“-Ciudadano, habéis sido nombrado para un cargo venerable y temerario. Me
alegro de que podáis contribuir con los destellos de luz que irradia vuestra conciencia
a defender la causa de un tribunal menos malo que los otros, dado que éste busca el
bien y el mal, no ya en sí mismo y en esencia, sino con relación a intereses tangibles y a
sentimientos manifiestos. Deberéis pronunciaros entre el odio y el amor, cosa que se hace
espontáneamente, y no entre la verdad y el error, cuya dilucidación le resulta imposible
al nimio conocimiento humano. Al juzgar según las leyes del corazón, no hay riesgo de
equivocarse, ya que el veredicto será bueno con tal que satisfaga las pasiones que os
sirven de sagrado principio. Pero, da igual, si yo fuese vuestro presidente, haría como
Bridoie: que decidan los dados. En cuestiones de justicia, eso es lo más seguro.
.....La madre de Gamelin con su escarapela ya mejor ajustada a la cofia, había adoptado,
de la noche a la mañana, un aire burgués, un orgullo republicano y el porte que
correspondía a la madre de un miembro del Tribunal. El respeto a la justicia, en el cual
había sido criada, la admiración que, desde la infancia, le inspiraban la toga y la sotana, el
santo terror que le infundían esos hombres a quienes Dios les había delegado en la tierra
el derecho a la vida y la muerte, esos sentimientos, la volvían augusta, venerable, y hacían
un santo de ese hijo que hasta hace poco ella consideraba aún un niño. En su sencillez,
concebía la continuidad de la justicia a través de la Revolución tan intensamente como los
legisladores de la Convención concebían la continuidad del Estado en la mutación de los
regímenes, y el Tribunal revolucionario le parecía igual en dignidad a todas las antiguas
jurisdicciones que le habían enseñado a reverenciar.
El ciudadano Brotteaux sentía por el joven magistrado un interés teñido de sorpresa
y una deferencia bastante forzada. Al igual que la ciudadana Gamelin, consideraba
la continuidad de la justicia a través de los regímenes; pero, contrariamente a esta
dama, despreciaba a los tribunales del Antiguo Régimen. No atreviéndose a expresar
abiertamente su pensamiento, y no estando dispuesto a callarse, se movía en medio
de tales paradojas que, a Gamelin, le costaba mucho trabajo llegar a sospecharlo de
incivismo.
-El augusto Tribunal en el que muy pronto os vais a sentar -llegó a decirle una vez- ha sido
instituido por el Senado francés para salvar a la República; y seguramente constituyó un
acierto, por parte de nuestros legisladores, el dotar de jueces a sus enemigos. Hay en ello
1 Edición de José Mayoralas. Cátedra Letras Universales. Madrid, 1991, ps 120-121.
mucha generosidad, pero la medida es poco política. Hubiese sido más astuto, me parece,
haber reducido sigilosamente a los irreconciliables y haberse ganado a los otros mediante
dones o promesas. Un Tribunal juzga con lentitud y asusta más de lo que castiga: es, ante
todo, ejemplar. El inconveniente que veo en el vuestro es que reconcilia a todos los que
asusta, acabando por movilizar contra él una gran fracción de intereses y pasiones que
desembocarán en una acción común y potente. Sembráis el miedo: y el miedo crea más
héroes que el valor; ¡ojalá, ciudadano Gamelin, no tengáis que véroslas algún día con los
prodigios del miedo!”.
Tomado de Revista Elementos de Juicio # 8
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[1] Edición de José Mayoralas. Cátedra Letras Universales. Madrid, 1991, ps 120-121.