
Modificado por última vez en Martes, 22 Marzo 2016 12:33
Clara Patricia Montoya Parra

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