Ilustrativa y clara, como todas las suyas, la intervención pública de Benedicto XVI en la ceremonia de la Pascua, sobre los males que afectan a la humanidad. El Pontífice envió varios mensajes de fortaleza y reconciliación a los católicos.
Entre los males mayores el Santo Padre incluyó especialmente a la violencia, cuya mención es permanente en los discursos papales, no como lugar común sino como indispensable registro de lo que ocurre sin cesar en el mundo.
Los colombianos tenemos que otorgar una especial importancia a la plegaria del Papa, y acompañarlo en ella, en cuanto sentimos y sufrimos directamente y todos los días el impacto de la violencia, expresada en mil formas, en una serie bárbara que parece interminable.
Se ha generado, particularmente entre nosotros, un clima de violencia -inexplicable en muchos casos, explicable en otros-, que rompe el orden natural de las cosas y que se impone desgraciadamente sobre reglas y principios.
Sin embargo, pese a la resistencia que normalmente provocan en el ánimo de las personas los actos de violencia, la repetición de ellos va venciendo poco a poco esa resistencia, y ocurre que, o se reacciona violentamente -lo cual es dañino, pues se extiende el fenómeno-, o nos vamos al extremo, también deplorable, de la absoluta pasividad ante el acto violento. Simplemente, la colectividad deja que sucedan las cosas, y que sigan sucediendo.
Difícilmente puede un ser humano normal acostumbrarse -pero infortunadamente, nos estamos acostumbrando- a hechos tan irracionales como el de los carros bomba, puestos y accionados en cualquier sitio, no importa quiénes mueran, generalmente civiles desprevenidos e inocentes, ni a quiénes se causen los mayores daños materiales, casi siempre personas pobres que por causa de un acto de brutalidad pierden en un solo instante el pequeño o mediano patrimonio que han conformado durante años de esfuerzos.
Las imágenes de televisión sobre la bomba de Cali -una más de las que en forma recurrente explotan en Colombia- nos estremecen hoy, como las de Neiva hace unas semanas, pero después todo pasa y pronto se olvida. Las mismas frases de rechazo; las ofertas oficiales de millonaria recompensa por hacer los ciudadanos algo que es obligatorio en nuestro sistema jurídico (denunciar); las desoladoras situaciones de los civiles afectados que no serán indemnizados; la promesa de iniciar exhaustivas investigaciones, y quedamos todos a la espera de nuevas bombas. ¿Dónde y cuándo explotarán?
Como la costumbre genera indolencia, y como todos creemos que jamás nada habrá de ocurrirnos, ni a nuestras familias, pero como además somos realmente impotentes frente al terrorismo, somos apenas espectadores de la violencia, a la que miramos como si viéramos una película.
No nos damos cuenta de que convivimos en el seno de una sociedad violenta, y no percibimos que talvez, en los distintos ámbitos particulares en que nos movemos, contribuimos por acción o por omisión, a fortalecer esa segunda naturaleza -violenta- de la comunidad. Examínelo cada uno.