Ha muerto en Bogotá el sacerdote jesuita Augusto Ordóñez Cajiao, durante cuarenta y dos años profesor de Filosofía en la Pontificia Universidad Javeriana.
Ahora, cuando el 1 de marzo se cumplen catorce años de la partida de ese paradigma de la docencia que fue nuestro Decano, el padre Gabriel Giraldo -este año se conmemoran cien años de su nacimiento-, la muerte de ese otro extraordinario catedrático designado por él en la Facultad de Derecho conmueve a los abogados javerianos que con ellos aprendimos tantas cosas.
Nos duele tanto como la irreparable pérdida, hace pocos días, de Monseñor Augusto Trujillo Arango, pastor insigne que en las semanas santas hizo uso ejemplar de los medios de comunicación para hacer sensible al país sobre el concepto de justicia social.
Al padre Ordóñez lo llamábamos cariñosamente “Pepino”, y su peculiar forma de enseñar, calificando de “sampatortas” a quienes respondían erróneamente a sus preguntas y asediando al grupo con incesantes interrogatorios propios de la mayéutica, que inevitablemente sostenían nuestra atención durante toda la clase, sumada al hecho de que su materia era una de las más peligrosas para los primíparos, generó siempre el marcado interés en las cuestiones filosóficas y nos convenció desde el comienzo acerca de que un abogado que ignora la Filosofía -en especial la Lógica y la Teoría del Conocimiento - no sirve para nada.
Las “evas” y los “adanes” –así nos llamaba- que asistíamos a las magistrales exposiciones de “Pepino” entendimos con sus ejemplos y sus comparaciones en qué consiste la esencia del ser humano -esa unión sustancial entre los elementos físicos (espacio-temporales) y los espirituales (inespacio-temporales)-, y dilucidamos sin dificultad la razón para que, en la naturaleza específica e irrepetible de la persona en cuanto tal, resida la dignidad humana, y de ella se desprendan sus derechos esenciales.
Siempre recordaremos su concepto de “conciencia” como la capacidad -exclusiva del ser humano- de volver sobre sus propios actos y de conocer su interior, y tendremos presentes los conocimientos básicos de antropología que con inigualable paciencia nos transmitió.
Desde luego, el método usado por “Pepino” era el escolástico, en su más pura concepción, y exponía con proverbial sencillez las exactas e invariables reglas del silogismo, que tanto nos han ayudado en el curso del ejercicio profesional para rechazar los falsos razonamientos en que son expertos los sofistas de todos los tiempos.
Paz en la tumba del padre Ordóñez. Ha llegado a la plenitud, hacia la que todos nos dirigimos. Mil gracias por sus invaluables aportes a nuestra formación.