Personajes: Alejandro Magno
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Pocos jefes militares pueden compararse a Alejandro III de Macedonia. En su breve vida, creó un imperio que se extendía desde Grecia a la India. Alejandro tenía tan sólo 20 años cuando su padre, el rey Filipo, fue asesinado por causas que aún son un misterio por uno de los jóvenes nobles de su guardia personal, pero Alejandro tenía ya experiencia y había sido muy bien preparado por su padre para ser su sucesor. Encargó de su educación a Aristóteles además de cuidarse personalmente de su instrucción militar. De hecho, cuando tenía 16 años había actuado como regente y sofocado una rebelión de las tribus tracias, mientras Filipo marchaba en expedición contra Bizancio.
En la batalla de Queronea, luchando junto a su padre, se había encargado de la caballería, que resultó absolutamente decisiva para la victoria. La primera tarea del joven Rey, fue poner fin a la rebelión que había estallado tras la muerte de su antecesor consolidando así nuevamente la hegemonía macedonia sobre las ciudades estado griegas, inmediatamente después cruzó el Estrecho de los Dardanelos, entonces llamado Helesponto, y comenzó la conquista del imperio persa, una empresa que había preparado y deseado Filipo durante largo tiempo.
Dotado de grandes recursos para la improvisación y la rápida toma de decisiones, su genio militar se demostró en cada una de las batallas que emprendió y la infantería macedonia fue clave en sus victorias.
En la del río Granico, en el año 334 a.C., cerca de Troya, los sátrapas persas avanzaron hacia el río no sin que Alejandro lo advirtiera y acudiera rápidamente. La caballería persa llegó primero y se mantuvo en la orilla a la espera de la infantería, mientras los macedonios se desplegaban extendiéndose hacia la izquierda, en la orilla opuesta. Alejandro decidió adelantarse a la infantería enemiga y ordenó a su caballería ligera y a la caballería pesada de élite macedonia, cruzar y conseguir una cabeza de puente, lo que hicieron encabezados por el propio macedonio en oblicuo, hacia el centro enemigo, mientras todo su ejército avanzaba de frente.
Se desencadenó una furiosa pelea en torno a Alejandro y al sátrapa Espitrídates que perdió un brazo a manos de Clito -lugarteniente de Alejandro-, cuando intentaba matar a éste por la espalda. El propio Alejandro dio muerte a Mitrídates, otro de los sátrapas y yerno de Darío III, el Rey de Persia. Mientras, la falange centraria había cruzado el río a pesar de algunas pérdidas y pronto se quebró la resistencia persa.
Una nueva carga de Alejandro cercó a la mitad de la infantería griega mercenaria que combatía con los persas sobre una colina, hasta que las falages macedonias la rodearon. Alejandro se negó a aceptar la rendición de aquellos traidores y tras aniquilar a muchos de ellos, capturó a los sobrevivientes y los envió encadenados a servir de por vida en las minas macedonias como aviso para otros mercenarios.
Seguiría en la Batalla de Issos, en el año 333 a. de C., en la que Darío logró escapar y dos años después, la de Gaugamela cerca de la actual Erbil, en Iraq, en la que el Rey macedonio volvió a adoptar el orden oblicuo para sus falanges. Fue una nueva derrota de Darío que huyó otra vez.
Un escape que se prolongó hasta que un grupo de sátrapas decidió retenerlo para negociar con Alejandro. Éste enterado de la conspiración, acudió sin embargo a socorrerlo pero llegó tarde pues el rey persa ya había sido asesinado. Asistido Darío en sus minutos finales por un destacamento macedonio, se dice que Alejandro lloró junto a su cadáver y que lo tapó con su mano al tiempo que se lamentaba diciendo: “no era esto lo que pretendía”.
Al año siguiente, la victoria en puerta persa lo hizo dueño de unos territorios que se extendían por Egipto, Anatolia, Próximo Oriente y Asia Central hasta los ríos Indo y Oxus. Tras penetrar en la India y derrotar al rey Oro en Hidaspes 326 a. de C., sus tropas casi extenuadas tras cuatro años de campaña, se negaron a continuar expandiendo el imperio hacia oriente.
Alejandro regresó a Babilonia donde moriría sin completar su soñada conquista de la Península Arábiga. Muerto Alejandro, su imperio se sumió en una serie de guerras de sucesión, en las que las ciudades estado griegas hubieron de luchar por su independencia mientras nuevas potencias, entre ellas la marítima de Cartago, iniciaban su ascenso.
Uno de los estados griegos que continuaron prosperando y creciendo fue el de Rhodas, isla de población doria que contaba con tres ciudades principales federadas, una ciudad capital y un gobierno central, aunque cada una de ellas conservaba una cierta autonomía. Rodhas había pertenecido a la liga ateniense durante las guerras del Peloponeso y su flota dedicada al transporte de grano y otras mercancías, la había enriquecido.
La destrucción de la flota fenicia de Tiro por Alejandro contribuyo aún más a su poderío, al verse libre de su rival y con nuevos puertos abiertos a sus naves. Una hábil combinación de diplomacia, política de infraestructuras y construcción naval, y el hecho de no unirse a ninguna nueva liga la llevó a constituirse en una potencia marítima en el Mediterráneo oriental y en un contrapeso y freno a la piratería, que castigaba las aguas de esta zona. De hecho, Rhodas desarrolló una verdadera ley del mar que puede considerarse a través de la herencia romana, antecesora indirecta de las actuales.
Sin embargo, forzada a situarse al lado de Tolomeo o de Antígono en su lucha por suceder a Alejandro, tomó partido por el primero siendo sometido a sitio por Demetrio, hijo de Antígono. En este célebre asedio, ambos bandos utilizaron numerosas tácticas como el minado y el contraminado, y diversas máquinas de guerra incluida la famosa torre de asedio o helépolis, enorme construcción de madera, acorazada con planchas de hierro que tenía una altura de más de 40 metros. Estaba armada con diez catapultas en varios pisos y era propulsada mediante una compleja maquinaria movida por doscientos hombres.
A pesar de tanto ingenio, Demetrio hubo de retirarse y Rhodas sobrevivió al asedio. Surgió entonces una potencia naval, una nueva potencia representada por Cartago, ciudad fundada por fenicios que aunque de orígenes emíticos, tenía rasgos sociales, económicos e institucionales similares a los griegos hasta el punto de que Aristóteles alabó sus leyes y la comparó con Esparta y convertida en dueña del mar eso sería la Esparta del Mediterráneo.
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