POR OCTAVIO QUINTERO
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¿Quién dijo que si a los empresarios les bajan los costos aumentan el empleo? No, si a mí se me bajan los costos lo que se me aumentan son las utilidades. Eso es de Perogrullo.
Hace años –muchos años- sabemos que lo único que aumenta el empleo es la demanda. Nadie produce más si no tiene a quién vender. Y también sabemos que lo único que estimula la demanda son los mayores ingresos de los trabajadores… No de los empresarios.
Por la vía de reducir los costos laborales y flexibilizar los salarios desde la nefasta Ley 50 del ’90, lo que se ha obtenido en Colombia es un desempleo endémico por arriba del 10 por ciento de la población económicamente activa y una informalidad laboral que ya alcanza el 64% de toda la fuerza laboral del país.
Todavía recordamos la primera reforma laboral de Uribe, impulsada como siempre sobre la base de generar más empleo. En su momento, un grupo de parlamentarios encabezados por la entonces senadora, Piedad Córdoba, le introdujo al proyecto un artículo en donde se establecía que si transcurrido cierto tiempo la reforma no había dado los resultados esperados en la generación de empleo que se proponía, debería ser revisada en lo pertinente. A los tres años se hizo el balance: la reforma le había arrebatado a los trabajadores 2,1 billones de pesos por la reducción del recargo nocturno, horas extras, dominicales, festivos e indemnizaciones por despidos que pasaron directamente al balance de los empresarios: el empleo no había aumentado; el desempleo sí, y la reforma se mantuvo.
Los neoliberales, ahora con un equipo de lujo en el gobierno encabezado por Santos (Cárdenas, Santamaría, Pardo y Ortega) batirán sus espadas en el Congreso por más de lo mismo: más beneficios al capital y más cargas a la prole.
Un botón basta de muestra: en vez de reducir el IVA a los consumos más populares proponen bajar del 35 al 10 por ciento los impuestos por ganancias ocasionales. ¿Quiénes se benefician de ganancias ocasionales? Los herederos ricos y los que se enriquecen a costa del Estado, como los funcionarios públicos o los terratenientes urbanos que dejan pasar los años engordando lotes.
Y en medio de un Congreso tan pusilánime como éste; con tan bajo perfil moral y ético; el mismo Congreso que acaba de hundir el concepto de la salud como un derecho fundamental, lo único que podría esperarse es que se le introduzcan al proyecto de marras las consabidas prebendas que constituyen el estiércol con que el gobierno paga bien sus buenos oficios.