Merced a las presiones del Gobierno -había que ver en la noche del 1 de septiembre al Ministro del Interior y a sus funcionarios ejerciendo una estrecha vigilancia sobre los congresistas-, pasó finalmente el referendo reeleccionista en su tránsito por el Congreso.
La Plenaria de la Cámara, sin la participación del Partido Liberal ni del Polo Democrático, y con los indígenas, los independientes y algunos uribistas opuestos a la iniciativa; en medio de denuncias sobre prebendas, compra de votos y transfuguismo, aprobó el informe de conciliación sobre el texto del proyecto de ley que convoca al pueblo a referendo para reformar otra vez la Constitución y permitir una nueva reelección.
Pasó raspando, como se dice en los colegios: 85 votos a favor y 5 en contra. La aplanadora de las mayorías uribistas se hizo sentir una vez más, aunque por momentos parecía que el número de la mitad más uno de los miembros de la Cámara no se alcanzaría.
Fueron varias horas de debate, primero para terminar de evacuar los impedimentos, que de manera recíproca se rechazaban los representantes investigados por la Corte Suprema, y después para oír las intervenciones de varios congresistas, a los que el Presidente de la Corporación les concedía el uso de la palabra con duraciones variables: unos tenían veinte minutos, otros diez, otros cinco, otros tres…, no sabemos con qué criterio.
La sesión fue un buen ejemplo de lo que puede denominarse un debate aparente.
Como lo ha dicho varias veces la Corte Constitucional, un debate consiste en la discusión de los temas objeto del proyecto o asunto del que se trata. Es la oportunidad para la formulación de ideas, tesis, conceptos, criterios, y para argumentar y contradecir con fundamentos.
En este caso, lo que vimos fue un “diálogo de sordos”. Unos representantes formulaban preguntas que nadie respondía. Otros exponían problemas de carácter jurídico respecto de los cuales no había una exposición correspondiente que los dilucidara. No se resolvían las dudas o inquietudes. No se controvertían las ideas. Cada cual se limitaba a pronunciar su propio discurso, o a leerlo -como lo hizo el vocero conservador-, ciego ante los argumentos contrarios, y sin desvirtuar nada. Además, con la constante presión del Presidente de la Cámara para que terminaran de cualquier manera sus intervenciones, interrumpidas por gritos de quienes querían que, a toda costa, se votara.
En fin, se trataba de completar los votos como fuera, sin controversia real, y sin ningún cuidado por cumplir la Constitución, la ley ni el reglamento. Algo lamentable que ha terminado por disuadirme: ¡no quiero ir al Congreso, si es así como se trabaja!.
Reflexión final.- Tal como quedó el texto de la pregunta, que exige a quien quiera ser reelegido haber sido elegido por dos períodos consecutivos, se consagrará la reelección indefinida, en el caso de Uribe, quien con tres o más reelecciones a su haber, cumplirá siempre de sobra este requisito.
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