La palabra “Aequitas” es conocida también como “Aecetia” que para la mitología romana significaba la diosa del comercio justo y de los comerciantes honestos.
En tiempos del Imperio romano, “Aequitas” se entendía como una virtud del emperador cuyas palabras y ejercicio del poder eran fuente de equidad, igualdad y justicia. El emperador así caracterizado se reconocía bajo el nombre de “Aequitas Augusti”.
La frase latina “Aequitas praefertur rigori” ha sido atribuida al emperador Claudio. Bajo su reinado, -al menos en teoría- la “aequitas” como justicia, era reconocida bajo la noción de “igualdad”.
Decir “aequitas” en Roma era equivalente a decir lo verdadero, lo exacto, lo justo, lo recto, lo equilibrado, lo entero, lo benigno, lo moderado.
Así las cosas, el término “aequitas” o equidad, sólo es comparable a la definición del término “Derecho”. Para los jurisconsultos romanos la equidad no era algo contrapuesto al Derecho, era el Derecho mismo, porque la jurisprudencia entendida como ciencia del Derecho, tenía por fin último adaptar las normas a las circunstancias de la vida; y, la “aequitas” era el medio más importante del cual disponía el jurista para lograr esa tarea.
La equidad adquiere, por lo tanto, un valor supremo y preponderante en los casos en que resulte imposible o sumamente injusto aplicar de forma rigurosa la norma jurídica. En sistemas en los cuales la norma es en sí misma justa y equilibrada por tratarse de estados de derecho, no es necesario recurrir a la “aequitas” o “equidad” y su uso se torna inusual; no obstante, su aplicabilidad es imprescindible en momentos y en sistemas en donde se presentan demasiados vacíos por carecer de normas justas.
Para Cicerón, en épocas del Imperio Romano, la aplicación del derecho en forma rigurosa era -en ocasiones- fuente de injusticia: “summun ius, summa injuria” que se traduce en “sumo derecho, suma injusticia”; “a mayor justicia, mayor daño” o “suma justicia, suma injusticia”. Es decir, la aplicación de la ley al pie de la letra se convierte -en ocasiones- en una forma grave de injusticia.
Con la llegada del cristianismo, la frase de Cicerón tomó fuerza y la “aequitas” se fortaleció con el concepto “humanitas” suavizando aún más la rigurosidad de la norma, para evitar que el derecho absoluto se convirtiera en una injusticia. De esta etapa fueron participes, San Agustín y Santo Tomás de Aquino que en su aporte al derecho y específicamente al concepto de “equidad” le aportaron a la noción del derecho romano, un nuevo ingrediente, la idea de que la “aequitas” estaba inspirada en la voluntad suprema de Dios.