Francisco ha llamado la atención de los sacerdotes en cuanto a su verdadero papel, que guarda relación con el origen del cristianismo; con las genuinas enseñanzas de Jesús; con la humildad, la voluntad de servicio y la aproximación a los integrantes de la grey para entender sus problemas y sus necesidades espirituales y materiales.
También ha insistido en que el centro de la actividad del Vaticano no puede ser el propio Vaticano, pues la función que ejerce se proyecta a la periferia, para tomar contacto con los seres humanos que integran la Iglesia.
Asimismo, el Sumo Pontífice ha abierto las puertas del Vaticano; ha permitido conocer públicamente la realidad de las finanzas de la Curia romana y mostrar el presupuesto del Banco Vaticano, habitualmente misterioso; y no ha impedido ni interferido la labor de los investigadores civiles acerca de la actividad y responsabilidad de jerarcas de la Iglesia en posibles delitos financieros. Es un Papa cuyo objetivo predominante radica en que la Iglesia Católica sea, de acuerdo con su naturaleza y su espíritu primigenio, un modelo de austeridad, humildad, apertura y honestidad, y hay quienes sostienen que Francisco podría reestructurar y hasta clausurar la indicada institución financiera, que no goza propiamente de prestigio.
Igualmente, el Papa ha condenado con toda contundencia -como han debido hacerlo hace tiempo- a los curas pederastas y corruptores de menores -que constituyen una verdadera vergüenza para el catolicismo- y, como lo han pedido los feligreses en todas partes, los ha excluido de la Iglesia, propiciando su juzgamiento por los tribunales, a la vez que ha pedido perdón a las víctimas por sus numerosos abusos y escándalos.
Bergoglio emprende ahora la reestructuración de la Curia, mediante un Consejo de ocho cardenales cuidadosamente seleccionados, que ya ha empezado a sesionar.
Desde luego, el Santo Padre se enfrentará a los tradicionalistas dentro de la jerarquía eclesiástica, y a vicios enraizados desde hace mucho tiempo, pero en esa tarea cuenta con el apoyo de las grandes mayorías católicas en todo el mundo, y con el respaldo, desde el cielo, del propio Jesucristo, cuya doctrina había sido traicionada.