Que un padre de familia haya sido capaz de utilizar a su niña de once años para transportar cocaína hacia España, obligándola a llevar en su estómago 104 cápsulas con el estupefaciente, es algo que, aun estando probado, sigue siendo increíble por sus infames características y por la ilimitada maldad que refleja.
Basados en las informaciones que han suministrado las autoridades, podemos decir que el delincuente, en este momento prófugo, cometió un crimen verdaderamente atroz; incurrió en un concurso de delitos agravados por la indefensión de la víctima, por tratarse de una menor de edad, por el dolo manifiesto en esa incalificable conducta.
Con independencia de si finalmente la niña logra o no salvar su vida, lo cierto es que el crimen se cometió, y que este caso –sin antecedentes hasta donde conocemos-, no puede quedar impune. Lo primero es capturar al progenitor; verificar si hubo complicidad de la madre; adelantar una investigación completa y pronta, y que la Fiscalía examine todos los aspectos del hecho, con miras a una justicia rigurosa y ejemplar.
Una vez más decimos que, infortunadamente, nuestros niños se encuentran en total indefensión; son las principales víctimas de la delincuencia, de la irresponsabilidad, de la ambición y de las pasiones de los mayores.
Es urgente una conciencia social al respecto. Y hacer valer, a los 25 años de su suscripción, la Convención Internacional sobre los Derechos de los niños, y por supuesto nuestra Constitución Política.