La marcha del pasado 6 de diciembre, aunque no contó con la concurrencia que se esperaba -por causa del invierno, o precisamente a raíz de la confianza de todos en la asistencia de muchos, o por la desconfianza de otros en la efectividad de la protesta frente a las FARC-, fue sin duda una manifestación popular de gran importancia. No nos podemos desalentar, ni creer que todo está perdido para los secuestrados. Es necesario seguir en la lucha, con perseverancia y seguridad. Sin cejar en el propósito perseguido.
De todas maneras presenciamos, en las ciudades colombianas y en muchas del exterior, la buena voluntad y el entusiasmo de miles de personas que salieron a las calles para protestar contra la violencia y para exigir a la guerrilla de las FARC la liberación de los secuestrados, porque definitivamente -hay que decirlo con franqueza- nos cansamos de cuanto proviene de ese grupo subversivo.
Colombia, en efecto, ha soportado demasiado. Inclusive, se puede afirmar que hemos ido demasiado lejos en nuestra paciencia, si es que a la indolencia colectiva se la puede denominar así. No debemos ignorar -esa es una culpa general- que por largos períodos, al guardar silencio, hemos transmitido la imagen de una sociedad insensible, compuesta por muchos egoísmos, a la cual muy poco ha importando el larguísimo calvario de cientos de compatriotas arbitrariamente privados de su libertad y torturados.
En este punto, basta comprobar que en esta ocasión, con muy contadas excepciones, nos hemos acordado de levantar la voz contra el secuestro solamente a partir del fusilamiento a mansalva de cuatro uniformados indefensos.
No sabemos en qué medida la más reciente movilización pacífica logre conmover a los secuestradores, que además de los uniformados mantienen en su poder a numerosos civiles a cuyos familiares extorsionan, pero el esfuerzo social resulta necesario, para consignar una nueva constancia histórica en defensa de la libertad.
En tal sentido, todos estamos comprometidos. Continuar la lucha contra el oprobio del secuestro; rechazar el crimen, la violencia y el abuso, son obligaciones que no solo están en cabeza del Gobierno y de la Fuerza Pública, aunque ellos sean los principales obligados, sino de todos los ciudadanos, que las debemos cumplir pacíficamente pero con solidez.
Ojalá no ocurra ahora que, para volver a reaccionar, esperemos cuatro o cinco años, o una nueva masacre. Y ojalá el Gobierno no olvide a los secuestrados, tanto los militares como los muchos civiles de quienes sus seres queridos no han vuelto a tener noticia.