El martes se llevó a cabo en el Senado de la República un debate que, por los delicados asuntos tratados, estaba llamado a producir unos efectos políticos mucho mayores de los que en realidad produjo: las relaciones del Gobierno con la rama judicial en particular con la Corte Suprema, y la tendencia gubernamental a descalificar los fallos y a imponer sus propios criterios en relación con asuntos claramente definidos por las autoridades judiciales.
Temas como el delito político; la Ley de Justicia y Paz; las extradiciones y el proceso de reparación a las víctimas de los paramilitares, además de la parapolítica, fueron tratados extensamente por los senadores, en especial por los doctores Héctor Heli Rojas, del Partido Liberal, y Luis Carlos Avellaneda Tarazona, del Polo Democrático Alternativo.
Habiendo sido importante el contenido del debate, ¿Por qué la falta de un verdadero impacto en la opinión pública? Posibles respuestas: la saturación del tema político en los medios de comunicación durante los últimos meses; la confusión que se ha producido en el público, entre los varios asuntos objeto de deliberación (las detenciones de congresistas, las continuas peleas entre el Presidente de la República y la Corte Suprema, la denuncia del Presidente contra uno de los magistrados de esa Corporación ante la Comisión de Acusaciones, las declaraciones de Yidis Medina, su detención y las respuestas de los funcionarios comprometidos por ella en la posible comisión de un delito de cohecho, las declaraciones judiciales de Rocio Arias, las versiones libres de los paramilitares, la extradición de alias “Macaco”, las acciones de tutela instauradas y falladas sobre la extradición…), y la distracción propiciada por los mismos medios, con el buen propósito de recrear a los televidentes, oyentes y lectores, con temas un poco más frívolos como las telenovelas o los partidos de fútbol.
Todo eso incide en la ostensible disminución del interés colectivo en los debates del Congreso, que en épocas anteriores acaparaban la atención pública y marcaban el derrotero de los grandes acontecimientos nacioinales.
Si lo dicho se une con el creciente desprestigio del Congreso, vemos que en muchas ocasiones, un poco injustamente, senadores y representantes juiciosos, que intentan cumplir su papel de control político y adelantar las funciones legislativas y de reforma de la Constitución con seriedad y fundamento, gastan inútilmente su voz y su tiempo en el Capitolio, sin que sus mensajes -muchos de ellos verdaderamente valiosos- lleguen, al menos en parte, al pueblo que representan.
A diferencia de ellos, el Ejecutivo tiene a su disposición la posibilidad de interrumpir cuando quiere la programación de todos los canales nacionales y regionales de televisión, para transmitir sus mensajes; copa buena parte de los noticieros y programas de opinión de la televisión y la radio, e invariablemente aparece, hasta por las razones más nimias, en las primeras páginas de los diarios de mayor circulación.
Habría que estudiar a fondo la psicología de masas, para encontrar alguna razón que explique semejante desequilibrio.