Muchas cosas hay en juego durante loscomiciosque se llevarán a cabo el próximo domingo, cuando todo indica que tendrá lugar una caudalosa votación.

No se trata solamente de escoger, entre varios candidatos, al nuevo Presidente de la República, o de señalar a dos que se disputen la presidencia en la segunda vuelta. Lo que se puede producir al final de este proceso electoral, empañado al comienzo por la expectativa de la segunda reelección pero –una vez desaparecida ella-  progresivamente convertido en uno de los más interesantes de los últimos años, es un cambio sustancial en la manera de concebir el Estado, el Derecho, la paz, la educación, y sobre todo la ética.

Quiero subrayar este aspecto: si atendemos a lo que indican las encuestas, habrá dos finalistas. Y estaremos ante una competencia muy pareja entre dos talantes. Entre dos conceptos diametralmente opuestos sobre reglas de conducta, y sobre los principios.

Elegir a uno de ellos, quien expresa el continuismo que muchos quieren preservar, implicaría sin embargo resolver que Colombia prosiga por cuatro años más  -o quizá por ocho-  cautivada por una guerra sin fin, y que pasen a segundo plano en las prioridades del Gobierno los graves problemas sociales que afectan a la mayor parte de la población, pero especialmente significaría prorrogar la teoría maquiavélica según la cual, para el Gobierno, todo medio es válido  -no importa si es ilícito-  con tal de lograr los objetivos que aquél estima buenos, aunque esto último tampoco es cierto en todos los casos. Por ejemplo, las interceptaciones telefónicas sin orden judicial contra magistrados de la Corte Suprema son un medio ilícito que busca un objetivo también ilícito: el descrédito y la presión contra los jueces.

El otro candidato está proclamando en cambio una ruptura radical y definitiva con esa clase de procedimientos, y en especial con el criterio según el cual todo se permite para lograr unos fines que se estiman valiosos.

Lo ocurrido en estos días a raíz de los trancones en Bogotá mostró a los dos candidatos de cuerpo entero: el uno montado en una moto sin casco y sin chaleco, porque eso no importaba con tal de llegar temprano a su destino; el otro, también subido en una moto, pero cumpliendo a cabalidad las normas existentes. Dos talantes. Y dos posiciones frente a los principios y las reglas.