POR CLARA PATRICIA MONTOYA
Foto elheraldo.com
Las leyes le han reconocido a la mujer el derecho a la igualdad, pero dicha igualdad –todos lo sabemos- no se practica en ninguna parte del mundo. Este Jueves Santo ha sorprendido el Papa Francisco a la humanidad con la celebración de la ceremonia de lavado de pies en el centro de reclusión para menores de Roma de “Casal de Marmo” y no como tradicionalmente se hace en la Basílica de San Juan de Letrán, la catedral de Roma, que le corresponde como obispo de la capital. Y digo que ha sorprendido porque además de ser inédito que un Papa celebre la ceremonia en un lugar diferente a la Basílica, le ha lavado los pies a dos de las once mujeres detenidas en el reformatorio de menores.
El mundo católico conquistado –evidentemente por los hombres y sus históricas y dominantes reglas de género- y todas las mujeres del mundo no podemos ignorar el mensaje que la celebración de hoy encierra.
La historia dice que Jesús decide lavarles los pies a sus doce discípulos como un mensaje de servicio espiritual hacia el mundo y es cierto que en aquella época los discípulos eran todos varones, pero el mundo cambió y “hoy por hoy” los discípulos –creo yo- somos todos, los hombres y mujeres de la humanidad.
No obstante, hemos tenido que esperar más de 2.000 años para que uno de los representantes de Jesús en la tierra entendiera y nos hiciera sentir que las mujeres también somos parte activa de la Iglesia de Cristo. La ceremonia de hoy presentó, por fin, un reconocimiento real a la lucha de la mujer por ser notada y respetada como un igual entre los hombres. Y aunque en estricto sentido a la igualdad debieron ser lavados los pies de 6 hombres y 6 mujeres, al menos incluir a dos ya fue un adelanto importante y envió -sin lugar a dudas- un mensaje ganador en la lucha por el reconocimiento verdadero (no simplemente en las leyes) a la igualdad en derechos para la mujer.
El Papá Francisco es claro, su misión es ayudar a los más débiles, aquellos que sufren y lloran ¿quién dijo y en dónde está escrito que las mujeres igual que los hombres no merecemos el mismo consuelo y el mismo alivio a nuestras penas más grandes? Ni siquiera deberíamos tener que luchar por una ley para que fuéramos sentidas como iguales en derechos, pero así es como se construyó la historia por quienes la escribieron, es decir, hombres. Gracias a Dios llegó un líder espiritual –por supuesto un hombre, porque esos cargos solo los ocupan ellos- para cambiar las cosas y ponerlas en el camino correcto.
Ya escribirán o estarán escribiendo los misóginos sus quejas contra el Papa Francisco por salirse de los rituales y bajo la disculpa de no ser correcto cambiar de lugar para practicar las ceremonias sagradas esconderán su malestar por haber incluido dos mujeres allí donde solo deberían estar sentados doce hombres.