POR OCTAVIO QUINTERO
Voy a plagiar a sor Juana de la Cruz, en su célebre frase, con apenas un cambio: quiero poco, y lo poco que quiero, lo quiero¡mucho!
El peor enemigo de la paz es la intransigencia. Por tanto, cuando los enemigos se sientan a negociar la paz, lo primero que muestran es su intransigencia, es decir, lo que los tiene en guerra. Y desde ese punto de desacuerdo, parte la negociación. Es como el case del juego...
Quienes esperaban otra cosa, por ejemplo, que las Farc llegaran con la cabeza agachada o el gobierno con el ramo de olivo florecido, terminaron en el lugar equivocado: no han aterrizado en Oslo.
El pulso por la paz debe ser, como se dice en los buenos negocios, un gana-gana. Si no es así, lo que se acuerde no sería una “paz perpetua” sino un armisticio, algo parecido pero no igual, en términos de Kant.
Poner fin a una guerra es dejar de parte y parte las hostilidades que provocan al contrario. ¿Cuáles son las hostilidades del gobierno a la población? ¿Cuáles las de las Farc? That’s de question, diría Hamlet.
En el arranque de este nuevo proceso de paz abierto en Colombia dijimos: “La Paz es un estado del Alma”, indicando que no es el cese al fuego lo que sella la paz sino el fin de las hostilidades. Y se debe ser consciente de que esto que vendría a ser “La paz perpetua”, es una utopía, o algo muy próximo…
¿Para qué sirve la utopía, si resulta inalcanzable?
Galeano dice en su bello poema que precisamente por ser inalcanzable, sirve para caminar en pos de ella. En pos de esa paz han emprendido camino en Oslo el gobierno del presidente Santos y las Farc. Seguramente no se llegará a ella en la medida en que todos anhelamos: unos exterminando al contrario y otros exterminando las causas de la guerra. Pero cuando algo se torna imposible, cualquier cosa que se alcance es ganancia. Lo importante sería, entonces, que lo que se logre en este nuevo proceso de Paz pueda ser algo generoso, sostenido y sustentable… Con eso tengo bastante.